Imagen

3 mujeres del siglo más complejo

El siglo XX supuso un cambio social y cultural sin precedentes. En ningún otro ocurrieron tantas cosas. Tan buenas y tan malas, incluidas dos Guerras Mundiales, con millones de muertos, y cientos de guerras «pequeñas», frías y calientes, que convirtieron al mundo en una bomba de odio, que explotó, en el joven siglo, con la onda expansiva más grande que nadie, nunca, se atrevió a imaginar y a temer. El 11-S, el 11-M, el 7-J, el 13-N y cientos de días más que ya no recordamos, porque mataron a personas demasiado diferentes y lejanas.

Estos días se han sucedido las muertes de dos mujeres centenerias que vivieron prácticamente todo aquel siglo, repleto de aventuras y catástrofes:

  1. Ha muerto Brunhilde Pomsel, la que fue secretaria de Goebbels y la última persona que podía recordarnos ya lo que pasaba en el Ministerio para la Ilustración Pública y la Propaganda que aquel demente dirigía para Hitler. Ella nunca se sintió responsable de nada, lo mismo que muchos otros alemanes que, también como ella, miraron hacia otro lado y siguieron con sus vidas, mientras su gobierno aniquilaba a millones de personas y los metía en una Guerra que destruyó su país y Europa entera.  En el documental Ein deutsches Leben (Una vida alemana) que se estrenó en 2016, dijo que lo  que hizo «no fue más que trabajar en la oficina de Goebbels», que «nadie se podía imaginar algo así» (sobre el exterminio de los judíos). Nunca tuvo remordimientos.
  2. También acaba de morir, en Hong Kong, Clarence Hollingworth, la legendaria periodista norteamericana que con solo 27 años dio la noticia de su vida y la exclusiva del siglo. El 29 de agosto del 39 la primera página del Daily Telegraph titulaba «1.000 tanques concentrados en la frontera polaca», anunciado al mundo entero los planes de Hitler para invadir Polonia. Tras aquel día, Hollingworth siguió trabajando como periodista en varios medios, aunque no pudo cubrir algunos conflictos por su condición de mujer. Pero sí estuvo en otros, en Vietnam, Oriente Medio, Pakistan o Argelia, y fue corresponsal en Pekin, donde informó sobre la Revolución Cultural de Mao.
  3. Y luego está Rosa, que aun está muy viva. Acaba de cumplir 102 incombustibles y alegres años. A Rosa, que es la abuela de mi amiga Ana,  le ha pasado de todo en su larga vida. Vivió la Guerra, perdió a seres queridos, trabajó como una bestia para que sus hijos tuvieran la mejor educación,  y siempre fue – y es- de izquierdas. Hace poco, se rompió la cadera y todos se asustaron. Pero ahí la tenéis, como una vela y jugando al Cinquillo otra vez, rodeada de nuevos amigos. En su cumpleaños sus biznietos la ayudaron, entre risas, a apagar todas las velas. El año que viene serán 103.

Ya os podéis imaginar a cuál de ellas admiro más. Sin comparación.

Hasta la próxima entrada.

Imagen

Por los que piensan diferente

Después de tantos días sin escribir aquí, no he tenido ni que decidir sobre qué hacerlo hoy. Es 15 de enero, así que solo hay un tema posible. Hace exactamente 98 años que Rosa de Luxemburgo fue asesinada en Alemania, tras formar parte de la Revolución Espartaquista de 1919.

Rosa de Luxemburgo es un icono del marxismo y de la divergencia ideológica. Desde su adolescencia tuvo una extraordinaria actividad política en su Polonia natal. Tanta que, con solo 18 años tuvo que huir a Suiza para evitar ser encarcelada por su militancia socialista. Allí terminó sus estudios de Derecho, además de coquetear con la filosofía,  las historia, la política, la economía, e incluso las matemáticas. Allí coincidió con otras figuras del socialismo, como  Anatoli Lunacharski y Leo Jogiches, entre otros.

Cuando en Alemania se legalizó el SPD, ella y algunos otros fundaron en Polonia el periódico La causa de los trabajadores y fundaron el Partido Social Demócrata de Polonia. Luxemburgo siempre se opuso a todo tipo de Nacionalismo, y por eso se enfrentó al Partido Socialista polaco, defendiendo  que la lucha debía enfocarse contra del capitalismo, y no en la independencia de Polonia. Esta postura, contraria a la autodeterminación de las naciones bajo el socialismo, también la enfrentó, más tarde, al mismísimo  Lenin.

En 1898 se trasladó a Berlín, ya como ciudadana alemana por su matrimonio con Gustav Lubeck, y empezó a participar activamente en la vida política germana, como parte del SPD, en su ala más izquierdista y revolucionaria. Estuvo encarcelada varias veces y enseñó marxismo en la escuela del partido, además de compartir sus opiniones en diarios de toda Europa y participar en reuniones socialistas internacionales, representando al partido.

En 1912, en la reunión de París, y junto al francés  Jean Jaurès, propuso una Huelga General de los partidos obreros si estallaba la Guerra. Promovió y participó activamente en varias protestas a favor de la Objeción de Conciencia y por el derecho de los trabajadores a no alistarse en el ejército de una Guerra que consideraba ajena a los intereses de éstos, una disputa entre imperialistas y capitalistas.

Rosa fue juzgada y condenada a la cárcel por estas opiniones, en las que finalmente se quedó sola, con un grupo reducido de compañeros. Su partido apoyó en el Parlamento la financiación de la Guerra con bonos del estado. Desencantada del SPD, fundó, con otros ex miembros del partido, lo que se convertiría en 1916 en la Liga Espartaquista, que se enfrentó al Gobierno e intentó convocar varias huelgas generales, por lo que fue encarcelada durante más de dos años, en los que publicó -con el pseudónimo de Junius– varios artículos, en los que criticó a los bolcheviques y anticipaba ya la posibilidad de que desembocara en una dictadura, aunque ella  misma siguió utilizando el término dictadura del proletariado definido por Marx.

Cuando salió de la cárcel, y tras muchos movimientos de la Liga con la USPD y el SPD, la misma Rosa de Luxemburgo fue una de las promotoras de la fundación del Partido Comunista Alemán. En 1919, y por otros levantamientos revolucionarios con los que ni siquiera estaba de acuerdo, fue detenida, golpeada y asesinada por los  paramilitares «Cuerpos Libres» (Freikorps). Su cuerpo acabó en el fondo de uno de los canales de Berlín.

Rosa de Luxemburgo es un símbolo del marxismo y una luchadora incansable por los derechos de los trabajadores, por encima de las nacionalidades, contra el capitalismo. Fiel a sus principios, siempre defendió que los obreros eran los que debían liberarse a sí mismos.

Hasta la próxima entrada.

Imagen

Oprah en 10 sencillos pasos

Menuda vida. Aunque ella es la imagen del éxito, no todo fue fácil para Oprah. Ni siempre. Los años de su infancia y adolescencia fueron muy difíciles, pero salió adelante y se convirtió en una de las mujeres más poderosas del mundo. Es admirable, verdaderamente.

Muchas veces es difícil recomponer una vida joven, truncada por años de abusos, dolor y maltrato. Entre los 6 y los 14 años, esta muchacha negra nacida en Missouri en los años 50 vivió en el infierno, con embarazo, parto prematuro y muerte de su hijo incluidos. Cuando escapó, la llevaron a Nasville y allí empezó, con la ayuda de su padre, a recuperar -poco a poco- su vida, sus estudios y su futuro.

Y ya fue imparable.

  1. A los 19 años empezó a trabajar como reportera de radio en una emisora de Nashville
  2. A los 22, se fue a Baltimore  a presentar el programa de televisión local People are talking durante ocho años, hasta convetirlo en un auténtico éxito nacional.
  3. Con solo 30 años, la WSL-TV de Chicago la contrata para presentar su propio programa de mañana, el talk show A.M. Chicago, que en pocos meses consigue colocar  en el número 1 del ranking de audiencias
  4. Un año después, el programa ya se llama The Oprah Winfrey Show y se convierte en todo un fenómeno de la TV, sin precedentes. Fue el número 1 de las televisiones estadounidenses durante más de 20 años, con casi 30 millones de espectadores sólo en los Estados Unidos, el programa más visto de la historia de la televisión.
  5. En 1986 fue nominada al Oscar como mejor actriz de reparto por su papel en El Color Púrpura y funda su propia productora, Harpo (su nombre al revés).
  6. En 1991 lideró una campaña para la creación de una base de datos nacional abusadores de niños, proyecto que se convirtió en la ley conocida como Oprah-Bill de 1993,  bajo la presidencia de Bill Clinton.
  7. En 2010 se emite, en Sidney, el último programa de The Oprah Winfrey Show, y crea su propia cadena de televisión,  Oprah Winfrey Network (OWN), con dos programas sindicalizados: Dr. Phil y Dr. Oz show,  producidos por Harpo Productions, que ella no presenta, aunque a veces asiste como invitada.
  8. Según la revista Forbes, fue la persona afroamericana más rica del siglo XX y la mujer más poderosa del año 2005, así como la celebridad más poderosa en 2005, 2007, 2008, 2010 y 2013.  En 2010, la revista la definió como «la famosa más influyente del mundo» y en 2014 la colocó en el puesto 14 de la lista de las 100 mujeres más poderosas del mundo.
  9. Life la ha calificó como la mujer más influyente de su generación y  Time la nombró una de las cuatro personas que han dado forma al siglo XX y al inicio del siglo XXI. En el 2005,  Business Week la calificó como la más grande filántropa de origen negro en la historia de los Estados Unidos
  10. Ha recibido muchos premios, entre ellos varios Emmys y en 2011 fue ganadora del Oscar Humanitario Jean Hersholt por su labor humanitaria a favor de las causas sociales. Es Doctora Honoris Causa por Harvard y en 2013 fue condecorada con la Medalla Presidencial de la Libertad, el máximo reconocimiento civil de su país, por el presidente Barack Obama.

Oprah es un montruo. Un fenómeno de la comunicación. Pero también es más que eso. Es una superviviente que hizo mucho más que sobrevivir. Ha dejado a medio mundo mudo de admiración  y se ha convertido en un icono para los norteamericanos y en un mito global. Y, todo ello, lo ha utilizado también para alcanzar metas más allá de lo profesional y lo económico.

Ella no representa exactamente lo que yo querría ser como periodista. No la considero una de mis maestras. Pero creo que es única, admirable y un torrente de energía positiva.

Hasta la próxima entrada

 

Imagen

Una Alondra vuela hasta Australia

 

Estoy convencida de que, entre otras taras (físicas y mentales), sufro cierto grado de amusia. ¿Que qué es eso?  Que me encuentro entre esas personas que han nacido sin la capacidad de entender ni apreciar la música. No es que no me guste. Es que me suele dejar fría. Y me da una rabia enorme. Ya sé que os parecerá marciano, pero es así.

Para todo lo demás, soy una persona con las emociones a flor de piel. Bastante intensa -diría que demasiado- y todo me afecta. Desde el gesto o la imagen más cotidianas -una noticia, un gatito en Internet o un buen día de sol- a un diálogo cinematográfico bien dirigido e interpretado, las artes plásticas en todas sus expresiones y, por supuesto, la literatura. Mi gran pasión.

Pero la música, no. Y me gustaría. Vaya que sí. Me muero de envidia cuando veo la pasión que despierta en mi hijo y mi marido, y las conversaciones exaltadas sobre grupos, álbumes, artistas y conciertos entre ellos y mis sobrinos, por ejemplo (ambos músicos desde diferentes ángulos). Y, por supuesto, me encantaría disfrutar como ellos y tantos otros del placer que veo que experimentan cuando escuchan ese extraordinario lenguaje sonoro que hace disfrutar a millones de personas en todo el mundo y que es algo así como el quimérico idioma universal.

La música es PURA COMUNICACIÓN. Transmite emociones, mensajes, ideas, retos, rebeliones y hasta revoluciones. Mirad (o mejor, escuchad) los himnos, por ejemplo. O canciones que se han convertido en clamores sociales. ¿Y el amor? ¿Qué mejor forma de expresarlo que una  buena canción que, en pocas estrofas, apoyadas por la melodía, es capaz de expresar, mágicamente, lo que sientes y tú no eres capaz de explicar con tus palabras? Menos mal que para eso, también tengo la poesía.. (reflexión personal).

En fin, que me disperso en mis limitaciones. Hoy escribo de música con nombre de mujer. Y eso es, en sí mismo, un acontecimiento cuando nos referimos a la Clásica y, sobre todo a la dirección de orquestas. La mexicana Alondra de la Parra es una luz brillante en este mundo de hombres, en los que los nombres femeninos mas que escasos son una rareza. En todas las profesiones las maestras que abren camino son esenciales para las que vienen detrás.

Se acaba de hacer público que en 2017 será la directora musical de la Queensland Symphony Orchestra de Australia. Impresionante. Y con sólo 36 años. Qué no le deparará el futuro. Me produce una enorme admiración porque, además, transmite humildad y pasión. Nada de ese aire remilgado de algunos de sus colegas masculinos.

Alondra vive en la música desde los 7 años. Piano, chelo, composición… Licenciada en piano bajo la tutela Jeffrey Cohen, y en Maestría de dirección de orquesta con Kenneth Kiesler, en 2003 funda en Nueva York la Orquesta Filarmónica de las Américas, para promover y difundir las obras de jóvenes compositores y solistas latinoamericanos -absolutamente desconocidos entonces al otro lado de la frontera-  y educar a los niños de escuelas públicas del Bronx y de orquestas infantiles en México.

Por supuesto, de la Parra ha dirigido también muchas otras orquestas, tanto en su México natal como en otros países, incluida la que ahora va a dirigir de forma permanente al otro lado del mundo, en Australia, y con la que dice sentir una química especial.

Para alguien como yo, esta mujer representa algo inimaginable y casi misterioso. La música como esencia de una vida. Pero, desde la distancia de mi incapacidad, he de decir que, en realidad, representa lo que muchos querríamos. Vivir en y para lo que nos apasiona y que se nos valore por ello, como han podido hacer también otras afortunadas, en el campo que hayan elegido y en el que -seguro- se han tenido que partir la cara. Aportar algo al mundo y a las personas, que las haga disfrutar y un poco más felices, y ayudar a difundir tu pasión, desde tu corazón -y su batuta- hasta el último rincón del mundo.

Alondra, me das envidia. Suerte. Es la de muchas.

Hasta la próxima entrada.

Imagen

Las 4 caras de Ève, la Curie sin Nobel

Ève era una artista. Un «bicho raro» en la familia Curie, dedicada en cuerpo y alma a la ciencia, y laureada por ello. Sus padres y su hermana Irene fueron investigadores de reconocidísimo prestigio, todos ellos en el campo de la radioactividad.

Pero a ella, aunque tan brillante como los demás -incluso se graduó en ciencias por aquello de la tradición- la vida y la ilusión la llevaron por otros caminos, en los que también destacó y que disfrutó durante sus más de 100 años de vida.

  1. Fue pianista. Desde muy pequeña se sintió fascinada por la música clásica y fue una concertista precoz. Durante los años 20, recorrió algunas de las salas más prestigiosas con su música, demostrando una destreza notable. Qué envidia.
  2. Fue hija. Y el orden de esta relación no es aleatorio, porque este papel lo ejerció después del anterior. No había cumplido los 2 años cuando su padre murió en un accidente, y su madre se distanció de su dolor, y de paso de ella y de su hermana, refugiándose en sus trabajos de investigación. Más adelante, recuperaron su relación y el tiempo perdido. Madre e hija tuvieron una conexión especial, y estuvieron muy unidas, hasta la muerte de Marie, víctima de la leucemia provocada por la radioactividad, a la que consagró su vida y su trabajo, y que la hizo merecedora nada menos que el Premio Nobel (años después, también su hermana Irene recibió el galardón más importante del mundo. Vaya familia de genios)
  3. Fue periodista. Trabajó como reportera durante la II Guerra Mundial y, una vez finalizada la contienda, fundó y co-dirigió el Paris-Press, hasta 1949.
  4. Fue escritora. Su obra más alabada y recordada fue la biografía de su madre, publicada tras la muerte de éste y todo un best-seller en 1937. En ella, Ève humanizaba y transmitía amor y admiración por una de las mujeres más importantes de la Historia. Debió de ser un honor y un enorme peso ser la hija de Madame Curie.
  5. Fue filántropa… consorte. En realidad, no. Ella misma dirigió y gestionó la fundación que llevaba el nombre de su madre durante muchísimos años.  Pero también fue esposa de Henry Labouisse, embajador estadounidense en Grecia cuando se conocieron, y luego director ejecutivo de Unicef y el que recogió otro Premio Nobel, en esta ocasión el de la Paz, concedido a la organización en 1965.

Así que Ève siempre vivió rodeada de personas especiales, tanto como ella misma lo fue, desde un plano de discreción y humildad rebajado un grado respecto al resto. Ella era lista, era hermosa (por dentro y por fuera), era fuerte. Una Curie única. Fue Ève. Y durante tanto tiempo

Hasta la próxima entrada.

Imagen

Somos unos miserables

No podría escribir de otra cosa. Hoy no. Esta vez no quiero escribir sobre mujeres admirables o cuestionables,  ni sobre política, periodismo, o historia. Sólo puedo vomitar indignación y culpa en estas líneas.

A partir de esta media noche, damos un portazo en las narices de otros seres humanos, y los expulsamos, quitando de nuestra vista y nuestras sensibles narices su sufrimiento y su dolor.

Esta entrada no va ser muy florida, ya lo advierto. No me sale, ni quiero que me salga. Sólo siento vergüenza, dolor, asco y rabia. Se me parte el alma y no tengo ni idea de qué tengo que hacer para evitar que esta mierda sea de verdad, y no un mal sueño con tristes similitudes con los repugnantes años 30, que llenaron de miedo y muerte el mundo.

  • Siento vergüenza de formar parte de la sociedad teóricamente más civilizada del mundo. Cuna de la Democracia, la cultura clásica, del Renacimiento y de la Ilustración. Que le den a todo eso. Somos también la sociedad que desprecia a otros seres humanos que molestan y perturban nuestra hermosa realidad de mierda (ya van dos mierdas en el texto, es verdad. Os lo dije). Ahora estiramos nuestros cuellos blancos o miramos para otro lado, pero estoy segura de que la Historia nos juzgará (y si no, qué asco de Historia), como lo que somos: unos miserables. Y lo que está pasando, como un genocidio de inocentes, por el que los abandonamos a su suerte, y los dejamos morir de hambre, de frío y de rechazo. Esos rostros agotados y estupefactos deberían perseguirnos a todos (y a cada uno) lo que nos queda de vida. Si nos queda algo de decencia, así será.
  • Me duele. Se me parte el alma cuando veo a esos padres y madres que lo único que quieren es salvar a sus hijos, proteger a su familia. Llevarlos a lugar seguro y, allí, seguir viviendo. ¿Quién no entiende eso? Tengo un amigo que ha estado allí, en Lesbos, cubriendo la noticia de las llegadas de zodiacs a la isla para Canal Sur, a través de sus «ojos andaluces» y los de la ONG de bomberos del Sur que ya son héroes para muchos de nosotros . Sólo mirad su cara cuando hace la entradilla y escuchad su tono de voz durante toda la crónica. A él también le duele, claro. Siempre ha sido buena gente, mi amigo Miguel.
  • El asco me domina cuando miro los cuerpos bien alimentados y abrigados de los cabrones que han promovido todo esto. Pero también me repugna ver que todos seguimos con nuestras vidas, como si nada. Yo, la primera. Ayer fui a la peluquería y estuve de compras, vi una película y dormí la siesta. Como cualquier otro sábado de invierno, bajo la manta de mi sofá. Me pregunto todos los días si soy una hipócrita, si debería salir a la calle a gritar contra esto, o, mejor, comprar un billete de avión directamente a Lesbos o a Idomeni y ponerme de una vez a hacer algo por ellos, y que, de paso, no piensen que los europeos somos todos unas personas de mierda (y van 3). Si tendría que rebelarme contra quien sea para que las fronteras se abran y acojamos a los que necesitan refugio, comida, mantas y, sobre todo, la compasión y el apoyo de otro ser humano, para no perder la fe en esa Humanidad a la que tristemente pertenecemos todos.
  • Pero, sobre todo, estoy rabiosa. Tanto, que a veces, me cuesta pensar. Oigo los llantos y los gritos de esta pobre gente y la sangre me hierve. Y todavía es peor cuando no los oigo y solo hay silencio y  miradas suplicantes y sorprendidas.  Cuando los miro temblar caminando sobre el barro, cuando descubro lo que supone parir y nacer en Indomeni, en medio de la miseria y la indignidad en la que los hemos dejado.

A partir de mañana, la indecencia y la crueldad de dejar morir a nuestros congéneres será legal. Los «devolveremos» a Turquía, pagando por ello a un país en el que ni siquiera están a salvo la dignidad y los derechos de su propio pueblo.

Ojalá no podamos pegar ojo mientras esto siga ocurriendo. #OpenTheBorders,  joder.

Hasta la próxima entrada.

Imagen

La verdad es nuestro trabajo

No conocía bien la historia hasta que vi la película, y sigo en shock. Sé que genera controversia, según quien la cuente, pero yo tiendo a creer la versión de la cinta, por periodista y por «liberal», como llaman en los EE.UU. a los de ideas progresistas.

En todo caso, lo que me ha impresionado más es la sucesión de acontecimientos que se produjo en este caso, en una prestigiosa cadena, con informativos respetados y en»60 Minutos», uno de los programas míticos y referente para todo periodista, en cualquier parte del mundo.

Acababan de triunfar con un reportaje sobre Abu Ghraib que mereció nada menos que un Peabody unos meses después, ya caído todo el equipo en desgracia y fuera de la cadena.

Y entonces se complicó todo. Unos documentos dudosos tiraron por tierra una historia claramente probada, la de que el entonces Presidente George W. Bush se había «escaqueado» de ir a la Guerra del Vietnam, por un chanchullo de niño rico enchufado en la Guardia Nacional, de cuyos entrenamientos y actividades apenas llegó a formar parte.

Mary y el famosísimo presentador Dan Rather capitanearon un equipo muy poco ortodoxo que investigó durante semanas y que se precipitó un poco en la emisión, es verdad. No había hueco en el resto del mes y apostaron por la primer opción, para que nadie les pisara el «notición».

Los conocidos como «documentos de Killian», parte de las evidencias de la historia,  se cuestionaron casi de inmediato, y a pesar de las pruebas que el equipo puso sobre la mesa e incluso emitió, la cosa se fue al garete y, con ella, el equipo entero, que acabó en la calle. Todos despedidos, excepto Dan, al que le permitieron «dimitir» en antena y salir ligeramente más airoso, aunque no mucho.

Se trató de una secuencia de hechos que, si no fuera porque fueron patéticos, serían hilarantes. Fue el principio del fin de las noticias bien hechas en televisión. Cuando el negocio barrió por fin al periodismo, lo único se había mantenido más o menos limpio de aquellos intereses hasta entonces.

Y ahí acabó todo. Con una pantomima de comisión de investigación interna que tenía como propósito claro la condena de Mary, que fue el chivo expiatorio, aunque otros tampoco se libraron, aunque no la apoyaran e intentaran salvar su «culo» en la cadena. Todo por evitar el escándalo en año electoral y para que la reelección no corriera peligro.

Y así fue. Mary, deprimida y vapuleada, nunca volvió a trabajar en televisión. Dan se retiró del gran mundo y pasó a una pequeña cadena. Y Bush renovó la presidencia en un nuevo mandato: «¡Cuatro años más!».  Y todos felices. Algunos todos, claro.

¿Y cuál era la verdad? Qué importa. Y ya sabemos todos lo que pasó en aquellos 4 años de Bush. ¿Qué hubiera pasado si el escándalo hubiera calado y el resultado de las elecciones presidenciales de 2004 hubiera sido otro? Quién sabe…

Mary, al igual que otras maestras, de allí y de aquí, solo hacía quería hacer su trabajo. Y no pudo, después de aquello.

Hasta la próxima entrada.

 

 

Imagen

Scout ha muerto

«¿Sabes lo que es transigir?» Le pregunta el bueno de Atticus a su pequeña de 6 años, que llora porque no quiere volver al colegio después de un primer día descorazonador. Qué gran pregunta, más en estos tiempos de negociaciones y pactos. Aunque no siempre es posible hacer concesiones, es una buena lección, sin duda.

Harper Lee murió hace unos días.  Su única obra (no voy a admitir a «la otra»  como una novela rematada por la escritora. Sólo se publicó cuando ella ya no podía oponerse),  Matar un Ruiseñor, ha emocionado a millones de personas de todo el mundo desde su publicación.

La historia de Scout, su protagonista (inspirada en ella misma), su hermano Jem y su amigo Dill (el alter-ego de Truman Capote, su gran amigo desde la infancia) lo tiene todo y no ha envejecido nada, como suele ocurrirles a las buenas historias. Conmovedora, divertida, reflexiva y maravillosamente bien escrita y traducida (la mayoría de las veces).

Atticus es uno de mis héroes desde que vi la película y -años después- leí el libro. Un gran padre, un hombre bondadoso, querido y respetado por su comunidad, pero capaz de enfrentarse a ella y a sus prejuicios por defender lo que es justo y a un inocente. El pobre Tom, un buen hombre negro, acusado falsamente de violar a una mujer blanca, no merecía ser condenado. Atticus luchó por su absolución, aunque le sirvió de poco en la sociedad racista de Alabama de mediados del siglo pasado. Que el actor que lo interpretó en la gran pantalla fuera Gregory Peck contribuyó bastante a esa admiración que muchos sentimos por el personaje, lleno de razón y sabiduría.

Con los años, sin embargo, es el personaje de Boo el que ha ido creciendo en mi lista de favoritos. Un hombre huraño y temido por los prejuicios adultos. Un ser solitario y triste escondido en su casa, el objetivo de las aventuras de los 3 pequeños durante los largos y calurosos veranos del Sur. Boo quiere a los niños, les hace pequeños regalos y los defiende de la brutalidad de la ignorancia. Enternecedor y admirable. Un pequeño-gran animal indefenso, que solo quiere que lo quieran, y no hace mal a a nadie. Fuerte y débil a la vez.

Y esos niños, que no entienden nada y saben más que la mayoría. Scout, desactivando a la turba racista que quiere hacer daño a su padre, Jem, que no acepta lo que pasa, Dill y su desbordante imaginación y, por lo que se intuye, una vida triste en la ciudad.

Juzgados y casas solitarias, juegos y peleas, conversaciones y disturbios. Y mucho que pensar. Sobre el racismo y su sinrazón, sobre la pobreza y la soledad. Sobre los hombres y los niños. Sobre la vida y sus miserias. Sobre el amor y los odios. Sobre el abuso y la debilidad.

Un canto a la buena voluntad y a la inocencia. Un grito contra la crueldad, porque «Matar ruiseñores, que sólo cantan y no hacen daño, es un acto malvado».

Hay autores que se desfondan en una sola obra, única. La historia que tienen que contar y que sacan de tan dentro que trasciende lo que son. Este es el caso de Harper Lee y su maravillosa Scout.

Hasta la próxima entrada.

Imagen

Genet escribe cartas desde París

Vaya por delante que Janet Flanner -este era el verdadero nombre de Genet- no me cae bien. No sé por qué, la verdad. Me parece una de esas personas conscientes de su inteligencia y superioridad intelectual, que insiste en demostrarlas constantemente. Y eso me resulta cargante.

También tengo la sensación -y eso sí que es una opinión totalmente personal, e incluso diría que infundada- de que no trató bien a sus parejas, hombres y mujeres, y de que se aprovechó de ellas (sobre todo de ellas) y de la devoción que, sin duda le demostraron.

Aunque en 1921 hizo reportajes para National Geographic, viajando a Turquía y Grecia con Solita Solano, su compañera y secretaria durante décadas,  Janet desarrolló prácticamente toda su carrera periodística en París, como corresponsal de The New Yorker. Vivió en la capital francesa durante 50 años, con regresos frecuentes y de diferentes duraciones a los EE.UU.

Perteneció a la famosa Generación Perdida de americanos residentes en París, entre los que se encontraban también personalidades tan conocidas y reconocidas como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Dos Passos, Djuna Barnes, o su íntima amiga Gertrude Stein, entre otros. También se codeó allí con intelectuales y artistas europeos de los que han hecho historia, como Cocteau, Matisse o el mismísimo Picasso. Desde luego, no puede decirse que su vida no estuviera repleta de estímulos y emociones.

Eso sí, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, ella y Solita volvieron a su país, huyendo de las bombas y de los nazis. Genet vivió algunos años en Nueva York, con una nueva compañera, Natalia Murray. Solo volvió a Europa para cubrir el Desembarco de Normandía, las hazañas del ejército norteamericano y el triunfo de las tropas aliadas sobre el nazismo.

Durante los años siguientes, de nuevo con Solita, fue testigo y cubrió los hechos más relevantes de los años centrales del siglo pasado, repleto de guerras, revoluciones y crisis de toda índole.  Genet escribió sus «cartas» desde Europa en The New Yorker sobre los Juicios de Nurember o la revolución de Hungría, entre otros momentazos inolvidables de la Historia.

Su vida como periodista se concentra en su columna, que escribió durante más de 40 años, bajo el título «Cartas desde París (desde Roma en 1949)». Y ya está. Algunas colaboraciones con NBC radio, una recopilación de artículos y una novela de escaso éxito y dudosa calidad, The Cubical City, completan su obra.

Pero, sin duda, disfrutó de la vida. Conoció a personas extraordinarias, presenció grandes acontecimientos históricos en los que pudo profundizar, viajó y tuvo amores intensos. Una afortunada. Como anécdota, participó incluso en el famosísimo debate con Gore Vidal y Norman Mailer en el Show televisivo de Dick Cavett en 1971. No se perdía una…

Vivió una vida intensa, siempre desde una actitud distante y algo malhumorada. Su forma de contar las cosas y su tono me resultan algo molestos, como si menospreciara su suerte y, al mismo tiempo, quisiera demostrar a todos que se merecía esos privilegios.

Releyendo lo que escribo, me cuestiono si mi poca simpatía por Flanner se debe únicamente a la envidia, pero creo que no. La vida de otras muchas personas, de mujeres que aparecen o aparecerán en este blog, me resulta tan admirable, interesante y apetecible como la suya. Y me gustan. Algo en la impostura de Genet, su forma de hablar, su gesto condescendiente y su altivez, me alejan de ella.

Tuvo tanta suerte que las dos mujeres que la acompañaron de una forma más estable a lo largo de su vida, Natalia y Solita, regresaron siempre a ella. Natalia la cuidó hasta el día de su muerte, en 1978.

Estoy segura de que era una gran profesional. Estoy convencida de que tenía virtudes personales que desconozco y que la hicieron digna del amor y la amistad de muchas de esas grandes personas que he citado.  Pero hay personajes por los que sientes atracción y por otros, rechazo o, simplemente, indiferencia. Y este es el caso. Decidid vosotros lo que sentís por Janet, aunque no os he puesto fácil que os guste ¿Verdad?

Hasta la próxima entrada.

 

 

 

Imagen

Las mujeres de Mabel Lozano

Conocí a Mabel Lozano en una reunión de trabajo hace dos o tres años y me impresionó mucho y positivamente, pero también acabé extenuada por su energía, y eso que yo tengo lo mío.

Es una mujer que transmite pasión e ilusión puras por lo que ha decidido hacer. Puede que alguno de vosotros la recuerde en los primeros años públicos de su profesión, presentando Noche de Fiesta o La Ruleta de la Fortuna, o como actriz en Los ladrones van a la oficina, por ejemplo. Pero ahora, si hablas con ella, te cuesta reconocerla en aquellas labores  y cuesta creer que sea la misma persona.

Aunque seguro que es la misma, pero todo eso fue antes de darle el volantazo a su vida profesional que, en 2007, la llevó a hacer documentales, cortos e incluso spots como realizadora, tras formarse para ello.

En todos sus trabajos, las mujeres son -somos- las protagonistas, el centro de historias que reflejan realidades, a veces terribles y dolorosas, y otras emocionantes, pero siempre miradas -y vistas- desde el respeto, incluso el amor, diría yo.

Es difícil de olvidar su primer documental, Voces contra la trata de mujeres, en la que denuncia la compra-venta de niñas y mujeres para su explotación sexual. Sin amarillismo facilón, con la verdad, «simplemente»,  y el conocimiento de las circunstancias de estas mujeres, Lozano nos abofetea con una realidad repugnante, con nombres propios, padres, hermanos e hijos en sus países de origen.  Historias personales y mucha amargura.

Su último proyecto, Chicas Nuevas 24 Horas, aborda también la enorme vergüenza humana que es la trata de mujeres. Es ya una iniciativa más compleja- y ambiciosa-, en la que Mabel trabaja codo con codo con Charo Izquierdo, centrándose el documental de la primera y la novela de la segunda – Puta no soy , que se complementan, en una mujer real, víctima de la esclavitud y la humillación que viven miles de mujeres en el mundo.

Y entre estos dos trabajos, en los que el denominador común es evidente, Lozano ha llevado a cabo varios más, siempre sobre mujeres. Experiencias, memorias, preocupaciones.

Me interesó especialmente su enfoque sobre la maternidad en Madre, de 2012, donde aborda esta función desde el entorno que nos rodea, a cada una el suyo, pero desde luego muy diferente a la de nuestras madres y abuelas. La propia directora lo explica con mucha claridad, con su habitual lenguaje directo y su tono franco, que no logran ocultar el profundo conocimiento de la materia y la amplia investigación previa, que le permite «parir» -nunca mejor dicho- todos los trabajos que he tenido la oportunidad de ver.

No me quiero dejar tampoco Las sabias de la tribu, una preciosa película sobre mujeres muy diferentes -públicas y anónimas-, pero todas extraordinarias, que nos hacen el honor de compartir con nosotros cómo han superado grandes dificultades, de muy diversa naturaleza. Una, en la política, otra para hacer teatro, la que quería estudiar y no pudo hacerlo hasta que fue mayor, una ex-atleta, una mujer lesbiana que tuvo que pelear por su opción, una escritora… Historias de mujeres libres porque «se lo han trabajado». Pura admiración.

Un año antes, otras cinco mujeres, en este caso atletas paralímpicas, fueron también las protagonistas de La Teoría del Espiralismo. El documental narra las historias cotidianas  de las nadadoras María Teresa Perales y Sara Carracelas, de la ciclista Raquel Acinas, de la atleta Eva Ngui y de la jugadora de baloncesto Cristina Campos.

Como socia de CIMA (Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales), Lozano trabaja también porque otras mujeres, como ella misma y otras que son también conocidasd y reconocidas, tengan la oportunidad de hacer cine, de ficción o documental, o como les dé la gana, en un país y en una industria en los que las cosas no son fáciles para nadie, pero menos aún para las mujeres. Como en tantas otras cosas.

Pero las historias que cuenta Mabel Lozano no son solo «películas» – que tampoco sería poca cosa-. Son sobre personas y sus vidas, muchas de ellas con amarras, o que luchan por romperlas e, incluso, algunas que lo han conseguido. Mujeres de verdad, que esta cineasta nos ha descubierto o ayudado a conocer mejor.

Y esto tiene que seguir creciendo.

Hasta la próxima entrada.