[Este texto lo escribí como regalo de Reyes para Pablo: mi compañero, mi amigo, mi amante, mi marido. El mejor hombre del mundo].
Hay miradas que son como una estufa. Calientan el alma.
Tuviste suerte y encontraste sus “ojos del color de la Coca-cola” hace mucho tiempo, mientras tú, como una zahorí de poca monta, buscabas no se sabe qué agua en no se sabe qué arena.
Fuiste afortunada, porque tan enfrascada estabas en tu árida búsqueda que, al principio, no lo viste. Se ponía en tu camino y girabas a la izquierda (siempre a la izquierda). Llamaba a tu puerta y no abrías. Gritaba y ni levantabas la cabeza.
Pero – otra vez la suerte – él insistió. Y por fin miraste. Y sentiste ese calor que aun dura. Y llegaron los besos. Muchos, muchísimos. Y los abrazos. Y el gato. Y todo lo demás.
El “si quieres, nos casamos”. Y el “hacemos lo que tú decidas”. El brindis “por el nieto”. La cara de bobo enamorado con el libro de familia en el bolsillo de la camisa: Elena. Y el dolor por la pérdida de la abuela Josefa. Málaga. Tu inexplicable tristeza y su apoyo inquebrantable ¡Qué suerte tienes!
Aquel proyecto y los apuros que ahora apenas recordáis y que ya no parecen tan terribles. Y la vuelta, siempre juntos. Con la niña y Carolina. Para que tú trabajaras y fueras más feliz.
Y la suerte continuó. Llegó Lola. Y nació Pablo. Los seis a Pozuelo. Lola enloqueció y casi os enloquece. Tiempos raros y alguna lágrima. Carolina se durmió y no despertó.
Tuviste miedo algunas veces, pero -vaya suerte- él te lo quitó con unas líneas y más miradas de esas que te ablandan los huesos. En ellas te ves tan guapa, lista y buena como te gustaría ser.
La vida a galope tendido. Las riendas no siempre firmes. Pero también se trata de eso. Casa nueva. Perros, gatos y caballos. Neo y Nico. Nacimientos y pérdidas. Partidas y bienvenidas. Tu madre por fin descansó. Javi y Raimundo también se fueron. Y os dejaron Lola, Pili, Wendy y el pequeño Bruce. La aventura de Nora y los 7 perritos. Nota. India, Kenia y Logan. Y vuestra Robin, que le robó el corazón.
Menuda suerte. Vais juntos por el mundo, hombro con hombro. Aunque los viajes son cosa suya. Tú te dejas llevar, y descansas de esos quebraderos de cabeza que te causa todo lo demás. Por España, a Italia, Francia, Estados Unidos (¡Otra vez Orlando!), Holanda, Bélgica, Luxemburgo, UK, Portugal, Argentina, Chile, Austria, Suiza, Alemania… y a Cádiz. Siempre Cádiz.
No pienses en el futuro, tonta. Llegará sin falta y a saber cómo. Mejor quédate con el presente, que no está nada mal. Una manta ligera en invierno y un baño de sol en verano. Cálido, como a ti te gusta. Aunque, de cuando en cuando, una corriente en forma de grito o de disgusto – que son también la sal de la vida – te provoca un escalofrío. O alguna ráfaga de mal humor o de preocupación te pone la piel de gallina.
Él no permite que te congeles. No te deja nunca fuera, con ese frío. Por fortuna, te obliga a entrar y te abriga, aunque tú no quieras o no te des cuenta de que estás desnuda a la intemperie. Una suerte.
No habla mucho ese hombre tuyo ¿No? A veces, desesperas con sus silencios, con esa supuesta indiferencia, la serenidad aparente que a veces esconde inquietud o angustia. Y entonces vuelve el miedo. Porque eso es lo que mas temes. Que se vaya. Que no esté. Que le pase algo malo. Que te deje. Que ya no te quiera. O que te quiera menos. Que tu mirada no reconforte su alma.
Son como pinchazos, algunos ligeros, más fuertes otros. Y de tanto en cuando. Aunque duelen y te dejan, por un momento, exhausta, y luego esperanzada. Por una palabra, un gesto, una caricia. Esa mirada, otra vez.
Y la vida sigue a toda máquina. Qué suerte.
Madrid, 6 de enero de 2019
Hasta la próxima entrada.