Imagen

La conversación más difícil

Toca otra entrada de esas raras. Una personal, como la que escribí sobre Elena. Voy avisando, por si alguien quiere dejar de leer ya. Esta vez solo va de mí. Si no os interesa, os espero en la siguiente. No os preocupéis, lo entiendo, y no os lo tendré en cuenta.

En realidad, es una necesidad.  Yo, lo confieso, hablo muchísimo. A veces (muchas veces, en realidad), demasiado. No me importa admitirlo ni que me lo digan (bueno, depende de quién y cómo, sinceramente). Algunas veces, incluso agradezco que me paren, cuando estoy en uno de esos brotes de verborrea que, en ocasiones, me dan cuando estoy nerviosa o preocupada. Parloteo casi sin control y no me viene nada mal que alguien -con cariño y respeto- me pida que me calle. Yo, en esos casos, no puedo parar. Otras veces es porque tengo mucho que decir. Y lo digo.

Pero cuando se trata de hablar conmigo misma, ya es otra cosa. No siempre, pero a veces, y más últimamente, me da miedo. Y no lo hago. Me aturdo con información y estímulos externos (lectura, películas, trabajo, charlas con los demás…) y evito tener esa conversación. Enfrentarse con el propio yo no es nada sencillo, sobre todo cuando ese yo no está en su mejor momento.  ¿Qué te vas a decir? ¿y qué te vas a contestar? Igual no te gusta nada, porque estás cagada de miedo.

La charla que tendría que tener conmigo misma está llena de preguntas, de las que no sé o no me gustan las respuestas. Pero sé que tengo que hacerlo, así que lo hago. Sola o con ayuda ¿Qué mas da? lo importante es no dejarte llevar por el miedo, ni por las sensaciones que, muchas veces, no son más que eso.

Como veréis, a lo que me refiero verdaderamente es a que es importante llevarse bien con una misma. Es casi lo primero. Sin eso, a los demás los vuelves locos. No entienden nada de lo que te pasa, porque no lo sabes ni tú. No lo has «tratado» desde dentro. Los otros no te van a salvar, aunque te quieran mucho. Aunque te adoren.

¿Da miedo? Claro ¿Sientes vértigo? Serías una inconsciente si no fuera así. Pero no hay otra. ¿Y sabes por qué?

  1. Porque eres tu mejor amiga. 
  2. Porque te conoces -o deberías hacerlo ya a estas alturas, así que espabila- mejor que nadie
  3. Porque te lo debes
  4. Por egoísmo, que está muy bien.
  5. Porque tu gente se preocupa cuando estás tan rara.
  6. Por la pura necesidad de averiguar qué narices está pasando.
  7. Por el placer de descubrir las cosas maravillosas que tienes y que casi nunca te paras a disfrutar.
  8. Por auto-crítica y aprendizaje.
  9. Por análisis. Cuando te paras a reflexionar, ves mucho más lejos, muchas más cosas y menos tremendas.
  10. Por valentía. Si identificas enemigos ahí dentro (reales o no), podrás pelear.
  11. Por diversión. A veces, eres estupenda y muy graciosa.
  12. Por ética. Para saber y resolver.
  13. Por estética. Así podrás colocar algo en su sitio.
  14. Porque es bueno para el alma. Y la cabeza, sobre todo para «esa cabeza».
  15. Por salud. Mental y de la otra.

Por lo menos, yo lo veo así. A pesar del temor y la pereza del antes. Aunque después te sientas triste o decepcionada. Porque también puede pasar lo contrario. Que seas capaz de distinguir la mierda de las flores y que éstas sean muchas más de las que esperabas. Y también para tomar decisiones, grandes o pequeñas, que son las que hacen avanzar la vida que, si no, se queda como fría y lela. Y eso sí que no.

Salir del propio desconcierto es una tarea que solo puede hacer uno mismo. Aunque no apetezca, aunque aterre. Porque es posible que las luces sean más potentes que las sombras y te quites, de una puñetera vez, esa especie de niebla que atonta y no te deja ver más allá de tus narices.

Creo que me he convencido. Os dejo para seguir conversando.

Hasta la próxima entrada.