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Vivir con miedos

Acabamos de volver de vacaciones.  Han sido unas semanas estupendas, todos juntos en un lugar maravilloso al norte de Italia. Una casa preciosa, un tiempo espectacular, paseos en barco, amigos, comida rica y descanso ¿Qué más se puede pedir?

He disfrutado muchísimo. Pero, para que os hagáis una idea de cómo es mi cabeza y cómo el miedo vive conmigo ya no sé ni desde cuándo (no recuerdo cuando no lo sentía, con mayor o menor intensidad), en esos días geniales, he tenido tantos temores esporádicos que, al repasarlos, suena ridículo. Pero la verdad es que casi siempre me pasa algo así. Y ni siquiera puedo decir que haya sido una época especialmente mala. Las he tenido peores. Mucho peores.

He tenido miedo:

  1. A que el avión se cayera. Toda la familia junta, camino de la felicidad veraniega. ¿Y si tenemos un accidente? He de deciros que no tengo fobia a volar ni nada de eso. Simplemente, me asalta, de repente, la posibilidad de que algo tan terrible como eso pueda pasarnos a nosotros.  Esas cosas pasan ¿No?
  2. A quedarme viuda. Sí, viuda. Una mañana, a mi pareja le dolía ligeramente la cabeza. Y a él NUNCA le duele. Poco a poco me fui tranquilizando, porque parecía un catarro. Hasta que, con motivo de la falta de olfato transitoria que tuvo, nuestro hijo hizo una «broma» acerca de que eso podría ser síntoma de un «derrame cerebral». Una broma -sin ninguna gracia- que pasó en un segundo, y sobre la que nadie más volvió a pensar. Excepto yo, claro.
  3. A saltar por los aires. Desmembrados todos. En la casa olía, de vez en cuando, a gas. No os tengo que decir más ¿Verdad?
  4. A morirme. No una, sino varias veces. Por unas cosas o por otras. Por un dolorcillo desconocido aquí, por la posibilidad de caer al Lago Como y ahogarme, por una picadura extraña en el párpado derecho. Por cualquier cosa.
  5. A la soledad. Por estar haciéndome vieja, por mi mal humor, porque he engordado, porque no hay quien me aguante, porque ya no soy la que era. Porque la vida de todos sigue y yo podría quedarme atrás.
  6. A que el avión de Elena se cayera. Sí, otra vez. Nuestra hija volvió antes que nosotros, y de nuevo esa idea terrible vino a buscarme.
  7. Al fracaso. En mis aspiraciones, ilusiones y planes. Soy de hacer muchos de «principio de curso» (mucho más que en enero).
  8. A que las cosas cambien… Y a que no lo hagan. Al mismo tiempo. Qué queréis que os diga. No quiero estancarme. Quiero que pasen cosas (buenas) y que mi vida avance y evolucione. Quiero sorpresas y buenas noticias.  Sin embargo, en algunos momentos, me sobrecojo pensando si me merezco lo que tengo y si algo horrible me estará esperando a la vuelta de la esquina.
  9. A ilusionarme. Avanzando próximas vacaciones y celebraciones. Por ser demasiado osada. Pueden pasar tantas cosas y en cualquier momento…
  10. A hacerme vieja. Por dentro y por fuera. A dejar de ser la que soy e ir perdiendo fuerza, energía, ganas y hasta mi libido. Y a ganar arrugas, kilos, achaques y manías. Eso del climaterio suena tan mal…

Y todo eso en apenas dos semanas. En quince días que, como os decía, han sido buenos. Muy buenos. Y es que yo vivo así. Y de los miedos que siento -grandes, medianos y pequeñitos- apenas comento unos pocos. Por no resultar ni pesada ni totalmente chalada. He aprendido a seguir adelante e incluso disfrutar con la mente trufada de este tipo de pensamientos.

He pasado momentos mucho peores y esto me parece lo normal. Esta vez me ha hecho hasta gracia compartirlo aquí. Resulta grotesco al verlo por escrito. Así somos mi cabecita y yo.

Hasta la próxima entrada.

 

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De profesión, periodistas

Hace unas semanas, el Congreso le concedió a Lucía Méndez el primer premio Josefina Carabias de periodismo parlamentario.

¿Quién es Josefina Carabias? 

Una maestra de todas los que nos dedicamos a esta apasionante y maltratada profesión,  y considerada por algunos la primera mujer periodista de España, porque era su única profesión y, además, formaba parte de la redacción de los medios en los que trabajó, al contrario que otras mujeres que habían escrito ya, pero como colaboradoras.

Carabias empezó a ejercer el periodismo en la revista Estampa, durante la II República. En los años 20 estudió Derecho y vivió en la Residencia de Señoritas de Madrid, dirigida por María de Maeztu. En aquella época conoció a Unamuno y Valle-Inclán y participó activamente en la vida intelectual de la capital.

Después de la Estampa, formó parte de las redacciones de La Voz y Ahora y participó en el primer programa de radio informativo de la época, La Palabra, de Unión Radio. En pleno despegue de su carrera, estalló la Guerra Civil, que -como para tantas personas- lo cambió todo. Huyó a Francia con su marido, Francisco Rico-Godoy, y permaneció en el país vecino hasta el final de la contienda, momento en el que decidieron regresar.  Una vez en España, su marido fue detenido y condenado a 10 años de cárcel por comunista y masón. Durante el encarcelamiento de su esposo, Carabias dio a luz a su primera hija, Carmen Rico-Godoy.

Durante los años 40, la periodista colaboró con varios medios, aunque, por motivos políticos, tuvo que hacerlo bajo el pseudónimo de Carmen Morán. Todo cambió en 1951, año en el que empezó a ser reconocida, tras la concesión del Premio Luca de Tena por un artículo sin firma. En 1954 empezó su experiencia como corresponsal, primero en Washington y luego en París.

En 1967 regresó a España y, desde su columna en Ya fue testigo y altavoz de los últimos años del Franquismo y la transición. Murió en 1980 de un infarto.

¿Y Lucía Méndez?

Ella también es «solo» periodista. Y también una maestra, en plena actividad y con una larga y brillantísima trayectoria. El premio es más que merecido y prueba de ellos es la unámime decisión del jurado y la avalancha de felicitaciones que recibió de compañeros y medios, próximos y de la competencia. Eso no es muy frecuente y tiene un significado claro. Méndez es querida y respetada en la profesión.

Aunque trabajó antes en varios medios, forma parte del equipo fundador del Mundo, medio con el que está fuertemente vinculada desde su salida a los quioscos hace ya casi 30 años, como cronista parlamentaria. También es colaboradora de opinión en varios medios, como la Cadena SER y TVE. Siempre con una visión profesional, analítica y basada en su profundo conocimiento sobre los temas políticos. Su tono es sereno y su conversación respetuosa. Escucharla y leerla es un placer y muy enriquecedor, estés de acuerdo con su punto de vista o disientas del mismo. Su perspectiva es siempre inteligente, incluida la que tiene sobre la profesión. También ha escrito varios libros.

Josefina y Lucía son dos mujeres periodistas a las que separan varias décadas, que forman parte de un cada vez -afortunadamente- más grande grupo, que no es únicamente el de los cronistas parlamentarios. El periodismo es un oficio en el que ya hay muchas mujeres. Muchísimas. Sin embargo, queda todavía mucho que hacer. Empezando por que estemos no solo en la redacción y en la calle, sino en los despachos y en la dirección. Y, por encima de todo,  que la perspectiva de género esté también en los medios. Dentro y hacia fuera.

Hasta la próxima entrada.