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POLÍTICA Y NATURALIDAD ¿MEZCLA IMPOSIBLE?

TODO COMUNICA.  Aunque simplemente os hayáis limitado a hojear (y ojear) cualquier texto sobre comunicación o ver un par de vídeos sobre el asunto, estoy segura de que conocéis esta frase. Y, aunque ya suene a lugar común, es muy cierto.

¿Y quién no prefiere una persona simpática, cercana y con sentido del humor, antes que a alguien siempre serio y estirado? No sé por qué en la política española esto no se aplica como el asunto merece, especialmente teniendo en cuenta que en los últimos años hemos tenido mucha necesidad de reír, o al menos de echar una sonrisa de vez en cuando, metidos de lleno en una crisis económica sin precedentes  y envueltos en casos de corrupción por doquier.

Estamos acostumbrados a ver a políticos anglosajones (estadounidenses y británicos sobre todo) riéndose de sí mismos y participando programas y actividades de una forma desenfadada, intentando demostrar que son personas cercanas y «normales». Se me vienen a la memoria dos casos muy evidentes, protagonizados por las mujeres más poderosas de los Estados Unidos.

  1. Una divertida imagen de Michelle Obama bailando con mucha gracia en el Show de Ellen DeGeneres, tras una entrevista distendida, en la que la Primera Dama aprovechó para promover una de sus «causas»: la de la actividad física para combatir la obesidad infantil. No solo nadie se rasgó las vestiduras, sino que el vídeo dio la vuelta al mundo y supuso un incremento de la popularidad de los residentes de La Casa Blanca. Punto para ellos.
  2. Hace unos días, en SNL, Hillary Clinton, otro incuestionable animal político, no solo bailó, sino que se lanzó a una imitación sin complejos del candidato a las primarias republicanas, Donald Trump, caricaturizando sus «originales» promesas electorales. Se ganó, de un plumazo, a millones de hispanos de su país, la mayoría de ellos potenciales votantes demócratas.  Una genialidad.

Sin embargo, en España todo es mucho más aburrido. Los políticos, por regla general, sean del partido que sean, no se relajan. Siempre se comportan igual, aunque digan cosas diferentes: hablan mucho, con grandes palabras y «desde la tribuna» (aunque estén sentado en un sofá). Frases largas y, de tantas veces repetidas -y escuchadas-, carentes de toda naturalidad…y credibilidad.

Y cuando alguien se suelta la melena, se lo comen…sus oponentes. Si baila Iceta en la campaña catalana, es un frívolo que no se toma en serio «la que está cayendo», dicen unos. Los mismos que no entienden por qué se critica a la Vicepresidenta del Gobierno por su coreografía en El Hormiguero.   Yo tampoco lo entiendo, ni lo uno ni lo otro.

Hasta los «nuevos políticos», con excepciones y momentos excepcionales, siguen dando «la brasa», con discursos grandilocuentes y palabras vacías que tienen hasta el moño al ciudadano medio, que está ávido de normalidad y, por qué no, de diversión.

¿Qué tiene de malo ser abierto y dicharachero? ¿O simplemente humano, además de político? Nada en absoluto. Si lo eres y dices tonterías, eres un tonto – como diría Forrest Gump-. Y si no lo eres y las dices, también. Reivindico momentos divertidos o personales,  protagonizados por nuestras políticas. Diamantes, por lo escasos y valiosos que son:

  1. Ada Colau, en Viajando con Chester, se confiesa con Pepa Bueno, mostrando su ansiedad por no poder pasar más tiempo con su hijo desde que es alcaldesa de Barcelona. Lo mejor de la entrevista, lo que seguro que la acercó más a los espectadores – y espectadoras-, incluso a las que no comulgan con ella políticamente.
  2. También tiene su punto Trinidad Jiménez. Incluso abordando temas tan importante como el reconocimiento del Estado Palestino, es capaz de mostrar soltura y de enfrentarse a las preguntas desconcertantes e irónicas de Wayoming sin despeinarse.
  3. Esperanza Aguirre no se corta. Tendría muchos ejemplos, pero no me resisto a compartir el chotis con Pablo Motos, vestida de chulapa. No me canso de verlo.
  4. Y cierro con mi favorita, en lo que a este tema se refiere, claro:  Cristina Cifuentes.  Genio y figura. Lo mismo se hace una coleta en El Hormiguero, que se ríe del nefasto día elegido para ir a El Intermedio, siempre con una sonrisa. Y nadie cree que no se tome en serio su trabajo, ni cuando era Delegada del Gobierno en Madrid, ni ahora como Presidenta autonómica.

Podría seguir, pero no mucho. Si los políticos hombres no se relajan, menos aún las mujeres. Probablemente por lo que pasa también en otros ámbitos y, en general, en este mundo todavía masculino. Tenemos que ser mucho más todo, para que no se nos considere mucho menos.  También mucho más serias. Una pena

Pues yo, sinceramente,  elijo a la gente espontánea. Me la creo ¿Y tú?

Hasta la próxima entrada

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La dignidad y la muerte

La historia de la niña Andrea –a la que por fin han dejado descansar–  y la lucha de sus padres, ha vuelto a poner sobre la mesa el debate sobre la eutanasia, el suicidio asistido y la muerte digna. No son la misma cosa, ya lo sé. Pero, en el fondo, la cuestión es una, por lo menos para mí. Porque todo se reduce a una gran pregunta, que nos tortura o nos hace rebelarnos: ¿Por qué y para qué debemos soportar el dolor, el deterioro y el miedo de los últimos momentos de la vida (eso es, ni mas ni menos, la muerte)? ¿Qué sentido tiene sufrir sin esperanza?

Supongo que la fe y, sobre todo, las creencias religiosas (que no son exactamente lo mismo) pueden determinar la respuesta a esta tremenda pregunta. Pero yo, que perdí esa fe hace ya mucho tiempo, soy incapaz de entender la necesidad de dejar este mundo penando hasta el final. Si es hora de irse, que sea pronto, con los míos y sin dolor.

Tal vez a alguno os sorprenda que saque este asunto aquí. Pues os lo explico: los temas como este, y como otros controvertidos, se reabren de cuando en cuando, casi siempre relacionados con un caso concreto que salta a la opinión pública, y más si este no se resuelve fácil y rápidamente. Y el último de estos ejemplos es, precisamente, el de Andrea. Pero no es el único. Otras mujeres y niñas, por sus circunstancias,  nos hicieron reflexionar y hablar públicamente sobre todo esto:

  1. Antes que Andrea, la historia de otra niña también nos conmovió profundamente. Se trataba de Gina, de 11 años, hija de la periodista catalana Elisabet Pedrosa. Hace poco más de un año, y después de meses en el hospital mientras el extraño Síndrome de Rett acababa con ella, tuvo «una muerte luminosa y llena de vida«, en casa, abrazada por su familia. Su madre, una gran luchadora, escribió después un precioso libro, Seguiremos viviendo, en el que habla sobre su terrible pérdida y la experiencia de la familia.
  2. Otra historia extraordinaria es la de Brittany Maynard. Esta estadounidense de 29 años, decidió morir cuando ella quiso, junto a su marido, en noviembre del año pasado. Para ello tuvo que dejar su casa y mudarse a Oregon, para poder hacerlo legalmente. Quería seguir decidiendo sobre su vida, hasta el final. Y permanecer en el recuerdo de los suyos todavía con brillo en los ojos y ganas de sonreír, no deshecha por el dolor e hinchada por los fármacos.
  3. Este verano me sacudió especialmente la historia de Laura, una joven belga de 24 años, deprimida desde su infancia, que solicitó la eutanasia a las autoridades de su país, donde esta es legal, aduciendo un argumento demoledor: «la vida no es para mí«. No sé qué ha sido de ella ni si finalmente murió,  pero debo decir que entiendo el cansancio de vivir y defiendo el derecho a salir de aquí cuando y cómo uno quiera, y el de ser asistido y acompañado en esa marcha,

Son solo 4 nombres de mujer, que representan a personas de todo el mundo que claman – para ellos o para alguno de los suyos- por la dignidad de la muerte, exactamente igual que para el resto de la vida, y por la libertad del individuo para decidir sobre ella en todo momento.

Si pensamos en la vejez, todo esto se convierte en un concepto mucho más amplio, una decisión casi social. Cuando lo pienso, para mí y para los míos, lo que se me viene a la cabeza es aquella frase de Oscar Wilde «Lo peor no es envejecer; lo verdaderamente malo es que no se envejece», que cita Rosa Montero en este hermoso artículo del año pasado, a los pocos días de la muerte de Brittany. Uno puede estar lleno de vida y ganas de disfrutarla hasta los 100 años,  pero es posible que otros no estemos dispuestos a aceptar la devastación del tiempo sobre nuestro cuerpo, mientras nuestro espíritu y nuestra cabeza siguen siendo jóvenes.

Como Rosa Montero, reconozco que para esto soy una cobarde y reivindico a los que lo son como yo -muchos, me temo-  recordando las palabras de Javier Sádaba en su inolvidable y sentido Recuerdo Vivo, «confieso mi miedo a morirme y, cómo no, a que mueran los que amo. E incluso a que mueran los que no he conocido ni conoceré«.  Y, sobre todo, confieso mi miedo al sufrimiento.

Me niego a asumir, de acuerdo con Manuel Vincent en El País de hoy, que «nuestro último trance todavía está fiado al destino, que según su capricho puede otorgarte la gracia de morir de repente o durante el sueño o mediante una bajada suave sin dolor hacia la disolución en la ilimitada oscuridad o bien podrá ensañarse contigo hasta el extremo de la máxima alevosía sin que nadie se atreva a oponerse directamente a esta tragedia«. Pues yo me opongo con toda mi alma  y lucharé por una «muerte luminosa» para los que amo y para mí misma. Lo juro

Hasta la próxima entrada.

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5 estrellas con energía social

Como profesional de la comunicación, suelo preguntarme con bastante frecuencia por qué algunas acciones, gestos y palabras tienen impacto social y otros no. Muchas veces llego a la triste conclusión de que no hay respuesta para esa pregunta, y en ocasiones llego a plantearme la jubilación anticipada porque, verdaderamente, hay cosas difíciles de entender. Un «experimento» social, con un poco de maquillaje y unas dosis de emoción (más o menos real) enciende las redes sociales y, sin darnos cuenta, está en los informativos y las primeras páginas de los diarios.  Sin embargo, una iniciativa seria y ambiciosa de un grupo u organización, que invierte dinero y esfuerzo en mejorar la vida de las personas pasa totalmente inadvertida. Misterios de los corazones y las mentes de los seres humanos.

Hay algunas variables que ayudan. El humor, la ternura, los niños y los gatitos suelen funcionar. Pero lo que es, indudablemente, una apuesta segura es que la voz de una causa sea la de alguien conocido, siempre, claro, que esa persona -o su personaje- despierten un mínimo respeto, reconocimiento y, por encima de todo, credibilidad.

No hay una combinación más potente que la que hay entre la luz brillante de una estrella del espectáculo, la moda u otra forma de arte, y el valor de las palabras, reivindicando Justicia, Paz, Igualdad, Solidaridad o cualquier otra de las grandes palabras que dignifican al ser humano. Esto es un hecho irrefutable.

Da un poco de miedo, si  lo piensas. El riesgo de que todo sea un papel más, del que serán desenmascarados algún día,  no es impensable. Y, lo que es peor, la misma influencia se encuentra también si la combinación es para promover o defender ideas perversas o dañinas.

Dejando de lado, por un momento, esos temores, veamos el lado bueno de todo esto, con ejemplos de mujeres conocidas y reconocidas internacionalmente, que utilizan ese privilegio para gritarle al mundo que lo estamos convirtiendo en una basura, pero que se puede hacer mucho para evitarlo. Para las mujeres, para los niños hambrientos, contra las guerras y la pobreza, ante el sufrimiento.

  1. Emma Watson. Solo con su discurso en la ONU, de poco más de 10 minutos, lleno de sinceridad, emoción e incluso inocencia hizo más por la causa del Feminismo que miles de mujeres que luchan por la igualdad de género en todo el mundo. Aunque esta conclusión es algo frustrante, me quedo con las consecuencias.
  2. Susan Sarandon. Una clásica en el activismo de Hollywood, durante su relación con Tim Robbins y después. Es Embajadora de las Naciones Unidas y muy significada políticamente, en la izquierda (estilo USA) del partido Demócrata. Me encanta  Heifer Internacional, la organización de la que forma parte desde hace tiempo y que dona animales de granja a las familias que los necesitan para trabajar.
  3. Meryl Streep. Esta grandísima actriz también trabaja en favor de las mujeres de su profesión. Aunque no se reconoce como Feminista – otra vez el tabú de esa preciosa palabra-, sino como Humanista, lo importante es que habla y actúa en favor de las mujeres, que es lo que cuenta.
  4. Angelina Jolie. En abril, y ante la ONU, ya alertó al mundo sobre el drama de los refugiados sirios que ahora ocupa todas las páginas e informativos del mundo y que ocupa y preocupa a los gobiernos europeos, en una especie de exposición pública de mezquindad y miedo. No le hicieron mucho caso, es verdad, pero lo intentó, una vez más. Jolie lleva años trabajando con refugiados y pueblos en guerra.
  5. Patricia Arquette, que aprovechó su discurso de agradecimiento por su Oscar de este año para reivindicar la igualdad salarial entre hombres y mujeres, provocando la aclamación de sus compañeras de profesión, entre las que destacaron la propia Meryl Streep y Jennifer Lopez, que se desgañitaron desde el patio de butacas, mostrando su inequívoco apoyo.

Estos nombres dignifican una profesión que muchas veces es tachada de frívola, la mayoría de ellas con buenas razones. Sin embargo, como comunicadora no puedo dejar de valorar la capacidad de sus voces para llegar al corazón y a la conciencia de la sociedad y de los ciudadanos, con una velocidad y amplitud espectaculares, y me alegro por ello. Como mujer, me gustaría que la voz  de todas las personas (hombre y mujeres) anónimas que trabajan todos los días, durante años, por estas y otras causas igualmente justas, tuviera la misma fuerza, aunque solo fuera por el valor moral de esos luchadores.

Hasta la próxima entrada