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Más que a nada en el mundo

[Este texto lo escribí como regalo de Reyes para Pablo: mi compañero, mi amigo, mi amante, mi marido. El mejor hombre del mundo].

Hay miradas que son como una estufa. Calientan el alma.

Tuviste suerte y encontraste sus “ojos del color de la Coca-cola” hace mucho tiempo, mientras tú, como una zahorí de poca monta, buscabas no se sabe qué agua en no se sabe qué arena.

Fuiste afortunada, porque tan enfrascada estabas en tu árida búsqueda que, al principio, no lo viste. Se ponía en tu camino y girabas a la izquierda (siempre a la izquierda). Llamaba a tu puerta y no abrías. Gritaba y ni levantabas la cabeza.

Pero – otra vez la suerte – él insistió. Y por fin miraste. Y sentiste ese calor que aun dura. Y llegaron los besos. Muchos, muchísimos. Y los abrazos. Y el gato. Y todo lo demás.

El “si quieres, nos casamos”.  Y el “hacemos lo que tú decidas”. El brindis “por el nieto”. La cara de bobo enamorado con el libro de familia en el bolsillo de la camisa: Elena. Y el dolor por la pérdida de la abuela Josefa. Málaga. Tu inexplicable tristeza y su apoyo inquebrantable ¡Qué suerte tienes!

Aquel proyecto y los apuros que ahora apenas recordáis y que ya no parecen tan terribles. Y la vuelta, siempre juntos. Con la niña y Carolina. Para que tú trabajaras y fueras más feliz.

Y la suerte continuó. Llegó Lola. Y nació Pablo. Los seis a Pozuelo. Lola enloqueció y casi os enloquece. Tiempos raros y alguna lágrima. Carolina se durmió y no despertó.

Tuviste miedo algunas veces, pero -vaya suerte- él te lo quitó con unas líneas y más miradas de esas que te ablandan los huesos. En ellas te ves tan guapa, lista y buena como te gustaría ser.

La vida a galope tendido. Las riendas no siempre firmes. Pero también se trata de eso. Casa nueva. Perros, gatos y caballos. Neo y Nico. Nacimientos y pérdidas. Partidas y bienvenidas. Tu madre por fin descansó. Javi y Raimundo también se fueron. Y os dejaron Lola, Pili, Wendy y el pequeño Bruce.  La aventura de Nora y los 7 perritos. Nota. India, Kenia y Logan. Y vuestra Robin, que le robó el corazón.

Menuda suerte. Vais juntos por el mundo, hombro con hombro. Aunque los viajes son cosa suya. Tú te dejas llevar, y descansas de esos quebraderos de cabeza que te causa todo lo demás. Por España, a Italia, Francia, Estados Unidos (¡Otra vez Orlando!), Holanda, Bélgica, Luxemburgo, UK, Portugal, Argentina, Chile, Austria, Suiza, Alemania… y a Cádiz. Siempre Cádiz.

No pienses en el futuro, tonta. Llegará sin falta y a saber cómo. Mejor quédate con el presente, que no está nada mal. Una manta ligera en invierno y un baño de sol en verano. Cálido, como a ti te gusta. Aunque, de cuando en cuando, una corriente en forma de grito o de disgusto – que son también la sal de la vida – te provoca un escalofrío. O alguna ráfaga de mal humor o de preocupación te pone la piel de gallina.

Él no permite que te congeles. No te deja nunca fuera, con ese frío. Por fortuna, te obliga a entrar y te abriga, aunque tú no quieras o no te des cuenta de que estás desnuda a la intemperie. Una suerte.

No habla mucho ese hombre tuyo ¿No? A veces, desesperas con sus silencios, con esa supuesta indiferencia, la serenidad aparente que a veces esconde inquietud o angustia. Y entonces vuelve el miedo. Porque eso es lo que mas temes. Que se vaya. Que no esté. Que le pase algo malo. Que te deje. Que ya no te quiera. O que te quiera menos. Que tu mirada no reconforte su alma.

Son como pinchazos, algunos ligeros, más fuertes otros. Y de tanto en cuando. Aunque duelen y te dejan, por un momento, exhausta, y luego esperanzada. Por una palabra, un gesto, una caricia. Esa mirada, otra vez.

Y la vida sigue a toda máquina. Qué suerte.

Madrid, 6 de enero de 2019

Hasta la próxima entrada.

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MI CACHORRO

Explicar el amor es muy difícil. Lo sabemos los que lo hemos intentado. Sin embargo, todos (espero) lo hemos sentido y somos capaces de reconocerlo, desearlo y, por supuesto, extrañarlo. No creo que tengamos una cantidad limitada para repartir, y estoy convencida de que se puede amar a muchos. Pero solo hay un puñado de personas por las que mi amor es absoluto, incondicional e infinito.

Hace hoy 18 años nació una de ellas y con él se cerró ese pequeño cupo (de momento), así que dejé correr la emoción a lo bestia. Y así sigo.  Pablo vino al mundo como un bebé enorme, de 4 kilos y medio. Llegó a la familia casi 8 años después que su hermana y con él, fuimos 6: Pablo, Elena, el recién llegado, Carolina (nuestra gata), Lola (nuestra perra) y yo.

El resto ya es historia. Aquel gran bebé creció como un niño feliz y cariñoso. Y ahora es un hombre bueno. Sí, bueno. Aquel enano que me bombardeaba a preguntas cada noche, encajado entre el respaldo del sofá y mi cuerpo, y que me contaba exhaustivamente sus aventuras del día. El chaval orejón y sonriente que estaba «pachucho» cada dos por tres sin poder ir al cole. El niño que no veía películas de Disney («no tuvo infancia» en palabras de su hermana), sino que con 3 años escasos se «entruchaba» las tres horas largas de El Señor de los Anillos en el cine y que estropeó el DVD de Jurassic Park  de tanto verlo. Ese miedica que no quería montar en un pony y acabó sobre un caballo que se ponía de manos y recogiendo pelotas del suelo a galope tendido.  El pre-adolescente con bigotillo que recorrió con nosotros Italia de norte a sur durante 3 semanas, disfrutando del arte, la cultura y la historia, con la inquietud personal y adulta que lo caracteriza desde siempre.

Y es que Pablo es especial. Y no es (solo) amor de madre. Es un hecho. Posee «identidad» -y mucha-, y desde hace años. Tiene interés por saber y opiniones que compartir. Es sensible a los problemas del mundo y de las personas. Es intuitivo y empático. Es respetuoso y se preocupa por el mundo -esta mierda de mundo- y lo que le ocurre. Tiene fe en que las cosas pueden cambiar y cree que la Revolución es posible. Es un idealista informado. Y bueno, insisto. Ya sé que me repito. Pero es que lo es.  De pensamiento y de acción. Se esfuerza por hacer las cosas bien, es respetuoso, compasivo y atento. Mira – y ve – a los demás, y se preocupa por ellos, por nosotros. Espero que el mundo -esta mierda de mundo-, y lo que en él le toque vivir, no cambien eso.

Se me cae la baba, lo sé. Y también sé que no es perfecto, ni falta que hace. Es despistado, lento hasta la exasperación y tirando a maniático. Pero tiene «pelazo«, como diría La Vecina Rubia. Es guapo -por dentro y por fuera-. A ver quién se atreve a negarlo en mi cara.  Y,  por si todo esto fuera poco, además es feminista, de palabra y obra, lo que me hace sentirme todavía más orgullosa, si me cupiera mas orgullo en el cuerpo.

Y si pienso en nosotros dos, creo -espero- que hemos construido un vínculo único. Siempre se da cuenta si estoy triste, cansada, preocupada o nerviosa. Se interesa y me consuela, me ayuda, me mima o me entretiene, según el momento, el caso y la necesidad. Hablamos mucho, de muchas cosas, y aprendemos el uno del otro.  Yo, de él, cada día más. Me encantan esas conversaciones. Y nuestras tardes de cine, repitiendo por enésima vez Regreso al Futuro I, II y III, La Búsqueda o La Momia. O descubriéndole La Fiera de mi niña. Guardo cada uno de esos momentos como un pequeño tesoro. Uno grande, qué narices.

Pasará el tiempo. Se irá. Volverá. Se marchará de nuevo. Encontrará el amor. Los amores. Será feliz. Y desgraciado. Y feliz otra vez. Y a ratos, ni una cosa ni la otra. Vivirá, en definitiva. Estoy deseando presenciar (de cerca y de lejos) cómo crece y en qué clase de persona se va convirtiendo. Y que sigamos charlando.

Te quiero, mi cachorro. Aunque seas mayor de edad.

Hasta la próxima entrada.

 

 

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Vivir con miedos

Acabamos de volver de vacaciones.  Han sido unas semanas estupendas, todos juntos en un lugar maravilloso al norte de Italia. Una casa preciosa, un tiempo espectacular, paseos en barco, amigos, comida rica y descanso ¿Qué más se puede pedir?

He disfrutado muchísimo. Pero, para que os hagáis una idea de cómo es mi cabeza y cómo el miedo vive conmigo ya no sé ni desde cuándo (no recuerdo cuando no lo sentía, con mayor o menor intensidad), en esos días geniales, he tenido tantos temores esporádicos que, al repasarlos, suena ridículo. Pero la verdad es que casi siempre me pasa algo así. Y ni siquiera puedo decir que haya sido una época especialmente mala. Las he tenido peores. Mucho peores.

He tenido miedo:

  1. A que el avión se cayera. Toda la familia junta, camino de la felicidad veraniega. ¿Y si tenemos un accidente? He de deciros que no tengo fobia a volar ni nada de eso. Simplemente, me asalta, de repente, la posibilidad de que algo tan terrible como eso pueda pasarnos a nosotros.  Esas cosas pasan ¿No?
  2. A quedarme viuda. Sí, viuda. Una mañana, a mi pareja le dolía ligeramente la cabeza. Y a él NUNCA le duele. Poco a poco me fui tranquilizando, porque parecía un catarro. Hasta que, con motivo de la falta de olfato transitoria que tuvo, nuestro hijo hizo una «broma» acerca de que eso podría ser síntoma de un «derrame cerebral». Una broma -sin ninguna gracia- que pasó en un segundo, y sobre la que nadie más volvió a pensar. Excepto yo, claro.
  3. A saltar por los aires. Desmembrados todos. En la casa olía, de vez en cuando, a gas. No os tengo que decir más ¿Verdad?
  4. A morirme. No una, sino varias veces. Por unas cosas o por otras. Por un dolorcillo desconocido aquí, por la posibilidad de caer al Lago Como y ahogarme, por una picadura extraña en el párpado derecho. Por cualquier cosa.
  5. A la soledad. Por estar haciéndome vieja, por mi mal humor, porque he engordado, porque no hay quien me aguante, porque ya no soy la que era. Porque la vida de todos sigue y yo podría quedarme atrás.
  6. A que el avión de Elena se cayera. Sí, otra vez. Nuestra hija volvió antes que nosotros, y de nuevo esa idea terrible vino a buscarme.
  7. Al fracaso. En mis aspiraciones, ilusiones y planes. Soy de hacer muchos de «principio de curso» (mucho más que en enero).
  8. A que las cosas cambien… Y a que no lo hagan. Al mismo tiempo. Qué queréis que os diga. No quiero estancarme. Quiero que pasen cosas (buenas) y que mi vida avance y evolucione. Quiero sorpresas y buenas noticias.  Sin embargo, en algunos momentos, me sobrecojo pensando si me merezco lo que tengo y si algo horrible me estará esperando a la vuelta de la esquina.
  9. A ilusionarme. Avanzando próximas vacaciones y celebraciones. Por ser demasiado osada. Pueden pasar tantas cosas y en cualquier momento…
  10. A hacerme vieja. Por dentro y por fuera. A dejar de ser la que soy e ir perdiendo fuerza, energía, ganas y hasta mi libido. Y a ganar arrugas, kilos, achaques y manías. Eso del climaterio suena tan mal…

Y todo eso en apenas dos semanas. En quince días que, como os decía, han sido buenos. Muy buenos. Y es que yo vivo así. Y de los miedos que siento -grandes, medianos y pequeñitos- apenas comento unos pocos. Por no resultar ni pesada ni totalmente chalada. He aprendido a seguir adelante e incluso disfrutar con la mente trufada de este tipo de pensamientos.

He pasado momentos mucho peores y esto me parece lo normal. Esta vez me ha hecho hasta gracia compartirlo aquí. Resulta grotesco al verlo por escrito. Así somos mi cabecita y yo.

Hasta la próxima entrada.

 

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Casi un año después

Hola:

Ha pasado casi un año desde la última entrada (no os voy a contar mis penas, ni mi desgana, ni el resto de las razones que lo explican) y hoy me he levantado con ganas de volver a escribir y con el (espero) firme propósito de retomar la rutina de seguir haciéndolo.  Me gusta y me ayuda. No quiero que se me olvide.

En estos 11 meses, en lo que se refiere a las mujeres, a la comunicación y al movimiento feminista han pasado muchísimas cosas. Os confieso que mi estado de ánimo, en este punto, oscila entre la esperanza y el miedo (a que sea algo pasajero, a que se aproveche como una moda y, por lo tanto, se desvirtúe. A que haya enfrentamientos estúpidos que nos hagan perder las razones…).  Suelo apostar por lo primero, para no perder este valiosísimo impulso, en el que no podemos dar ni un paso atrás.

Durante este tiempo, yo he sido más bien una observadora y una «animadora» de otras mujeres, de todas las edades que se ha levantado. De hecho, algunas compañeras que, hasta hace bien poco, han sido tímidas, se han quitado los complejos y se declaran, por fin, feministas. Solo por eso, ya merece la pena.

Así que esta mini-entrada de hoy es, simplemente, para deciros -de nuevo- hola y para citar a algunas de las mujeres a las que observo y animo. A las que también admiro y, sobre todo, a las que me encanta escuchar y con las que quiero seguir conversando. Algunas son amigas desde hace tiempo, a otras las he conocido en los eventos y charlas a los que acudo profesional o personalmente. A algunas solo las he leído o visto en redes sociales y en medios. Da igual. Son un buen grupo. Aquí os menciono a algunas, por si os animáis a conversar con ellas también.

  1. Virginia Galvín. Mi amiga del colegio. Durante muchos años, subdirectora de VF. Hasta que Conde Nast empezó a sustituir a las profesionales de más de 40 años, como si eso fuera un defecto o una tara profesional. Ella sigue al pie del cañón y cada vez más implicada en la causa de las mujeres. Su #ProyectoMujer ya es una preciosa realidad. Lo podéis disfrutar en http://www.virginiagalvin.com. También es escritora. Ahora tiene entre manos una novela.
  2. Alicia Gutiérrez. También es mi amiga, desde los maravillosos tiempos de Sevilla. Reencontrada y recuperada hace dos o tres años. Una PERIODISTA, con todas las letras. Escribe en Infolibre y, hasta que lo han cancelado, ha participado en la tertulia de Las Mañana de Cuatro.
  3. Ana Pardo de Vera. La directora de Público, una de las pocas mujeres que dirigen medios de comunicación en España Es amiga de una amiga. Y así la conocí. Tuve el honor de contar con ella (y con Virginia, Marta Reyero y Sonsoles Ónega) en una charla más que interesante que organizamos hace un par de años.  Con su acento gallego, dice verdades como puños (y como puñales). Últimamente, la «frecuento» mucho.  Parece que nos interesan los mismos temas: Nosotras, nuestros derechos y el papel que el periodismo hecho (y dirigido) por mujeres puede tener en esta lucha a la que tanto el falta todavía.
  4. Ana Bernal-Triviño. A ella la conozco solo por Twitter y por sus artículos, sobre todo en eldiario.es y El Periódico. Hace poco, la escuché en la Jornada #UOCAlumni2018 y me encantó la vehemencia que ya había intuido. Os recomiendo que lo la perdáis de vista.
  5. Cristina Fallarás. Me declaro ferviente admiradora. De su desvergüenza, de su pasión, de su convicción, de su capacidad para explicarlo todo lanzándolo a nuestras caras. Ella también estaba en la mesa redonda de la UOC (con las dos Anas) y arrolló con sus palabras y con el lenguaje que expresaba todo su cuerpo. Ahora es parte del Consejo de RTVE y dice que la insultan y la amenazan (a ella y a su familia) incluso más gravemente que antes. En Twitter y -lo que es mucho peor- por la calle. Solo a ella.  Por ser mujer.  Su #cuéntalo dio voz a más de dos millones de mujeres en todo el mundo que compartimos nuestras experiencias de acoso , agresiones, violaciones y otras violencias machistas.

Y hay muchas más, sobre las que probablemente hablaré otro día. Y también seguiré escribiendo sobre otras mujeres y sus aportaciones al mundo. Mujeres invisibilizadas durante años, décadas e incluso siglos y que no me da la gana de que,  en la medida en que yo pueda evitarlo, sigan así.

Porque, más allá de nombres propios, he de deciros que lo que más me gusta de lo que ha pasado en este tiempo es la fuerza de la sororidad, de la unidad entre nosotras.  Apoyarnos, colaborar. No juzgarnos unas a otras ni prejuzgar lo que hacemos.  Luchar (sí, esto es una guerra. Contra la desigualdad) juntas. Contra la sentencia de La Manada, contra la desigualdad salarial, contra la precariedad profesional, contra la violencia, contra tantas cosas… Eso sí que me entusiasma. Me emociona y me da fuerzas. Gracias, compañeras.

Hasta la próxima entrada.

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7 razones para tener a esta rubia en tu vida

No es Marilyn, ni Cameron Díaz, ni Paltrow, ni Witherspoon, ni Edurne… Ni falta que le hace. Esta rubia no es peligrosa, pero vale más que todas ésas juntas y un puñado más. Inma, que así se llama esta mujer única, es uno de esos descubrimientos que haces en la vida, como sin querer, de los que nunca quieres desprenderte. Un cruce casual en un trabajo que no llegamos a compartir, fue el principio de «una hermosa amistad» como dijo aquel gendarme inolvidable a un inolvidale Rick.

Y ahora se va, a empezar una vida que se merece y que ya le tocaba. A una nueva vida en la que sus nuevos compañeros no saben la suerte que han tenido, a hacer, en parte, lo que le gusta hacer. Otra de nuestras pasiones en común: escribir.

Sé que es Ley de Vida. Sé que es para mejor. Sé que no estará muy lejos. Pero se va y yo me resisto. Como diría otra rubia de la que soy fan, ella #seestáhaciendoilusionesyleestánquedandopreciosas. Y se van a cumplir, pero nosotros nos quedamos un poco flojos sin ella. Flojos de ánimo y flojos de calidad. Sin ella y sin todas esas cosas que trae «de serie», cada mañana, muy temprano, desde Getafe a nuestro trocito de mundo en Madrid.

  1. Tan pequeña y tan grande. Si tuviera que definir a Inma diría que es»La más grande» como aquella otra, pero guardada en un cuerpo muy pequeño, aunque lleno de empatía, amor propio, esfuerzo, apoyo, compañerismo y con una sonrisa enorme, que últimamente echamos algo de menos.
  2. Ella, yo y la hipocondria. Ahora nos deja solas a esa hija de puta y a mí. ¿Quién va a entender mi locura a partir de mañana?¿Con quién voy a compartir los miedos, la angustia, la vergüenza y hasta el ridículo que acompaña a las que somos así, y se nos va la cabeza? La gran C nuestro anatema y nadie como nosotras mismas para reírnos de los numeritos que montamos o imaginamos y que tienen impresionada a la Comunidad Sanitaria española.
  3. Esa pluma, que le encanta utilizar. Nuestros debates sobre si esto se escribe así, si la Fundeu dice esto o aquello. Nuestra indignación contra la RAE que con la aceptación de almóndiga acabó para nosotras y perdió nuestro respeto para siempre, aunque ahora se empeñe en desmentirlo. Ella siempre utiliza el término exacto, tiene la medida justa y la estructura adecuada. Es una de esas pocas personas que mantiene mi fe gramatical y ortográfica en la Humanidad. Nuestro querido Blog ha sido una forma de canalizar ese picor de dedos que se siente cuando TIENES que escribir.
  4. Y ese olfato… para la noticia. Sus horas de hacer la cena en casa han sido fuente inagotable de inspiración para identificar oportunidades de perchas para nuestro equipo, siempre atenta a la actualidad y a la relevancia de cada tema, su recorrido, el mejor enfoque y la forma correcta de proponerlo al medio o al periodista indicado. ¿Qué mas se puede pedir?¿Qué vamos a hacer sin ella?
  5. Amor por el periodismo. En esto se resumen los dos puntos anteriores. Eso también nos une. La nostalgia por el trabajo de calle y al pie del cañón, en los medios, antes de pasar al «Lado Oscuro» de la profesión. Lo peor es haberlo vivido y saber lo divertido que es. Somos periodistas de corazón, pero la vida nos ha llevado por otros derroteros, en los que hemos intentado hacer algún pinito, para que la morriña no se convierta en absoluta frustración. Por eso, las dos y un par de locas más nos lanzamos a un proyecto maravilloso, a punto de cumplir ya tres años, en el que hemos volcado mucha ilusión y todas las ganas del mundo, y que nos ha dado tantas alegrías. Gracias, cielo, sin ti no sé si habría sido posible. O, por lo menos, no habría sido igual
  6. Los años que vivimos peligrosamente con un cliente tremendo que marca para siempre. Momentos surrealistas, situaciones increíbles, encuentros sin sentido… Y tanto trabajo. Aprendimos mucho, aunque a bofetadas. Eso sí, una experiencia como esa, une para siempre. Ella dominaba el trabajo, tenía todo en la cabeza, pero nunca llegó a entender ni a aceptar que aquello fuera así. Es normal. Un alma buena, sabia y sincera no encuentra sentido a algo como aquello. Una condena de más de diez años de la que nos libramos, por fin.
  7. Un himno que huele a cerveza es parte de lo que nos deja como legado. Todo un símbolo de nuestra historia reciente y de nuestras vivencias. Un manifiesto y una declaración de intenciones que, al menos de momento, hemos conseguido mantener, echándonos una mano. Seguir aquí, con la cabeza alta y sin rendirnos. Nada menos. Ole mi rubia.

Y podría seguir, pero me pongo triste. Lo peor de todo esto es no haber sabido mostrar a todos lo que es Inma. Su valor, su talento, su ilusión, sus capacidades únicas y, sobre todo, ELLA.

Yo sí lo vi. Y muchos otros también. Es tan grande en ese cuerpo tan pequeño…

¡A por ellos, rubia! Déjalos impresionados. A nosotros nos dejas un poco solos. No te vayas del todo.

Hasta la próxima entrada.

 

 

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Machismo venial (o la Teoría del Total)

Sí,  venial. Como esos pecados que cuando éramos niños nos decían, en Catequesis, que no eran tan importantes. Pecadillos que con un par de Padrenuestros y tres Avemarías de penitencia estaban olvidados. También podríamos llamarlo, como ya ha hecho alguno de cuyo nombre no tengo ningún interés en acordarme, “machismo leve”, como si de una tipología de delito se tratara.  A este paso, como las plumas neomachistas se nos animen, va a acabar por ser, simplemente, una Falta.

A mí me gusta llamar a este movimiento creciente la Teoría del “Total”.  Suele argumentarse así, quitándole importancia a esos gestos, acciones o comentarios que consideran inofensivos: “Total, por una canción…”, “Total, por un piropo…”, “Total, por un chiste”, “Total, por un vestido”. Y nos llaman histéricas, feminazis y cosas peores a las que alertamos sobre lo que influye todo eso en que en esta sociedad, en pleno S.XXI, nuestros hijos sigan creyendo que quien te controla te quiere más, que los celos son también una prueba de amor. Las niñas siguen teniendo miedo a ir solas por la calle y las mujeres somos violadas y asesinadas todos los días simplemente por serlo.

En ese grupo de nuevos machistas quejumbrosos se encuentran hombres y nombres conocidos de la literatura y el periodismo, algunos de ellos sorprendentemente jóvenes. Tuve que leer dos veces la fecha de nacimiento de aquel que tituló una columna con un “Ablación textil”  y se quedó tan ancho. Se refería así  a lo que, según él,  le hacían a Cristina Pedroche las que cuestionaban  su cosificación en Nochevieja.  Si no fuera porque es una broma macabra, tal vez me reiría.  O no.

Pues nada, hombres. Sigamos así. Que nadie se moleste si un profesor comenta, chistoso, “me pongo con las chicas, que son más guapas” o si una JEFA incluye un hombre en un equipo (Da igual quién. Lo que importante es que tenga pene)  porque el cliente es muy “tradicional” o el sector muy masculino. Continuemos aguantando comentarios sobre nuestra apariencia en reuniones de trabajo, e interrupciones sin consecuencias cuando somos nosotras las que tenemos la palabra.

Los adeptos a la Teoría del Total esgrimen, con enorme agudeza, que los que componen esas canciones, los que opinan sobre tu aspecto sin pedirles opinión, los que “animan” a llevar tacones a las empleadas de su empresa y los que escriben artículos sobre el peinado y la manicura de Vicepresidenta del Gobierno después del verano o sobre la relevancia de la relación sentimental de lrene Montero (la “Yoko-Ono de Podemos”) con Pablo Iglesias solo están ejerciendo su Libertad de Expresión. Que ellos no violan, ni agreden ni asesinan mujeres, que son los actos de lo ellos que deben de considerar, supongo, Machismo Grave (porque Mortal, como los peores pecados, sin duda lo es).

Y es que, según dicen muchos de estos señores, muy leídos y muy modernos ellos – y algunos muy jóvenes, insisto-, las que critican y alertan públicamente sobre todo esto, como Barbijaputa, Yolanda Domínguez o, hace apenas unos días, las musicóloga Laura Viñuela son (somos) “monjas posmodernas” o ”máquinas censoras”. Y consideran, muy seriamente y desde su “viril distancia”,  que lo que nos pasa es que nos morimos de envidia por la belleza de las guapas, que no es igualitaria, sino una lotería que, por supuesto, no nos ha tocado. Que quitarle a una mujer su capacidad de seducción – que no sé muy bien lo que es ni quién pretende quitarnos ese preciado don- es “matarlas”. No, amigos, no. Matarnos es otra cosa.

Y es que, no sé si lo sabían ya, estos sabios aceptan que el feminismo es necesario, pero tiene que ser el que a ellos les gusta –elegante, sereno, discreto y, supongo, más femenino-. Y todas las demás que, ejerciendo también nuestra Libertad de Expresión, nos rebelamos ante estas semillas del mal, somos putas, feas, gordas y, por supuesto, estamos  muy mal folladas.

Total, por un insulto…

Hasta la próxima entrada.

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3 mujeres del siglo más complejo

El siglo XX supuso un cambio social y cultural sin precedentes. En ningún otro ocurrieron tantas cosas. Tan buenas y tan malas, incluidas dos Guerras Mundiales, con millones de muertos, y cientos de guerras «pequeñas», frías y calientes, que convirtieron al mundo en una bomba de odio, que explotó, en el joven siglo, con la onda expansiva más grande que nadie, nunca, se atrevió a imaginar y a temer. El 11-S, el 11-M, el 7-J, el 13-N y cientos de días más que ya no recordamos, porque mataron a personas demasiado diferentes y lejanas.

Estos días se han sucedido las muertes de dos mujeres centenerias que vivieron prácticamente todo aquel siglo, repleto de aventuras y catástrofes:

  1. Ha muerto Brunhilde Pomsel, la que fue secretaria de Goebbels y la última persona que podía recordarnos ya lo que pasaba en el Ministerio para la Ilustración Pública y la Propaganda que aquel demente dirigía para Hitler. Ella nunca se sintió responsable de nada, lo mismo que muchos otros alemanes que, también como ella, miraron hacia otro lado y siguieron con sus vidas, mientras su gobierno aniquilaba a millones de personas y los metía en una Guerra que destruyó su país y Europa entera.  En el documental Ein deutsches Leben (Una vida alemana) que se estrenó en 2016, dijo que lo  que hizo «no fue más que trabajar en la oficina de Goebbels», que «nadie se podía imaginar algo así» (sobre el exterminio de los judíos). Nunca tuvo remordimientos.
  2. También acaba de morir, en Hong Kong, Clarence Hollingworth, la legendaria periodista norteamericana que con solo 27 años dio la noticia de su vida y la exclusiva del siglo. El 29 de agosto del 39 la primera página del Daily Telegraph titulaba «1.000 tanques concentrados en la frontera polaca», anunciado al mundo entero los planes de Hitler para invadir Polonia. Tras aquel día, Hollingworth siguió trabajando como periodista en varios medios, aunque no pudo cubrir algunos conflictos por su condición de mujer. Pero sí estuvo en otros, en Vietnam, Oriente Medio, Pakistan o Argelia, y fue corresponsal en Pekin, donde informó sobre la Revolución Cultural de Mao.
  3. Y luego está Rosa, que aun está muy viva. Acaba de cumplir 102 incombustibles y alegres años. A Rosa, que es la abuela de mi amiga Ana,  le ha pasado de todo en su larga vida. Vivió la Guerra, perdió a seres queridos, trabajó como una bestia para que sus hijos tuvieran la mejor educación,  y siempre fue – y es- de izquierdas. Hace poco, se rompió la cadera y todos se asustaron. Pero ahí la tenéis, como una vela y jugando al Cinquillo otra vez, rodeada de nuevos amigos. En su cumpleaños sus biznietos la ayudaron, entre risas, a apagar todas las velas. El año que viene serán 103.

Ya os podéis imaginar a cuál de ellas admiro más. Sin comparación.

Hasta la próxima entrada.

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Las mujeres de mi vida. Más de 10

con

Estoy completamente convencida de que la amistad es una de las cosas más importantes de la vida, y sin ella no sé si ésta tendría mucho sentido. Además, cuanto mayor me hago, mas valoro esa relación única que tengo con un puñado de otras mujeres.

Es verdad que es un sentimiento (entre mujeres y en general) muy complejo, uno de los aspectos menos simples de la vida, pero también uno de los más «sanadores».

Soy muy afortunada y estoy rodeada de amigas. En un torpe ejercicio de agrupamiento, os las presento:

  1. El grupo. Ese equipo indisoluble con nombre moñas y cuyo humor solo entendemos nosotras. Siempre están ahí, para reír o para llorar juntas. Cada una «de su padre y de su madre», pero una combinación perfecta de comprensión, sinceridad, complicidad y amor. Somos seis, con nuestros apodos y nuestras bromas privadas. Si pienso en ellas, sonrío. Gracias, chicas. Por todo. Y, especialmente, por aguantarme. Next station: Sevilla.
  2. La (prácticamente una) hermana. La mía vive lejos, en el Sur. Pero es como si siempre estuviera con nosotros. Digo bien, «con nosotros», porque es miembro de (toda) la familia. Desde hace ahora justo 25 años. Nos conocimos en un aseo de señoras en noviembre de 1991. Y hasta hoy. Siempre conmigo. Y yo con ella. En lo bueno y en lo malo. Embarazos, bodas, fallecimientos, enfermedad… Todo lo que conforma la vida. «Los suyos» son míos. Y al contrario. Para siempre.
  3. La hermana de verdad. Para mí, hermana-madre. Ha sido (y es) mi referente en la vida. Y yo, una pesada, contándole todos mis miedos. Cuento con mi hermana para todo lo importante. Espero que sepa que estoy siempre, para lo que quiera. Yo no sería lo que soy ni como soy sin ella. Me ha salvado. Muchas veces.
  4. La de la infancia. De ésas, no me quedan. No he sabido o no he podido conservarlas. La  amistad más antigua que tengo es de cuando las dos teníamos 17 años. Así que entra en este apartado. Porque, en realidad, éramos casi unas niñas. Aunque entonces creyéramos que lo sabíamos todo. Fue -y es- una gran amiga. Me apoyó en momentos duros, siempre desde la serenidad. Tengo suerte de seguir teniéndola , aunque se haya ido lejos, en busca de una nueva vida. Porque, además de buena, es muy valiente.
  5. Las sorpresas. En mi caso, son mi suegra y mi cuñada.  Con la mala fama que tienen, a mí me tocó la lotería. La madre de Pablo es una gran mujer. Una madre estupenda, una trabajadora incansable y una emprendedora por naturaleza, que ha afrontado muchos retos, de los que siempre ha salido airosa, y con una sonrisa. Me quiere y yo a ella. En muchas ocasiones, me ha dado lo que no tuve de niña. Sus hijos la adoran. Y no me extraña. Yo también.  Mi cuñada, su hija, es también una mujer extraordinaria, aunque ella no se lo cree, aunque los que la queremos insistamos en decírselo. Es buena, generosa y sensible. Hemos sufrido y disfrutado mucho durante estos 25 años. Es mucho más que la hermana de mi marido. Es mi amiga. Una de las mejores.
  6. La de carambola, que resultó ser una presencia constante y esencial en tu vida. Coincides en un trabajo, y resulta que le presentas a un amigo. Y van,  y se casan. Desde entonces, una vida. La suya y la nuestra, siempre en contacto. Sobre todo gracias a ella, que, esté donde esté, siempre encuentra un momento para llamar, para juntarnos. Y, pase el tiempo que pase, es como si no pasara el tiempo. Es una amistad fuerte. De cuatro que se quieren.
  7. La que perdiste y aún te lo reprochas. Porque fue por algo estúpido, visto desde ahora. Porque ella era una persona muy importante, con la que compartí momentos clave de una época única de mi vida. Porque ella y yo éramos un equipo. Y nos lo cargamos. Solo le deseo lo mejor, aunque sea lejos.
  8. Mi conciencia. Cómo me conoce. Y, sin embargo, me quiere. Tantos años codo con codo… Me riñe, me defiende, me ayuda. Nos respetamos y nos queremos. Sin estridencias. Sencillamente. La necesito.
  9. Los «descubrimientos». Crees que ya lo tienes todo «armado» y, de repente, encuentras a alguien que llama tu atención. Mujeres que brillan y te hacen pensar que merece la pena conocerlas. Fuertes, divertidas, luchadoras, listas… Y son muchas. Más cerca de lo que crees. De todas las edades. Algunas llevan años delante de tus narices y, de pronto, las ves. Apasionante.
  10. La hija. Esta es una categoría especial y única. Cuando me di cuenta de que es una mujer (y estupenda) que tiene preocupaciones de mujer, sentí una mezcla de emoción y tristeza (ésta, al confirmar que no había conseguido salvarla de nuestros miedos y obsesiones). Pero, por encima de todo, lo que siento al mirarla, es orgullo. De lo que es, de lo que sé que va a ser y, por qué no decirlo, del vínculo que hemos construido. Muchas veces, cuando lo pienso, sigue sorprendiéndome lo que me cuenta, la confianza que tiene en mí y la admiración que intuyo en su mirada y en sus palabras. No sé si lo merezco, pero me encanta. Espero saber conservarlo. Y que nuestro amor incondicional siga creciendo.

Mónica, Ana, Eli, Belén, Carol, Hermi, Susy, Yolanda, Rosa, Pepi, Araceli, Eva, Marisa, Patricia,  mi querida Elena… y todas las demás: Mi red de mujeres. Me hacéis fuerte, libre y segura . Gracias.

Hasta la próxima entrada.

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¿Por qué nos hacemos esto?

Esta semana he leído un post en un blog que me ha hecho recordar algo que no entiendo y, además, personalmente, me molesta.

El post, titulado ¿Nuevo feminismo o Plutocracia femenina?, firmado por María Gómez del Pozuelo, CEO de Womenalia y mujer a la que admiro por muchas razones, vuelve a lo que, en mi opinión, es un falso -y peligroso- debate sobre un supuesto Nuevo Feminismo o Plutocracia femenina, diferente al «clásico», que supuestamente aboga por la separación entre hombres y mujeres, mientras que este que defienden «apuesta por la integración del rol hombre y mujer». Como os decía, no creo que el Feminismo tenga versiones: es la «ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres». Y ya está. ¿Se puede saber qué tiene de malo eso? ¿Cuál es el formato aceptable de la batalla por la igualdad? ¿La de la meritocracia, la falta de cuotas y la evolución frente a la revolución?

No lo entiendo, pero lo que verdaderamente me molesta es que seamos las mujeres las que nos dejemos llevar, y hasta protagonicemos esa idea de división, que no es tal.

Los ejemplos que expongo a continuación son algunos de los que me vienen a la cabeza,  sin pensar ni buscar mucho. Son muy diferentes entre sí, tanto en su relevancia como en su enfoque, pero todos me cabrean, sinceramente:

  1. Empiezo por Victoria Kent, diputada en la II República por un partido de izquierdas, que se enfrentó a Clara Campoamor porque consideraba que 1933 todavía no era el momento para otorgar el voto a sus hermanas de género, porque las consideraba dominadas por las sotanas y, por lo tanto, partidarias de políticas conservadoras. Y, digo yo, ¿No habría sido más lógico luchar por que esas mujeres pudieran pensar por su cuenta, a pesar de que en el camino su voto no fuera el que prefería la privilegiada Victoria?
  2. Mi admiradísima Meryl Streep, que actúa como feminista, pero reniega de esa hermosa palabra para definir su comportamiento y sus opiniones claramente decantadas por los derechos de las mujeres en el cine, tanto de actrices como de creadoras.
  3. Siguiendo la ruta de la admiración, también me dejan perpleja algunos de los papeles que interpretó la gran Katharine Hepburn, una vez iniciada su relación con Spencer Tracy. El más sorprendente es el de co-protagonista (junto con el propio Tracy) en La Mujer del Año. En esa película, de 1942, Hepburn es una periodista política poderosa, inteligente y con contactos internacionales de primera línea, que se casa con un periodista deportivo, sencillo y divertido. El conflicto -evidente- surge muy pronto, en cuanto al flamante marido empiezan a molestarle los viajes, reuniones y amigos de su mujer.  Se separan, claro. Pero ella lo quiere tanto que se planta un día en su casa y, renunciando a todo, se incorpora a «sus labores» de esposa y ama de casa. Y Final Feliz. Esta fue la primera película que hicieron juntos como pareja, y para mí, la más descarada, pero otras como La costilla de Adán o La Impetuosa, también tienen lo suyo. No comprendo como la mujer que tuvo como una vela a Howard Hughes, y que se caracterizó por su independencia frente a lo que se esperaba de las mujeres de la sociedad americana acomodada a la que pertenecía, permitió que la visión machista del ultracatólico amor de su vida entrara en la suya.
  4. Y luego están las estupideces, como Cincuentas sombras de Grey, una supuesta novela romántica, en la que el amor consiste en la «regeneración» de un sádico -eso sí, guapísimo- que deja sus prácticas, pero solo porque «respeta» a la mujer de la que se enamora – que se ha dejado humillar por él hasta ese momento-, pero que no muestra el menor remordimiento ni pesar por todas las parejas a las que maltrató antes. Y lo ha escrito una mujer. Me parece estar oyendo las protestas de muchas de vosotras, defendiendo la libertad sexual y cualquier práctica consentida. Puede que sí, pero yo hablo simplemente de esta «novela»: recordad que esta trama, en concreto, se centra en la historia de un rico dominador y una sumisa sin recursos, y por qué se inicia la relación.
  5. Para finalizar, algo completamente incomprensible para mí. El movimiento Women against Feminism , que cuestiona si el feminismo es realmente necesario actualmente, pone en duda la veracidad científica de conceptos como patriarcado o identidad de género. Asimismo, defiende que las feministas exageran los problemas de las mujeres sin tener en cuenta los problemas de los hombres y que presentan una visión distorsionada de la realidad, basada en la misandria y en la victimización de la mujer. También cuestiona la existencia de la cultura de la violación en la que las feministas contemporáneas alegan que vivimos. Esto sí que me supera, honestamente.

Solo cinco ejemplos, diversos y seguramente fruto de manías personales, pero que creo que pueden ilustrar ese «no sé qué» que me hace sentir incómoda y que despierta en mí una especie de zozobra, que siempre acaba por traducirse en un enfado como el que os traigo aquí hoy.

Hasta la próxima entrada.

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Aquí te esperamos. Cómetelos

Esta no es una entrada normal. Es sobre mujeres y comunicación, sí. Pero las mujeres somos mi hija y yo, y la comunicación de la que hablo es la relación que hemos construido entre nosotras.

Elena tiene 23 años, recién cumplidos. Ayer mismo. Desde el día en el que supe que iba a tenerla, ella ha sido un reto para mí. Por todo. Nació cuando yo solo tenía 25 años y miles de planes, pero ninguno de ellos era la maternidad. Sin embargo, decidimos que sí, que podíamos y queríamos. Así que nos pusimos a ello a muerte, como con todo.

Los primeros años no fueron fáciles. Sinceramente, creo que, como madre, podría haberlo hecho mejor. Mi cabeza,  mi corazón y mi cuerpo no se ponían de acuerdo, y ella, que no tenía la culpa, seguro que lo sufrió. Fue el bebé más bueno del mundo, y luego una niña simpática, sana y muy lista. Consiguió, sin saberlo y sin querer, convertirme por fin en madre, a pesar de que, a veces, la responsabilidad, el miedo y las ganas de escapar fueran enormes. Pero ella, siendo como era, hizo que saliera airosa.

Gracias, mi niña.

Y, ya mas tranquila, vi crecer ante mis ojos a una persona única. Tan diferente a mí -y parecida a su padre- que me fascinaba y, a la vez, me inquietaba, por si no conectábamos o no nos entendíamos. Sé -porque lo he vivido- que eso es muy duro cuando se trata de tu madre.

Pero la vida, que a veces es muy cabrona, en nuestro caso fue amable y, con los altos y bajos propios de la pubertad, y los arranques hormonales naturales -suyos y míos-, superando obstáculos y algún que otro desencuentro, nos trajo hasta aquí.

Espero no equivocarme ni ser pretenciosa si digo que Elena y yo somos madre e hija. Nada menos. De las de verdad. Ese tipo de relación y esa clase de amor incondicional que yo siempre quise compartir con mi madre, y que solo tuve con mi hermana.

Como os decía, somos absolutamente diferentes. Tanto, que a veces, la miro y dedico tiempo a buscar en ella algo mío. Y me cuesta. Tal vez algún gesto. Quizás la asertividad que yo he moderado con la edad.  Y el amor a los gatos, que he conseguido transmitirle.

Pero ella es mucho más fuerte que yo. Y más valiente. Le gusta su vida y no le da vueltas inútiles a las cosas. Olé por ella. Es decidida y divertida. Y muy organizada.

Hablamos mucho. Ella me cuenta muchas cosas, en ocasiones -sobre todo cuando era más pequeña- más de las que me hubiera gustado saber, pero siempre he creído que escuchar y opinar sobre lo que me decía, nos ayudaba a tejer una red de confianza, para cuando me necesita. No ha sido muchas veces, o, al menos, no en grandes cosas, pero cuando ha hecho falta, ahí hemos estado las dos, codo con codo.

También hemos compartido frivolidades, claro. Son míticas nuestras salidas de Rebajas para celebrar su cumpleaños. Por donde pasamos nosotras, no vuelve a crecer la hierba. También vamos al cine, a ver pelis que nadie más quiere ver, y tenemos charlas «de baño» durante mis inmersiones semanales -nada ecológicas pero terapéuticas- en la bañera llena de espuma. Hemos intercambiado confidencias, opiniones y cotilleos. Y hemos resuelto conflictos propios y ajenos, en charlas con una extraña combinación de risas y desplantes. Esas somos nosotras.

Y ahora se va lejos. No sé por cuánto tiempo. Es imposible saberlo. Tiene por delante un trabajo, clases, amigos y una casa compartida, durante meses llenos de emociones. Le va a encantar, aunque ahora no lo sepa y sienta vértigo ante una marcha inminente.

La voy a echar muchísimo de menos. Y no creáis que pasamos mucho tiempo juntas. Es una de esas personas a las que se les cae la casa encima y siempre está por ahí, haciendo lo que sea. Tiene muchos amigos y mil planes. Pero vuelve (casi) cada noche (o madrugada) a su cuarto revuelto, con sus gatas y, de vez en cuando, a sentarse conmigo y contarme algo. O a no contarme nada y a esperar que le pregunte qué le pasa, sin saberlo.

Y yo me quedo. Es una putada. De verdad que no soy una madre moñas que solo vive para sus hijos. Qué va. De hecho, soy bastante independiente y me gusta tener mi espacio y tiempo para mis cosas.

La putada es que se vaya precisamente ahora. Cuando me gusta tanto y me apetece ver – de cerca- cómo sigue con su vida y lo bien que se las apaña -sé que será así-, como la mujer estupenda y decidida en la que se ha convertido.

Me gustaría estar más cerca cuando se plante ante todas las cosas estupendas que sé que le van a pasar, y ante las difíciles, para sentirme orgullosa de ella y de cómo las vive. En este momento de mi vida, en el que tengo la sensación de que empieza una nueva etapa que no sé que contiene, sería maravilloso seguir disfrutándola. Egoísmo puro. Lo sé.

Pero es su momento. El de volar -literalmente- y enfrentarse al mundo con esa mirada desafiante y provocadora que le sale tan bien. Y le toca hacerlo sola. Ojalá, en el equipaje, lleve algo de lo que hemos ido cargándola desde que nació: confianza, libertad, responsabilidad, entusiasmo, ilusión, AMOR…

Vamos, hija, sal corriendo. No mires atrás y cómetelos a todos. Y no tengas ni una pizca de miedo. Nosotros estamos aquí. Para ti. Siempre.

See you soon!

Hasta la próxima entrada (disculpad lo personal de esta, pero es lo suyo)