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Maestras

Muchas. Son muchas. Yo estudié Periodismo por ellas. Por ellas y por Billy, la redactora pelirroja de Lou Grant también, claro. Pero, sobre todo por estas grandes mujeres que lucieron plumas y micros por las páginas y las pantallas de los 80 y 90.

Siento por ellas admiración y envidia, por sus carreras y sus vidas, llenas de historias para contar o escribir.

Dándole vueltas, me quedo con éstas:

  1. Rosa María Calaf. Porque ha estado en todas partes y nos ha contado lo que pasaba allí. Nueva York, Moscú, Roma, Viena y China. Casi 40 años informando los espectadores de TVE (que éramos todos) sobre los acontecimientos más relevantes de las últimas décadas. Con su voz y su imagen características, con ese tono de saber perfectamente de lo que estaba hablando, y lo que estaba pasando. Como si nada de la sociedad y el país del que le tocaba ser corresponsal le fuera ajeno. Algo así como un valor seguro. Desde 2009 ya no es corresponsal, y es como si nos faltara algo.
  2. Pura Ramos. Ella dice que es una «momia» porque tiene 85 años, pero lo que es de verdad es un icono (me encanta esta palabra, y tengo pocas oportunidades de utilizarla. Así que la he soltado sin pudor). Una institución del periodismo, y testigo de la historia reciente de España, fue redactora de Pueblo y de Informaciones, cuando las periodistas femeninas no existían. Ella y Pilar Narvión eran unos «bichos» raros, en redacciones llenas de corbatas, de humo y de testosterona.
  3. Rosa Montero. La adoro. Me encanta todo lo que escribe. Su tono, su ligereza (bien entendida), su sensibilidad. Y sus ideas claras. También me siento unida a ella por su amor incondicional a los animales, sobre todo a los perros. Y por su pasión en las causas que apoya y que defiende. Siempre con una mezcla de idealismo y experiencia que  resultan muy emocionantes. Puede ser divertida, pero también dura. Leo sus columnas, la sigo en Twitter y en Facebook, para que a veces me indigne y a veces me reconforte. Depende. También me gustan sus novelas. Pero, sobre todo, cuando escribe, sin dobleces y en pocas palabras, de sus amores y de su amor. Y de haberlo perdido.
  4. Maruja Torres. La última porque para mí ella es «La más grande», no Rocío Jurado. Es lista, aguda, escribe como Dios y tiene los ovarios tan bien puestos que me ha dejado muchas veces sin palabras. Ella es mi ídolo, simplemente. En lo profesional y en lo personal. Y ya está. Sabe tanto, que sabe hasta irse. Como hizo con El País, porque ya no era el periódico que ella conoció.

Por ellas y por muchas más, que nos hacen sentirnos orgullosas y animan a las siguientes generaciones a querer ser periodistas también. Gracias

Hasta la próxima entrada

 

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Genet escribe cartas desde París

Vaya por delante que Janet Flanner -este era el verdadero nombre de Genet- no me cae bien. No sé por qué, la verdad. Me parece una de esas personas conscientes de su inteligencia y superioridad intelectual, que insiste en demostrarlas constantemente. Y eso me resulta cargante.

También tengo la sensación -y eso sí que es una opinión totalmente personal, e incluso diría que infundada- de que no trató bien a sus parejas, hombres y mujeres, y de que se aprovechó de ellas (sobre todo de ellas) y de la devoción que, sin duda le demostraron.

Aunque en 1921 hizo reportajes para National Geographic, viajando a Turquía y Grecia con Solita Solano, su compañera y secretaria durante décadas,  Janet desarrolló prácticamente toda su carrera periodística en París, como corresponsal de The New Yorker. Vivió en la capital francesa durante 50 años, con regresos frecuentes y de diferentes duraciones a los EE.UU.

Perteneció a la famosa Generación Perdida de americanos residentes en París, entre los que se encontraban también personalidades tan conocidas y reconocidas como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Dos Passos, Djuna Barnes, o su íntima amiga Gertrude Stein, entre otros. También se codeó allí con intelectuales y artistas europeos de los que han hecho historia, como Cocteau, Matisse o el mismísimo Picasso. Desde luego, no puede decirse que su vida no estuviera repleta de estímulos y emociones.

Eso sí, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, ella y Solita volvieron a su país, huyendo de las bombas y de los nazis. Genet vivió algunos años en Nueva York, con una nueva compañera, Natalia Murray. Solo volvió a Europa para cubrir el Desembarco de Normandía, las hazañas del ejército norteamericano y el triunfo de las tropas aliadas sobre el nazismo.

Durante los años siguientes, de nuevo con Solita, fue testigo y cubrió los hechos más relevantes de los años centrales del siglo pasado, repleto de guerras, revoluciones y crisis de toda índole.  Genet escribió sus «cartas» desde Europa en The New Yorker sobre los Juicios de Nurember o la revolución de Hungría, entre otros momentazos inolvidables de la Historia.

Su vida como periodista se concentra en su columna, que escribió durante más de 40 años, bajo el título «Cartas desde París (desde Roma en 1949)». Y ya está. Algunas colaboraciones con NBC radio, una recopilación de artículos y una novela de escaso éxito y dudosa calidad, The Cubical City, completan su obra.

Pero, sin duda, disfrutó de la vida. Conoció a personas extraordinarias, presenció grandes acontecimientos históricos en los que pudo profundizar, viajó y tuvo amores intensos. Una afortunada. Como anécdota, participó incluso en el famosísimo debate con Gore Vidal y Norman Mailer en el Show televisivo de Dick Cavett en 1971. No se perdía una…

Vivió una vida intensa, siempre desde una actitud distante y algo malhumorada. Su forma de contar las cosas y su tono me resultan algo molestos, como si menospreciara su suerte y, al mismo tiempo, quisiera demostrar a todos que se merecía esos privilegios.

Releyendo lo que escribo, me cuestiono si mi poca simpatía por Flanner se debe únicamente a la envidia, pero creo que no. La vida de otras muchas personas, de mujeres que aparecen o aparecerán en este blog, me resulta tan admirable, interesante y apetecible como la suya. Y me gustan. Algo en la impostura de Genet, su forma de hablar, su gesto condescendiente y su altivez, me alejan de ella.

Tuvo tanta suerte que las dos mujeres que la acompañaron de una forma más estable a lo largo de su vida, Natalia y Solita, regresaron siempre a ella. Natalia la cuidó hasta el día de su muerte, en 1978.

Estoy segura de que era una gran profesional. Estoy convencida de que tenía virtudes personales que desconozco y que la hicieron digna del amor y la amistad de muchas de esas grandes personas que he citado.  Pero hay personajes por los que sientes atracción y por otros, rechazo o, simplemente, indiferencia. Y este es el caso. Decidid vosotros lo que sentís por Janet, aunque no os he puesto fácil que os guste ¿Verdad?

Hasta la próxima entrada.