Caddy Adzuba es congoleña, de la República Democrática del Congo. Esa mujer negra de enorme sonrisa y gesto cansado fue nada menos que Premio Príncipe (todavía no Princesa) de la Concordia del año pasado, por su labor en defensa de los Derechos Humanos y de las mujeres y niñas de su país.
Un dato que no logro digerir es que allí todos los días -cada uno de ellos- son violadas más de mil mujeres. Hay cifras, como esta, que no sé dimensionar porque se escapan totalmente a mi entendimiento. Y no porque considere que nuestra sociedad, la Occidental y blanca, es más civilizada o mejor en términos generales que ninguna otra, sino simplemente porque no soy capaz de hacerme a la idea de lo que ese trágico número significa exactamente y lo que supone para la vida de esas personas.
Los países ricos y poderosos del mundo han convertido a la RDC y a otros países africanos en sitios abandonados a la guerra, olvidados por la justicia y maltratados hasta lo indecente. Y todo por lo de siempre, el dinero, que en este caso está representado por el coltan y otros minerales de los que apenas se sabía nada hasta hace pocos años, pero que son los que mueven a este mundo hiperconectado, porque vuelven listos a nuestros móviles, por ejemplo.
Y ahí lleva décadas luchando Caddy, desde los micrófonos de la radio, abanderando los derechos y la justicia para sus compatriotas. Su vida, claro, está en peligro, pero ella siempre regresa, porque no puede vivir, a salvo, lejos de los suyos.
Adzuba es otra mujer valiente que, con sus colaboradores (algunos de ellos mujeres que fueron víctimas de agresiones que luego se unieron a la lucha), ha conseguido logros tan enormes como la llamada Ley Dodd-Frank de reforma de Wall Street y protección del consumidor, aprobada por el Congreso estadounidense en 2010. Esta ley no ha hecho cambiar significativamente las cosas, pero es un hito histórico y social que, si se aplicara y no se deroga por intereses económicos, puede marcar un punto de inflexión.
Porque lo que en realidad busca Caddy es darle poder a las mujeres y que cada vez más africanas participen en la vida política y en los procesos de paz. Desde su activismo es firme defensora de las Resoluciones 1325 (2000) y 2122 (2013) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que reconocen que la guerra afecta a las mujeres de manera diferente que a los hombres y reafirman la necesidad de potenciar el rol de las mujeres en la adopción de las decisiones referidas a la prevención y la resolución de los conflictos.
El discurso de esta gran mujer cuando recogió su premio en Oviedo, es un canto a la justicia y a los Derechos Humanos, sobre todo para las mujeres y las niñas de su país, pero, sobre todo, un canto a la esperanza. La que mantiene a pesar de reunir, en un solo cuerpo, algunos de los mayores problemas que puede tener un ser humano en este terrible mundo.
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