Esta semana pensaba escribir sobre esto o aquello. Pero esta vez es imposible hablar de otra cosa.
El viernes, 13 de noviembre, fue un día terrible. Un grupo de terroristas islamistas del ISIS asesinaron a más de 120 personas en París, simplemente porque estaban allí. En las inmediaciones del Estadio de Francia, mientras se disputaba un partido amistoso Francia-Alemania, tomando unas cervezas o cenando en una terraza cerca de la Plaza de la República, o en un concierto de rock en una sala legendaria. Viviendo.
Y de repente, todo se quebró. Las redes sociales se llenaron de noticias sobre sangre, dolor y muerte. Miles de parisinos y visitantes, profesionales de la información y ciudadanos anónimos y anonadados, contaron en primera persona lo que estaba sucediendo. Sus llantos y sus gritos llegaron pronto hasta aquí, deseando compartir su dolor, exigiendo explicaciones y demandando solidaridad. Tratando de entender y clamando contra semejante atrocidad.
Era Prime Time en la televisión, y nuestras cadenas nacionales ni se inmutaron. Todas ellas siguieron con su estúpida programación de viernes noche, como si no pasara nada. Sin mostrar el más mínimo interés por una noticia tan claramente trascendente, no solo para las víctimas, cuyo número iba aumentando minuto a minuto, sino para Europa y el mundo, que definitivamente se ha vuelto loco, inmerso en el más absoluto y cruel sinsentido. Solo TVE 24 horas y 13TV suspendieron su programación para informar sobre los sucesos de París, seguidas algún tiempo después por TeleMadrid (y no sé si alguna tele autonómica más). Honrosas -pero minoritarias, por su audiencia- excepciones.
Es verdad que tampoco ninguna televisión ni ningún medio interrumpieron la emisión habitual para tratar el atentado del Líbano, que se cobró también decenas de vidas apenas unos días antes. Y eso está mal. Muy mal. Parece que los muertos de aquí (Occidente) y allá (el resto del mundo, y todavía más si son de otro color) no son iguales, y hay que llorar más a unos que a otros, sobre todo en los espacios públicos. Y eso es injusto. Muy injusto.
Pero no se trata de que las víctimas francesas sean de 1ª o no. Ese es otro (importantísimo) debate. Se trata de que la noticia -como debería haber ocurrido con la del Líbano y tantas otras, aunque se produzcan lejos- conmueve los cimientos de la sociedad, mancha de sangre la libertad y siembra de miedo las vidas de millones de personas. Que tiene consecuencias humanas, sociales, políticas y hasta económicas que todavía no somos capaces de dimensionar. Que hace comparecer y cambiar los planes de los principales mandatarios políticos y líderes religiosos del mundo, y que supone un golpe más lo que llamamos civilización, haciendo dudar más todavía -si ello es posible- sobre su futuro, el de mañana mismo.
Y en este tremendo contexto, la radio mantuvo el tipo, una vez más. Cuando todos los programas nocturnos estaban a punto de cerrar la semana, borrachos de Soberanismo, Pre-campaña e imputados, saltó la noticia y, con ella, los equipos de sus asientos, hacia teléfonos y micrófonos, para acompañarnos en esas horas de incertidumbre, espanto y dolor.
Debo decir también, claro, que muchos otros medios fueron activos y eficientes en la Red y en sus versiones online. Información permanentemente actualizada, corresponsales y enviados especiales al pie del cañón, analistas por todas partes. Es cierto.
Pero quiero hacer una loa a la radio, como medio de comunicación que siempre informa y ha informado a los ciudadanos de todos los colores y todas las clases sociales. Disponible y accesible para todos, en el baño y la cocina de todos nuestros hogares, en la mesilla de noche y en nuestro coche, acompañándonos como un amigo que nos cuenta al oído lo que pasa.
Y todas las radios, todas, estuvieron al pie del cañón informativo. Ampliando horarios, conectando con corresponsales y colaboradores, buscando testimonios, acudiendo a expertos, para intentar entender aquella locura…Haciendo periodismo en directo, como tiene que ser.
Gracias a los equipos de Angels Barceló (Hora 25, Cadena Ser), Miguel Ángel Domínguez (24 Horas, RNE), Juan Pablo Colmenarejo (La Linterna, COPE) y David del Cura (La Brújula, Onda Cero), por hacer bien su trabajo, junto con los responsables de otras emisoras, grandes y pequeñas a las que seguro olvido en esta brevísima relación.
Solo quería poner de manifiesto la importancia de la información en tiempo real, y de calidad, dirigida por profesionales del periodismo, capaces de contrastar y de informar con rigor, a pesar de la confusión de cifras, la información descontrolada y los rumores. Si no fuera por esto, que complementa y filtra el océano de noticias que corren como la pólvora en Twitter y en el resto de las redes sociales, el miedo hubiera sido todavía más grande. O lo que es mucho peor, la desinformación y la ignorancia.
La radio ha sido y es uno de mis grandes amores. Y nunca me defrauda.
Hasta la próxima entrada.