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Una de cada tres

Somos aproximadamente la mitad de la población. Un poco más, de hecho. Tenemos la misma preparación que los hombres, aunque nos paguen menos.  Llevamos décadas en política, algunas – Clara Campoamor y Victoria Kent son solo un par de ejemplos- destacando significativamente, incluso cuando las mujeres no podían ni votar.

Durante la República, la Guerra y la dictadura, miles de mujeres lucharon y defendieron los derechos y libertades, suyos y los de sus conciudadanos, arriesgando e incluso perdiendo la vida. Las mujeres siempre han estado ahí, en primera fila, incluso cuando era necesario el permiso del padre o el marido para salir de viaje o abrir una cuenta corriente.

No me quiero poner trágica, pero es que es absolutamente increíble que 40 años después de la muerte de Franco y 38 desde las primeras Elecciones, solo un tercio de las cabezas de lista de las próximas Generales sean mujeres (dos de ellas son las protagonistas de la imagen y el vídeo de este post). Y ninguna de ellas, por supuesto, son candidatas a la Presidencia del Gobierno. Los candidatos se llaman Mariano, Pedro, Albert, Pablo, Alberto, Andrés… Ni una Ana, María, Carmen ni Elena.

Hubo un tiempo, hace unos meses, que parecía que la cosa estaba cambiando, por fin. Susana Díaz, Ada Colau, Manuela Carmena, Esperanza Aguirre, Rosa Díez, Tania Sánchez, Begoña Villacís, Inés Arrimadas, Teresa Rodríguez… Nombres de mujer encabezando las listas para los parlamentos europeos y regionales y para los ayuntamientos más importantes de España.  Ya era hora.

Pero no. Parece que no era una señal. Ni una tendencia. Nada de eso. Ahora hay que rebuscar en las listas para encontrar mujeres en puestos relevantes y con posibilidades en las candidaturas. Aunque desde hace ya 8 años la ley impone un mínimo del 40% de los puestos de las listas para cada sexo, cada grupo de cinco diputados, los partidos cumplen este porcentaje de tal manera que es menos probable que las mujeres ocupen un escaño. Ya en la Legislatura que acaba de terminar,  los varones ocuparon dos tercios del Congreso, frente al 36% de mujeres, casi 15 puntos por debajo de lo que debería ser por representación. Y esta vez, las cosas no parece que vayan a mejorar.

De hecho, hasta los nuevos y flamantes «partidos emergentes» hacen lo mismo. Ciudadanos es el que menos mujeres tiene en sus listas, y parece que el mismo Rivera tampoco se rodea de muchas en su equipo de confianza – recordemos el «gracioso chascarrillo» de la charla informal previa a la conversación entre él e Iglesias en Salvados, y en el que tampoco quedaron muy bien parados Évole e Iglesias, por cierto-.  Según Francisco Hervías, su secretario de Organización, están en contra de las cuotas «porque son un instrumento que no premia la meritocracia y va en contra de la igualdad». Poco o nada que añadir a lo escrito Octavio Salazar en su blog de The Huffington Post de hace unos días: Algo sigue funcionado mal si las instituciones que nos representan continúan inclinando mayoritariamente la balanza del lado del que siempre tuvo el poder,  y vuelven a hacer a las ciudadanas invisibles.

Espero, con todas mis fuerzas, que estos sean los últimos comicios en los que yo, o cualquier otro, tenga que indignarse por esto.

Hasta la próxima entrada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Un país demasiado bello

 

Hay personas que son recordadas por un par de hitos de su biografía, aunque esta, como cualquier vida, haya tenido otros más relevantes para su protagonista o para el mundo. A Martha Gellhorn se la recuerda, sobre todo, por haber sido una de las esposas de Hemingway y por su trabajo como corresponsal en la Guerra Civil española. Ambos aspectos fueron, desde luego, actividades de riesgo, pero no los más importantes ni extraordinarios que vivió. Que una película de Hollywood, con Nicole Kidman como protagonista, se centrara en estos dos hechos, contribuyó sin duda a que sobresalieran.

Gellhorn tuvo una larga existencia, a la que ella misma puso punto y final cuando lo decidió, a los casi 90 años, en 1998. Durante esas casi 9 décadas, fue una mujer moderna de verdad. Para la época en la que le tocó vivir, y también si fuera contemporánea nuestra .

Hija de un ginecólogo alemán y de una sufragista, nieta de judíos y protestantes, Martha siempre destacó. Sin llegar a acabar los estudios, se lanzó al mundo para ser periodista con apenas 20 años. Tras publicar en The New Republic, logró su sueño de ser corresponsal, durante dos años en París, con la United Press.

Luego volvió y recorrió su país como cronista de la Gran Depresión e investigadora de campo para la Federal Emergency Relief Administration de Rooswvelt, en la que colaboró con Dorothea Lange, fotoperiodista, con la que reflejó la mísera vida de las familias que sufrieron los estragos de aquellos años terribles, a lo largo y ancho del país.

Esta activista del Pacifismo, pasó años de guerra en guerra. Primero, nuestro conflicto civil, cuyo seguimiento compartió con Hemingway, durante los primeros años de su romance intermitente, y antes de su turbulento matrimonio.

Durante ese tiempo, en 1938, fue cuando escribió a Eleanor Roosevelt desde Barcelona, la famosa carta en la que decía sobre España: «¿Y sabe otra cosa? Este país es demasiado bello como para que los fascistas lo hagan suyo. Ya han convertido Alemania, Italia y Austria en algo tan repugnante que incluso el paisaje es feo. Cuando conduzco por las carreteras de aquí y veo las montañas de piedra y los campos áridos a ambos lados, los parasoles clavados en la arena de las playas, los pueblos del color de la tierra y los lechos de grava de los ríos, la cara de sus agricultores, pienso: ¡hay que salvar España para la gente decente, es demasiado hermosa como para desperdiciarla!»

Y después de la caída de España, Martha siguió narrando la II Guerra Mundial, a pesar de la resistencia y los celos de su flamante marido. Desde Finlandia, Hong Kong, Birmania, Singapur y Bretaña. Llegó a hacerse  pasar por camillera para informar sobre el desembarco de Normandía y fue de las primeras en contar los horrores de Dachau.

Tras la Guerra y el divorcio, Martha siguió con su vida y con su trabajo. Escribió varias novelas, fue amiga íntima de los Roosevelt e informó sobre África y la Unión Soviética, entre otros temas centrales de las décadas siguientes. Incluso recibió el prestigioso Premio O. Henry.

Pero ni siquiera todo eso consiguió hacer sombra a que el Premio Nobel de Literatura más universal le dedicara nada menos que su novela  Por quién doblan las campanas, inspirada en la Guerra Civil española. Hay cosas contra las que es inútil rebelarse.

En todo caso, en mi recuerdo, la prosa de Gellhorn y su extraordinaria vida siempre brillarán más que las del sobre valorado y, en el fondo, machista Ernest.

Hasta la próxima entrada.

 

 

 

 

 

 

 

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Siempre nos quedará la radio

Esta semana pensaba escribir sobre esto o aquello. Pero esta vez es imposible hablar de otra cosa.

El viernes, 13 de noviembre, fue un día terrible. Un grupo de terroristas islamistas del ISIS asesinaron a más de 120 personas en París, simplemente porque estaban allí. En las inmediaciones del Estadio de Francia, mientras se disputaba un partido amistoso Francia-Alemania, tomando unas cervezas o cenando en una terraza cerca de la Plaza de la República, o en un concierto de rock en una sala legendaria. Viviendo.

Y de repente, todo se quebró. Las redes sociales se llenaron de noticias sobre sangre, dolor y muerte. Miles de parisinos y visitantes, profesionales de la información y ciudadanos anónimos y anonadados, contaron en primera persona lo que estaba sucediendo. Sus llantos y sus gritos llegaron pronto hasta aquí, deseando compartir su dolor, exigiendo explicaciones y demandando solidaridad. Tratando de entender y clamando contra semejante atrocidad.

Era Prime Time en la televisión, y nuestras cadenas nacionales ni se inmutaron. Todas ellas siguieron con su estúpida programación de viernes noche, como si no pasara nada. Sin mostrar el más mínimo interés por una noticia tan claramente trascendente, no solo para las víctimas, cuyo número iba aumentando minuto a minuto, sino para Europa y el mundo, que definitivamente se ha vuelto loco,  inmerso en el más absoluto y cruel sinsentido. Solo TVE 24 horas y 13TV suspendieron su programación para informar sobre los sucesos de París, seguidas algún tiempo después por TeleMadrid (y no sé si alguna tele autonómica más). Honrosas -pero minoritarias, por su audiencia- excepciones.

Es verdad que tampoco ninguna televisión ni ningún medio interrumpieron la emisión habitual para tratar el atentado del Líbano, que se cobró también decenas de vidas apenas unos días antes. Y eso está mal. Muy mal. Parece que los muertos de aquí (Occidente) y allá (el resto del mundo, y todavía más si son de otro color) no son iguales, y hay que llorar más a unos que a otros, sobre todo en los espacios públicos. Y eso es injusto. Muy injusto.

Pero no se trata de que las víctimas francesas sean de 1ª o no. Ese es otro (importantísimo) debate.  Se trata de que la noticia -como debería haber ocurrido con la del Líbano y tantas otras, aunque se produzcan lejos- conmueve los cimientos de la sociedad, mancha de sangre la libertad y siembra de miedo las vidas de millones de personas. Que tiene consecuencias humanas, sociales, políticas y hasta económicas que todavía no somos capaces de dimensionar. Que hace comparecer y cambiar los planes de los principales mandatarios políticos y líderes religiosos del mundo, y que supone un golpe más lo que llamamos civilización, haciendo dudar más todavía -si ello es posible- sobre su futuro, el de mañana mismo.

Y en este tremendo contexto, la radio mantuvo el tipo, una vez más. Cuando todos los programas nocturnos estaban a punto de cerrar la semana, borrachos de Soberanismo, Pre-campaña e imputados, saltó la noticia y, con ella, los equipos de sus asientos, hacia teléfonos y  micrófonos, para acompañarnos en esas horas de incertidumbre, espanto y dolor.

Debo decir también, claro, que muchos otros medios fueron activos y eficientes en la Red y en sus versiones online. Información permanentemente actualizada, corresponsales y enviados especiales al pie del cañón, analistas por todas partes. Es cierto.

Pero quiero hacer una loa a la radio, como medio de comunicación que siempre informa y ha informado a los ciudadanos de todos los colores y todas las clases sociales. Disponible y accesible para todos, en el baño y la cocina de todos nuestros hogares, en la mesilla de noche y en nuestro coche, acompañándonos como un amigo que nos cuenta al oído lo que pasa.

Y todas las radios, todas, estuvieron al pie del cañón informativo. Ampliando horarios, conectando con corresponsales y colaboradores, buscando testimonios, acudiendo a expertos, para intentar entender aquella locura…Haciendo periodismo en directo, como tiene que ser.

Gracias a los equipos de Angels Barceló (Hora 25,  Cadena Ser), Miguel Ángel Domínguez (24 Horas,  RNE), Juan Pablo Colmenarejo (La Linterna, COPE) y David del Cura (La Brújula, Onda Cero), por hacer bien su trabajo, junto con los responsables de otras emisoras, grandes y pequeñas a las que seguro olvido en esta brevísima relación.

Solo quería poner de manifiesto la importancia de la información en tiempo real, y de calidad, dirigida por profesionales del periodismo, capaces de contrastar y de informar con rigor, a pesar de la confusión de cifras, la información descontrolada y los rumores. Si no fuera por esto, que complementa y filtra el océano de noticias que corren como la pólvora en Twitter y en el resto de las redes sociales, el miedo hubiera sido todavía más grande. O lo que es mucho peor, la desinformación y la ignorancia.

La radio ha sido y es uno de mis grandes amores. Y nunca me defrauda.

Hasta la próxima entrada.

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Y un día, lo dijo

A todos nos ha pasado alguna vez. Por lo menos a mí me ha pasado. Normalmente, en la vida profesional, uno intenta no airear públicamente algunas de sus opiniones porque sabes que no van a encajar bien, o van a ser malinterpretadas, o sencillamente resultarán ofensivas para algunas personas. Y te las callas, durante mucho tiempo. Pero un día, con la guardia baja o en un falso ambiente de confianza, lo sueltas. Y todo es tan malo como te habías imaginado, pero ya no hay vuelta atrás. ¿Os ha pasado a vosotros también? Es frustrante, sobre todo porque todo el esfuerzo previo no ha servido para nada.

Pues si eres una de las periodistas más famosas del mundo, ya más allá del final de tu carrera, y tus declaraciones consisten en decir que los judíos centro-europeos se tendrían que haber quedado en sus países después de la II Guerra Mundial, en lugar de participar en la creación del estado de Israel, evitando así el conflicto con los palestinos, las consecuencias son una auténtica bomba mediática y hasta diplomática.

Estamos hablando de Helen Thomas, la primera mujer periodista acreditada en la Casa Blanca. Durante medio siglo cubrió la información de los gobiernos de nada menos que 10 Presidentes de los EE.UU., desde el mismísimo JFK hasta Obama, al que puso en jaque más de una vez, a pesar de sus casi noventa años, desde las primeras filas de la famosísima sala de prensa que todos conocemos.

Helen Thomas vivió más de 90 años y fue testigo de primera línea de los acontecimientos más importantes de los últimos 50, acompañando a Presidentes y Vicepresidentes norteamericanos en sus hazañas, errores, escándalos y éxitos. Helen fue la primera mujer funcionaria del National Press Club, la primera miembro y presidente de la White House Correspondents Association y, en 1975, la primera miembro del Gridiron Club (la más antigua y prestigiosa asociación de periodistas de Washington, cuyos miembros solo acceden por invitación).

Y un día, en apenas unos minutos, todo se vino abajo. Sus afirmaciones provocaron finalmente su dimisión, e hicieron que la cuestionara como profesional -aunque resulte increíble- desde todos los ámbitos, incluido su propia agencia, United Press, y la misma Casa Blanca. En 2010 dejó el trabajo de toda su vida y murió solo 3 años después, a los 92, en su casa de DC.

Unas pocas palabras acabaron con la carrera de una mujer única, la primera de muchas en muchas cosas, entregada a su oficio y un referente para la profesión. Palabras duras que molestaron a gente poderosa.

Hasta la próxima entrada

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¿Qué tiene de malo la realidad?

A veces es horripilante. Me refiero a esas portadas de algunas revistas del corazón o «femeninas» en las que aparecen cuerpos y rostros como de cera, en los que ha desaparecido toda expresión, y toda naturalidad.

Recuerdo un reportaje de Tamara Falcó en 2011 que me impresionó muchísimo, porque era completamente artificial y hasta grotesco. Un cuerpo diminuto, una cabeza enorme, posturas imposibles. Todo desproporción, a todas luces innecesaria. Más, incluso,  si pensamos que tenía poco más de 20 años, cuando nos enseñaba a todos su nueva casa en el centro de Madrid.

Y ese es solo un ejemplo. Las páginas de papel cuché están repletas de esas imágenes fantasmagóricas y esas figuras «borradas». A mí me dan mucha grima. Entiendo, porque lo vivo, el temor a envejecer y a la imperfección, que a las mujeres (sí, sobre todo a nosotras) nos acompaña -y a veces nos persigue- durante prácticamente toda nuestra vida. Es un asco. Pero creo que prefiero mis patas de gallo y las arrugas de mi cuello (que, por supuesto, no me hacen ninguna gracia), que parecer alguien sin vida y sin emociones, que es lo que borra, además, el Photoshop descontrolado.

Porque también he de decir que no se trata de culpar a la herramienta, que solo es eso y tiene muchos usos positivos, sino al uso psicótico que se hace de ella en algunos medios de comunicación, especialmente sobre fotografías de mujeres (sí, insisto, más en nuestro caso).

Todos tenemos en mente ejemplos patrios y extranjeros de estos excesos, algunos de los cuales llegan a ser ridículos y, por qué no decirlo, hasta patéticos. Odio pensar que nosotras preferimos vernos así, pero lo que más me cabrea es que muchos creen que queremos hacernos eso. Negar el paso del tiempo, de las hormonas, de los platos de jamón y de las risas… lo que viene a ser la vida, que a veces lleva consigo arrugas, granos, lorzas y más arrugas. ¿Y qué? Por favor, ayudémonos unas a otras a dar un corte de manga con peineta a la esclavitud de los estándares de belleza y de perfección que nos dominan, entre otras cosas.

Yo no quiero ser como Madonna, que en todos los reportajes tiene cara de momia sin alegría, ni como Isabel Presley, que rejuvenece en vez de cumplir años, ni como Carmen Martínez Bordiú, que no se parece en nada a ella misma.  Todavía se me pone la piel de gallina cuando recuerdo la portada de las dos últimas en la Revista de las Revistas. Además, es solo un engaño que únicamente se mantiene en las páginas. ¿Para qué, entonces?

En cualquier caso, me gusta ver que algo que estaba tan extendido y aceptado como hecho consumado, empieza a resquebrajarse, y que algunas mujeres de las que salen en estas revistas se quejan de que las «retoquen», y algunas incluso se niegan a ello.

El ejemplo más relevante, por su repercusión, es el de Kate (video que encabeza esta entrada), que ya había manifestado su desacuerdo antes, pero que ahora ha incluido una cláusula específica sobre el tema en su último contrato publicitario.

Ella es la más famosa y reciente, pero no la única. Nuestra Inma Cuesta organizó un buen revuelo hace poco en las redes sociales, cuando vio la fotografía que publicó el Dominical en su portada de hace unas semanas, en la que aparecían ella y Eduardo Noriega, y en la que la habían reducido a la mitad y eliminado todas las imperfecciones de su cara. Le parecía totalmente innecesario. A mí también. La foto original era preciosa, y ella aparecía tan guapa -y tan real- como es de verdad.

No quiero decir nada del trozo de nalga que le quitaron a uno de los Ángeles de Victoria Secret en una revista. ¿Se puede saber qué tipo de rectificación hay que hacerle a un cuerpo como ese? Es surrealista e increíble… E indignante.

Creo que hasta que no abordemos con naturalidad la presencia de las mujeres en los medios, empezando por nosotras mismas, esto va a ser un cambio muy lento, aunque inevitable. ¿A quién no le gusta una buena foto?¿A quién no le apetece ver caras hermosas y sonrisas deslumbrantes en las revistas de LifeStyle?¿Cómo no vamos a querer disfrutar de la ropa, el maquillaje y el peinado de los que aparecen, cuando leemos este tipo de medios? Pero es que estos esperpentos no son buenas fotos, esos cuerpos y esas caras no son bonitos y esas sonrisas están muertas.

Ser actriz, modelo o mujer en general no supone dar licencia para dejarse hacer eso…y menos para desearlo. Viva la (hermosa) imperfección.

Hasta la próxima entrada.