El parto, si todo va bien, es casi lo más fácil. A partir de ahí empieza lo complicado y no hay libro de instrucciones que esté garantizado. Tenemos que decidir cómo queremos criar a nuestro hijo y cuál es nuestro papel en ese grandioso proyecto.
En la última década, cada vez es más frecuente la llamada “crianza natural” o “con apego”, que recupera la teoría formulada por John Bowlby y que defiende el contacto físico y emocional del niño con su figura de afecto principal como la mejor fórmula para su desarrollo físico y cognitivo y de seguridad de sí mismo para el resto de su vida. Esta teoría, impulsada en los EE.UU. por la familia Sears en las últimas décadas, define la maternidad y la crianza como procesos naturales e instintivos, propios de nuestra condición de mamíferos. Defiende los partos naturales, la lactancia materna por el mayor tiempo posible (incluso hasta los cinco o seis años), el colecho con los niños hasta que ellos lo decidan, la “cría en brazos” (porteo) por la madre o la educación en el hogar y no en la escuela, entre otras propuestas.
Este modelo de maternidad, que irrumpió hace unos diez años en España, donde también se la conoce como «crianza respetuosa», tiene adeptos y detractores. Aquellos afirman que las primeras relaciones en la infancia determinan cómo nos relacionamos afectivamente con los demás y determina nuestra conducta en la vida adulta. Según sus defensores, con esta forma de crianza se trata de responder a las necesidades de los bebés, atenderlos, y que así se sientan queridos, acompañados y sostenidos emocional y físicamente, para que desde la calma, puedan desarrollarse correctamente.
Los que cuestionan esta forma de ejercer la paternidad consideran que carece de base científica y que lo que realmente busca es devolver a las mujeres – que son las que habitualmente ejercen esa figura principal de afecto- al hogar, renunciando a las conquistas y derechos de finales del SXX.
Los que, como yo, somos críticos creemos que esta tendencia es otra forma de competir por quién es más madre y un retroceso para el Feminismo. Eso no significa que cuestionemos la gran importancia del vínculo afectivo fuerte entre la criatura y las personas adultas que se ocupan de ella, esencial para el desarrollo de una futura personalidad independiente, segura y con capacidad para establecer relaciones sanas. Lo que ponemos en tela de juicio es que para ello sea necesario llevar al niño siempre a cuestas, darle de mamar cuando quiere y durante varios años o que duerma con sus padres cada noche. Creo que esta moda convierte al niño o a la niña en el centro de la creación y no le ayuda a aprender, por ejemplo, cómo soportar la frustración. Y convierte a la madre, no en la mejor madre del mundo, sino en una esclava doméstica.
Sin embargo, las que practican este tipo de crianza consideran que no estar con sus hijos pero trabajar para alguien que les paga es lo que es una forma de esclavitud. Argumentan que ese vínculo imprescindible solo se consigue respondiendo a las necesidades físicas y emocionales de los bebés. Si pide brazos, hay que cogerlo. Si no quiere dormir solo, se le mantiene cerca. Y si pide teta, la madre lo amamanta. Para poder hacer todo esto, muchas mujeres dejan las carreras que habían elegido para poder estar más tiempo con sus pequeños.
En mi opinión este modelo, que es casi un culto, ejerce una presión injusta e innecesaria sobre las mujeres, algunas de las cuales sienten fatal al creer que fallan como madre por no seguir sus dictados. Yo creo que lo más importante para los bebés es que noten que sus padres los quieren. El método específico de nacimiento y de alimentación y el número de horas que han sido cargados al día son irrelevantes. Los bebés no necesitan una madre perfecta, o lo que algunos consideran perfecta.
Yo le di la teta a mis dos hijos durante unos meses, porque sé que es bueno para ellos, claro. Pero lo que a mí me gustaría es que tener hijos no supusiera, otra vez, que la madre tenga que dedicarles su vida entera, y pararla, para ella y sus cosas, durante años. Vivir no es solo llegar a vieja. Y también me encantaría que la sociedad no siguiera penalizando y haciéndonos sentir culpables a las mismas de siempre. Creer que eres una madre de mierda es, efectivamente eso, una mierda.
Hasta la próxima entrada.