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Oriana Fallaci: una vida repleta de vida

En este Blog no podía faltar Oriana Fallaci, un nombre que toda mujer periodista o escritora ha repetido varias veces, y más si es europea.  En este caso, para mí, se mezclan sentimientos. La admiro, por supuesto, pero los alegatos de sus últimos años, tras los atentados del 11 S en Nueva York, contra el islamismo radical, me resultan inquietantes y, en sus escritos y declaraciones, no veo claramente la -evidente- y deseable diferencia entre la crítica a ese radicalismo infame y el respeto a la fe musulmana y a los individuos que la profesan pacíficamente. Y me parece peligroso. Probablemente su profundo repudio al antisemitismo y el impacto de lo ocurrido en 2001 se mezclaran en su alma.

Dicho esto antes de seguir, la vida de Fallaci es, por sí misma, una historia apasionante y, en cierta manera, envidiable para cualquier mujer, especialmente si tenemos en cuenta que nació en 1929 y las mujeres de su generación -y de varias posteriores- no tuvieron el privilegio ni el derecho a vivir grandes cosas. Ella fue, al mismo tiempo, una afortunada y una luchadora. Y se lo ganó.

Desde la infancia hasta que en 2006 la venció «el otro» (como ella llamaba al cáncer de pulmón que sufrió durante varios años),  pasó por el mundo dejando huella. Hija de un activo antifascista, Edoardo Fallaci, siendo una niña luchó activamente contra el fascismo en su Italia natal, como correo para la Resistencia italiana durante la ocupación nazi de su ciudad, Florencia, en la II Guerra Mundial. Fue condecorada después de la contienda, cuando contaba solo 14 años.

Su vida y su profesión siguieron siendo emocionantes después. Aunque empezó a estudiar medicina, decidió después dedicarse al periodismo, como su tío Bruno, con el que trabajó en algunas publicaciones. Y lo que pasó después es ya Historia del Periodismo. Alternó Estados Unidos con Italia como lugares de residencia, y viajó como enviada especial a los más relevantes conflictos de su tiempo. Cabe destacar sus vivencias en Vietnam, que marcaron su vida y su carrera. Y entrevistó a todas las personalidades y personajes de su época. Hombres y mujeres admirables y despreciables en proporciones similares.  Desde Henry Kissinger a Fellini, de Jomeini (es famoso su enfrentamiento y el gesto de quitarse el chador que la obligaron a ponerse para la entrevista) a Indira Ghandi, de Arafat a Sean Connery, de Golda Meir a Gadafi.  Gran entrevistadora, ampliamente reconocida por esta labor, reunió varios de sus trabajos en el libro Intervista con la Storia, de 1974.

Pero más allá de su trabajo, Fallaci tuvo experiencias y momentos únicos también personalmente. En 1968, durante la Matanza de Tlateloico en México, a la que asistió como periodista y como activista, fue dada por muerta e incluso trasladada, herida, al depósito de cadáveres, donde, afortunadamente descubrieron que seguía con vida. Ella describió la masacre como «peor que las que había visto en la guerra».

Y en lo puramente privado también tuvo una vida apasionante, aunque dura. Conoció a su compañero de vida, Alekos Panagulis, opositor a la Dictadura de los Coroneles griega y vivió con él 3 años, hasta su muerte, en 1976, cuando su coche se estrelló. Oriana nunca creyó que fuera un accidente, al igual que la muerte de su amigo Pasolini. Lettera a un bambino mai nato, uno de sus mayores éxitos editoriales,  fue su homenaje al hijo que no llegó a nacer, fruto de su relación con Panagulis. Y, tras llorarlos a ambos,  continuó trabajando y recorriendo el mundo, para contarlo.

Con esta vida tan intensa y apasionante, que incluso ha dado para una miniserie en la RAI, no es de extrañar la prolífica obra de Oriana Fallaci, tanto periodística como narrativa.

Tenía muchísimas cosas que contar.

Hasta la próxima entrada.

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«Esclavas del poder»: «no nos callarán»

En México es difícil ser periodista . Hace apenas unos días, asesinaron al fotoperiodista Rubén Espinosa y a cuatro mujeres que se encontraban con él en el momento de su «ejecución», entre las que se encontraban la activista Nadia Vera y Alejandra, la empleada de hogar, así como un par de amigas más. Algunos  de ellos se habían atrevido a molestar al Poder, allá en Veracruz, y los mataron a todos.

En México también es muy duro ser mujer. La trata, las violaciones y la violencia machista son frecuentes.  La sociedad mexicana, como la nuestra, sigue teniendo ramalazos culturales de aquello de «los hombres de verdad», la falsa protección y la dominación real. Esto, mezclado con el narcotráfico y la corrupción, ponen a las mujeres en el punto de mira, literalmente hablando.

Así que ser mujer, periodista peleona y feminista en aquel país es triplemente arriesgado.  Lydia Cacho es una de esas mujeres valientes e incansables. Desde siempre, ha alzado la voz en defensa de las mujeres en general y de las su país en particular. Ha denunciado también la corrupción y se ha metido hasta los ojos en las historias que ha escrito para denunciar, pero también para reclamar Justicia (con mayúsculas).

Eso, y menos en México, nunca es gratis y a ella le ha pasado una factura elevada, y aún tiene que estar agradecida de seguir con vida, a pesar de cuestionar a los poderosos, que además se ayudan y conspiran juntos contra los que amenazan el status quo y sus negocios o negocietes .  Tuvo que salir zumbando del estado de Puebla, amenazada de muerte. Antes, fue detenida y procesada ilegalmente por el Gobernador,  haciéndole un favor al «empresario» libanés al que ella había osado poner en la picota en su libro Los demonios del Edén, donde desvelaba una red de pornografía infantil.

La detuvieron nada menos que por Difamación, la retuvieron y la torturaron. Los pillaron, sí. Hubo un gran escándalo, es cierto. Pero ella, por esta y otras razones igual de inaceptables, tuvo que huir y refugiarse en casa de su hermana. Hace apenas unos meses participó en un careo con el policía que encabezó el grupo de agentes torturadores a los que sufrió en 2005. Durante varias horas, Lydia relató las 30 de horror a la que la sometieron por hacer su trabajo y por denunciar una gran red de pederastia y el abuso de decenas de niñas.

Pero Cacho no se rinde. En 2010 publicó Esclavas del poder, investigación periodística con historias contadas a la autora por mujeres y niñas que sobrevivieron a las redes mundiales de trata de personas. Historias tremendas contadas en primera personas, en entrevistas que, en sus propias palabras, eran, cada una, «la entrevista más dura de mi vida, hasta que llegaba la siguiente».

Y sigue peleando por las mujeres y su dignidad, por los Derechos Humanos que deberían asistirlas y protegerlas y por la Libertad de Expresión. Escribe sus artículos en los diarios nacionales, aparece en los canales de televisión y publica en su propio blog y en los de otros, como en este reciente texto, en el que precisamente hace referencia al asesinato de Rubén Espinosa, con especial atención a las mujeres que lo acompañaban:  Nadia Vera Pérez,  Yesenia Quiroz, Alejandra y una colombiana de la que no conocemos el nombre pero que también fue violada y asesinada, como sus tres compañera.

No nos callarán.

Gracias, Lydia.

Hasta la próxima entrada

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Yo soy de Clara ¿Y tú?

El derecho al voto de la mujer es, por decirlo suavemente, cosa de «anteayer». En España, fue en la II República cuando lo aprobó el Congreso de los Diputados, por 161 votos a favor, 121 en contra y muchas ausencias intencionadas de sus Señorías, prácticamente todos hombres.  En ese bosque de corbatas y trajes oscuros, solo dos excepciones: Clara Campoamor y Victoria Kent. Curiosamente, en el parlamento republicano, las mujeres podían ser elegidas… solo por hombres.

Volviendo al caluroso agosto del año 1931, el primero de aquella breve y joven República con trágico final, nos encontramos con un tema candente y una controversia inesperada, entre las dos únicas mujeres diputadas. ¿Y por qué se enfrentaron en este tema? Pues básicamente por cuestiones políticas. Para Clara, la igualdad entre los ciudadanos («antes que mujer, soy ciudadana») estaba por encima, y por delante, de los intereses de su partido. Por su parte, Victoria temía las consecuencias de conceder el voto a las mujeres, en aquella época bastante influidas por la Iglesia en su visión del mundo.

Ambas diputadas y varios diputados de la época participaron en aquel debate histórico, en el que Clara se encontró con el desacuerdo de sus propios compañeros de partido, que se barruntaban -con acierto- que si las mujeres acudían a las urnas, el siguiente parlamento sería de derechas, lo mismo que el Gobierno republicano.  Pero Clara, que no era tonta y lo presagiaba también, no se dejó arredrar y mantuvo sus convicciones Humanistas (así se definía ella, más que como Feminista) hasta el final.

He traído esta historia aquí porque los discursos que pronunciaron las dos me parecen ejemplos de comunicación persuasiva y su tono, enfoque y planteamiento, modernos incluso para la época actual, tan reaccionaria en muchas cosas. Clara Campoamor fue directa y respetuosa con Kent, que habló antes que ella. Su punto de vista huyó del corto plazo, y del foco en las siguientes elecciones y de las miserias partidistas, augurando un triste y reprochable futuro a una sociedad que no permitía que la mitad de sus integrantes expresaran su opinión y participaran de la Soberanía Popular, aun estando ella en desacuerdo con las decisiones derivadas de esa nueva situación.

Victoria, sin embargo, argumentando falta de preparación o de conciencia social en las mujeres de su tiempo, pidió que el voto de la mujer se concediera más adelante, en el desconocido momento en el que se las considerase (supongo que por los hombres y las mujeres «especiales») preparadas para ello. Debió de ser duro y difícil para Kent pronunciar aquella intervención parlamentaria. Pero hizo su elección.

Finalmente, el Congreso aprobó el sufragio femenino en otoño de aquel mismo año. Y, sí, en 1933, en gran parte por el apoyo de las mujeres, ganó la derecha y la CEDA de Gil Robles, con sus principios de Religión, Familia, Orden y Prosperidad,  tal y como vaticinaron Victoria Kent y los compañeros de Partido de Campoamor, que, sin embargo mejoraron sus resultados también y el mismo Lerroux fue el encargado de formar Gobierno. La izquierda se dio un importante batacazo.

El siguiente paso, si las cosas hubieran evolucionado pacífica y democráticamente, hubiera sido la lucha de la izquierda para que las mujeres salieran de las faldas de las sotanas de sus confesores, para decidir por ellas mismas. Pero la Guerra y, sobre todo, las décadas de dictadura de Franco, truncaron estos y muchos otros planes de libertad, justicia e igualdad y nos convirtieron en un país tenebroso y anómalo durante demasiado tiempo.

Hasta la próxima entrada.

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¿Te acuerdas de Pilar?

Si, por curiosidad, preguntara nombres de periodistas españolas del S. XX,  me sorprendería que muchos mencionáramos el de la aragonesa Pilar Narvión.

Ella, junto con muy pocas otras, fue testigo y escriba de muchos de los principales acontecimientos de los últimos años del franquismo y primeros de la democracia, Golpe de Estado de Tejero y compañía incluidos.

Así que aquí tenemos a una de las representantes más destacadas del periodismo español desde los años 50 y casi la hemos olvidado. El hecho de que desde su jubilación, a principios de los 80, apenas volviera a publicar nada,  seguro que no ayuda. Y que no fuera amiga de homenajes ni apariciones públicas nostálgicas, tampoco.

Pero su experiencia es un «imprescindible» para las que nos dedicamos o querríamos dedicarnos a esto. Y para las que admiran a las mujeres fuertes, inteligentes y valientes. Y para todas las demás.

Pilar fue la primera mujer que formó parte de la redacción del diario Pueblo, aquel periódico que para muchos representa sentimientos encontrados, por ser un medio del Régimen, por un lado, y por ser símbolo de un naciente periodismo profesional en la España de aquellos años tan tristes, por otro.

Pues ahí estaba Pilar, escribiendo de Ecos de Sociedad, de marquesas, de fiestas y bodas que no le interesaban en absoluto, pero que eran temas «propios de su sexo». Menos mal que ella no se conformó y se ganó el respeto de su director, nada menos que Emilio Romero, que decidió mandarla de corresponsal a Roma, donde cubrió la firma del Tratado y la muerte de Pío XII. Y después le tocó a París: V República de De Gaulle, la Guerra de Argelia, la Revolución del 68… Parecía ir en busca de las noticias transformadoras del siglo, para presenciarlas de primera mano, y compartirlas.

Y después de todo eso, de vuelta a la oscura España de los 70, impregnada ella ya del espíritu y los aires de Europa y sensibilizada al máximo con el papel social de la Mujer. Y aquí, ya como subdirectora del diario, otra vez a relatar la Historia (con mayúsculas): asesinato de Carrero, muerte de Franco, Transición y patochada de tricornios en el Congreso. Ahí es nada.

Y luego, se fue a su casa, a descansar. Solo el libro de su paisano y protegido Juan Carlos SorianoPilar Narvión: andanzas de una periodista perezosa, nos la trajo de vuelta. Murió en el verano de hace un par de años, solo unos días antes del fallecimiento de otra compañera, Concha García Campoy, de la que sí se acuerda todo el mundo. Y conste, que también se lo merece. Todas ellas lo merecen.

Hasta la próxima entrada.