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Violeta es la flor de los humildes

A veces, ser la primera es una condena al olvido. La Historia suele recordar a las que acaban y consiguen y no tanto a las que arrancan.

Una de estas pioneras fue Consuelo Álvarez Pool, barcelonesa que vivió a caballo entre dos siglos que cambiaron el mundo y, sobre todo, la vida de las mujeres. Nació en el XIX, hija de padre profesor y con la suerte de recibir una educación que pocas tenían en aquellos años oscuros. La muerte temprana de tan excepcional varón para la época le cambió la vida a aquella inquieta chica de 17 años que quiso ser telegrafista pero que tuvo que casarse, sin amor y sin ilusión, con un mecánico de una fábrica de armas que se la llevó a Trubia, donde Consuelo aprendió para siempre de la diferencia de clases, de la humillación de los que tienen menos y, sobre todo, de sus esposas, incultas y destinadas solo a parir. Como ella misma, con dos hijos vivos y sanos y dos que perdió demasiado pronto.

A partir de ahí, empezó a ser la primera en muchas cosas. Dejó a su marido, al que no amaba, y se levó a sus hijos con ella. Primero a Oviedo y luego a Madrid, donde por fin logró su puesto de Telegrafista. Y empezó a escribir cuentos y artículos en El País de aquella época, el de Antonio Catena, donde firmaron también Galdós, Joaquín Costa, los hermanos Machado y hasta Valle-Inclán. Colaboró también en la Conciencia Libre, esa excepcional publicación feminista que promovía el valor de la mujer culta y librepensadora. Fue amiga de Carmen de Burgos y de Clara Campoamor. Y una de las primeras Jefas de Prensa de España, cuando se creó tal área en Correos y Telégrafos en 1915.

Le dio tiempo a todo. Fue esposa y madre trabajadora. Telegrafista, junto a su hija Esther, que aprobó las oposiciones el mismo año que ella. Periodista, con el seudónimo de Violeta, la flor de los humildes. Y feminista. Y republicana. Hasta se presentó a las Elecciones de 1931, aunque no consiguió su escaño.

Tuvo una larguísima vida, excepcional en las mujeres de su tiempo, cuando la edad media estaba en torno a los 40 años.  Llegó a los 91, así que le dio tiempo a ver la vuelta de la oscuridad de los años oscuros del Franquismo, donde la mujer perdió todo lo ganado, con tanto esfuerzo de tantas. Una Dama Roja a la que los vencedores no se atrevieron a encarcelar por avanzada edad cuando acabó la Guerra Civil, pero a la que condenaron a volver a ser un «Ángel del Hogar», aquello que siempre odió y contra lo que siempre luchó, para ella y para las demás.

El de Consuelo Álvarez Pool, una mujer bilingüe, culta y valiente, es uno de esos nombres que debemos gritar, como ha hecho en su libro Victoria Crespo, una de aquellas a las que les debemos tanto, como a todas las que intentaron sacarnos de las cocinas para abrirnos las puertas de las aulas y las páginas de los libros. Las que se atrevieron a levantar su voz y su brazo para exigir lo que es nuestro. Esas que se arriesgaron por nosotras y a las que les debemos todo. «Por las que fueron somos. Por las que somos serán«. Así que es nuestro deber seguir haciendo lo que esté en nuestras manos para no dar ni un paso atrás de nuevo, como el retroceso que ella tuvo que vivir tras luchar durante décadas. Murió en 1959, de vuelta al siglo XIX del que había intentado salir y sacar a todas las mujeres.

Hasta la próxima entrada.

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Casi un año después

Hola:

Ha pasado casi un año desde la última entrada (no os voy a contar mis penas, ni mi desgana, ni el resto de las razones que lo explican) y hoy me he levantado con ganas de volver a escribir y con el (espero) firme propósito de retomar la rutina de seguir haciéndolo.  Me gusta y me ayuda. No quiero que se me olvide.

En estos 11 meses, en lo que se refiere a las mujeres, a la comunicación y al movimiento feminista han pasado muchísimas cosas. Os confieso que mi estado de ánimo, en este punto, oscila entre la esperanza y el miedo (a que sea algo pasajero, a que se aproveche como una moda y, por lo tanto, se desvirtúe. A que haya enfrentamientos estúpidos que nos hagan perder las razones…).  Suelo apostar por lo primero, para no perder este valiosísimo impulso, en el que no podemos dar ni un paso atrás.

Durante este tiempo, yo he sido más bien una observadora y una «animadora» de otras mujeres, de todas las edades que se ha levantado. De hecho, algunas compañeras que, hasta hace bien poco, han sido tímidas, se han quitado los complejos y se declaran, por fin, feministas. Solo por eso, ya merece la pena.

Así que esta mini-entrada de hoy es, simplemente, para deciros -de nuevo- hola y para citar a algunas de las mujeres a las que observo y animo. A las que también admiro y, sobre todo, a las que me encanta escuchar y con las que quiero seguir conversando. Algunas son amigas desde hace tiempo, a otras las he conocido en los eventos y charlas a los que acudo profesional o personalmente. A algunas solo las he leído o visto en redes sociales y en medios. Da igual. Son un buen grupo. Aquí os menciono a algunas, por si os animáis a conversar con ellas también.

  1. Virginia Galvín. Mi amiga del colegio. Durante muchos años, subdirectora de VF. Hasta que Conde Nast empezó a sustituir a las profesionales de más de 40 años, como si eso fuera un defecto o una tara profesional. Ella sigue al pie del cañón y cada vez más implicada en la causa de las mujeres. Su #ProyectoMujer ya es una preciosa realidad. Lo podéis disfrutar en http://www.virginiagalvin.com. También es escritora. Ahora tiene entre manos una novela.
  2. Alicia Gutiérrez. También es mi amiga, desde los maravillosos tiempos de Sevilla. Reencontrada y recuperada hace dos o tres años. Una PERIODISTA, con todas las letras. Escribe en Infolibre y, hasta que lo han cancelado, ha participado en la tertulia de Las Mañana de Cuatro.
  3. Ana Pardo de Vera. La directora de Público, una de las pocas mujeres que dirigen medios de comunicación en España Es amiga de una amiga. Y así la conocí. Tuve el honor de contar con ella (y con Virginia, Marta Reyero y Sonsoles Ónega) en una charla más que interesante que organizamos hace un par de años.  Con su acento gallego, dice verdades como puños (y como puñales). Últimamente, la «frecuento» mucho.  Parece que nos interesan los mismos temas: Nosotras, nuestros derechos y el papel que el periodismo hecho (y dirigido) por mujeres puede tener en esta lucha a la que tanto el falta todavía.
  4. Ana Bernal-Triviño. A ella la conozco solo por Twitter y por sus artículos, sobre todo en eldiario.es y El Periódico. Hace poco, la escuché en la Jornada #UOCAlumni2018 y me encantó la vehemencia que ya había intuido. Os recomiendo que lo la perdáis de vista.
  5. Cristina Fallarás. Me declaro ferviente admiradora. De su desvergüenza, de su pasión, de su convicción, de su capacidad para explicarlo todo lanzándolo a nuestras caras. Ella también estaba en la mesa redonda de la UOC (con las dos Anas) y arrolló con sus palabras y con el lenguaje que expresaba todo su cuerpo. Ahora es parte del Consejo de RTVE y dice que la insultan y la amenazan (a ella y a su familia) incluso más gravemente que antes. En Twitter y -lo que es mucho peor- por la calle. Solo a ella.  Por ser mujer.  Su #cuéntalo dio voz a más de dos millones de mujeres en todo el mundo que compartimos nuestras experiencias de acoso , agresiones, violaciones y otras violencias machistas.

Y hay muchas más, sobre las que probablemente hablaré otro día. Y también seguiré escribiendo sobre otras mujeres y sus aportaciones al mundo. Mujeres invisibilizadas durante años, décadas e incluso siglos y que no me da la gana de que,  en la medida en que yo pueda evitarlo, sigan así.

Porque, más allá de nombres propios, he de deciros que lo que más me gusta de lo que ha pasado en este tiempo es la fuerza de la sororidad, de la unidad entre nosotras.  Apoyarnos, colaborar. No juzgarnos unas a otras ni prejuzgar lo que hacemos.  Luchar (sí, esto es una guerra. Contra la desigualdad) juntas. Contra la sentencia de La Manada, contra la desigualdad salarial, contra la precariedad profesional, contra la violencia, contra tantas cosas… Eso sí que me entusiasma. Me emociona y me da fuerzas. Gracias, compañeras.

Hasta la próxima entrada.

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Ser la madre que te dé la gana

El parto, si todo va bien, es casi lo más fácil. A partir de ahí empieza lo complicado y no hay libro de instrucciones que esté garantizado. Tenemos que decidir cómo queremos criar a nuestro hijo y cuál es nuestro papel en ese grandioso proyecto.

En la última década, cada vez es más frecuente la llamada “crianza natural” o “con apego”, que recupera la teoría formulada por John Bowlby  y que defiende el contacto físico y emocional del niño con su figura de afecto principal como la mejor fórmula para su desarrollo físico y cognitivo y de seguridad de sí mismo para el resto de su vida. Esta teoría, impulsada en los EE.UU. por la familia Sears en las últimas décadas, define la maternidad y la crianza como procesos naturales e instintivos, propios de nuestra condición de mamíferos.  Defiende los partos naturales, la lactancia materna por el mayor tiempo posible (incluso hasta los cinco o seis años), el colecho con los niños hasta que ellos lo decidan, la “cría en brazos” (porteo)  por la madre o la educación en el hogar y no en la escuela, entre otras propuestas.

Este modelo de maternidad, que irrumpió hace unos diez años en España, donde también se la conoce como «crianza respetuosa», tiene adeptos y detractores. Aquellos afirman que las primeras relaciones en la infancia determinan cómo nos relacionamos afectivamente con los demás y determina nuestra conducta en la vida adulta.  Según sus defensores, con esta forma de crianza se trata de responder a las necesidades de los bebés, atenderlos, y que así se sientan queridos, acompañados y sostenidos emocional y físicamente, para que desde la calma, puedan desarrollarse correctamente.

Los que cuestionan esta forma de ejercer la paternidad consideran que carece de base científica y que lo que realmente busca es devolver a las mujeres – que son las que habitualmente ejercen esa figura principal de afecto- al hogar, renunciando a las conquistas y derechos de finales del SXX.

Los que, como yo, somos críticos creemos que esta tendencia es otra forma de competir por quién es más madre y un retroceso para el Feminismo. Eso no significa que cuestionemos la gran importancia del vínculo afectivo fuerte entre la criatura y las personas adultas que se ocupan de ella, esencial para el desarrollo de una futura personalidad independiente, segura y con capacidad para establecer relaciones sanas. Lo que ponemos en tela de juicio es que para ello sea necesario llevar al niño siempre a cuestas, darle de mamar cuando quiere y durante varios años o que duerma con sus padres cada noche. Creo que esta moda convierte al niño o a la niña en el centro de la creación y no le ayuda a aprender, por ejemplo, cómo soportar la frustración. Y convierte a la madre, no en la mejor madre del mundo, sino en una esclava doméstica.

Sin embargo, las que practican este tipo de crianza consideran que no estar con sus hijos pero trabajar para alguien que les paga es lo que es una forma de esclavitud. Argumentan que ese vínculo imprescindible solo se consigue respondiendo a las necesidades físicas y emocionales de los bebés. Si pide brazos, hay que cogerlo. Si no quiere dormir solo, se le mantiene cerca. Y si pide teta, la madre lo amamanta. Para poder hacer todo esto, muchas mujeres dejan las carreras que habían elegido para poder estar más tiempo con sus pequeños.

En mi opinión este modelo, que es casi un culto, ejerce una presión injusta e innecesaria sobre las mujeres, algunas de las cuales sienten fatal al creer que fallan como madre por no seguir sus dictados. Yo creo que lo más importante para los bebés es que noten que sus padres los quieren. El método específico de nacimiento y de alimentación y el número de horas que han sido cargados al día son irrelevantes. Los bebés no necesitan una madre perfecta, o lo que algunos consideran perfecta.

Yo le di la teta a mis dos hijos durante unos meses, porque sé que es bueno para ellos, claro. Pero lo que a mí me gustaría es que tener hijos no supusiera, otra vez,  que la madre tenga que dedicarles su vida entera, y pararla, para ella y sus cosas, durante años. Vivir no es solo llegar a vieja. Y también me encantaría que la sociedad no siguiera penalizando y haciéndonos sentir culpables a las mismas de siempre. Creer que eres una madre de mierda es, efectivamente eso, una mierda.

Hasta la próxima entrada.

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Machismo venial (o la Teoría del Total)

Sí,  venial. Como esos pecados que cuando éramos niños nos decían, en Catequesis, que no eran tan importantes. Pecadillos que con un par de Padrenuestros y tres Avemarías de penitencia estaban olvidados. También podríamos llamarlo, como ya ha hecho alguno de cuyo nombre no tengo ningún interés en acordarme, “machismo leve”, como si de una tipología de delito se tratara.  A este paso, como las plumas neomachistas se nos animen, va a acabar por ser, simplemente, una Falta.

A mí me gusta llamar a este movimiento creciente la Teoría del “Total”.  Suele argumentarse así, quitándole importancia a esos gestos, acciones o comentarios que consideran inofensivos: “Total, por una canción…”, “Total, por un piropo…”, “Total, por un chiste”, “Total, por un vestido”. Y nos llaman histéricas, feminazis y cosas peores a las que alertamos sobre lo que influye todo eso en que en esta sociedad, en pleno S.XXI, nuestros hijos sigan creyendo que quien te controla te quiere más, que los celos son también una prueba de amor. Las niñas siguen teniendo miedo a ir solas por la calle y las mujeres somos violadas y asesinadas todos los días simplemente por serlo.

En ese grupo de nuevos machistas quejumbrosos se encuentran hombres y nombres conocidos de la literatura y el periodismo, algunos de ellos sorprendentemente jóvenes. Tuve que leer dos veces la fecha de nacimiento de aquel que tituló una columna con un “Ablación textil”  y se quedó tan ancho. Se refería así  a lo que, según él,  le hacían a Cristina Pedroche las que cuestionaban  su cosificación en Nochevieja.  Si no fuera porque es una broma macabra, tal vez me reiría.  O no.

Pues nada, hombres. Sigamos así. Que nadie se moleste si un profesor comenta, chistoso, “me pongo con las chicas, que son más guapas” o si una JEFA incluye un hombre en un equipo (Da igual quién. Lo que importante es que tenga pene)  porque el cliente es muy “tradicional” o el sector muy masculino. Continuemos aguantando comentarios sobre nuestra apariencia en reuniones de trabajo, e interrupciones sin consecuencias cuando somos nosotras las que tenemos la palabra.

Los adeptos a la Teoría del Total esgrimen, con enorme agudeza, que los que componen esas canciones, los que opinan sobre tu aspecto sin pedirles opinión, los que “animan” a llevar tacones a las empleadas de su empresa y los que escriben artículos sobre el peinado y la manicura de Vicepresidenta del Gobierno después del verano o sobre la relevancia de la relación sentimental de lrene Montero (la “Yoko-Ono de Podemos”) con Pablo Iglesias solo están ejerciendo su Libertad de Expresión. Que ellos no violan, ni agreden ni asesinan mujeres, que son los actos de lo ellos que deben de considerar, supongo, Machismo Grave (porque Mortal, como los peores pecados, sin duda lo es).

Y es que, según dicen muchos de estos señores, muy leídos y muy modernos ellos – y algunos muy jóvenes, insisto-, las que critican y alertan públicamente sobre todo esto, como Barbijaputa, Yolanda Domínguez o, hace apenas unos días, las musicóloga Laura Viñuela son (somos) “monjas posmodernas” o ”máquinas censoras”. Y consideran, muy seriamente y desde su “viril distancia”,  que lo que nos pasa es que nos morimos de envidia por la belleza de las guapas, que no es igualitaria, sino una lotería que, por supuesto, no nos ha tocado. Que quitarle a una mujer su capacidad de seducción – que no sé muy bien lo que es ni quién pretende quitarnos ese preciado don- es “matarlas”. No, amigos, no. Matarnos es otra cosa.

Y es que, no sé si lo sabían ya, estos sabios aceptan que el feminismo es necesario, pero tiene que ser el que a ellos les gusta –elegante, sereno, discreto y, supongo, más femenino-. Y todas las demás que, ejerciendo también nuestra Libertad de Expresión, nos rebelamos ante estas semillas del mal, somos putas, feas, gordas y, por supuesto, estamos  muy mal folladas.

Total, por un insulto…

Hasta la próxima entrada.

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Son 3 feministas y 1 «feministo»

Podría empezar esta entrada compartiendo, por enésima vez, el significado real del término FEMINISMO o FEMINISTA según la RAE o la Fundeu, pero no lo voy a hacer. Quien quiera malinterpretarlo y retorcerlo, lo hará de todas formas y quien quiera torpedearlo, también. Estoy cansada de intentar explicar a mucha más gente de la que cabría temer, que el feminismo es un movimiento de reivindicación, que lucha por la Justicia – sí, con mayúscula – para la mitad de la población de este mundo por el hecho de tener vagina y tetas, en lugar de pene.

Puede que otro día lo vuelva a intentar, pero esta vez voy a escribir de las que lo tienen muy claro.Os traigo aquí a tres mujeres españolas, feministas y jóvenes.

Sinceramente, he de deciros que estoy preocupada porque detecto un importante retroceso en la conciencia de las mujeres en cuanto la lucha por la igualdad de derechos y oportunidades por las que ya llevamos luchando décadas. Sé de algunas que se retorcería en sus tumbas si contemplara el fundamentalismo de la maternidad que vuelve a encadenarnos, por ejemplo, capitaneado por mujeres con la Verdad Absoluta (pocas cosas hay más peligrosas que eso).

Por si alguno de los que lean esta líneas tiene la tentación de recurrir al argumento tan manido de que el feminismo no tiene sentido en el «Mundo desarrollado», en el que ya somos iguales, solo quiero recordar el reciente estudio de FEDAE  en el que se volvía a poner sobre la mesa la tremenda realidad de que en nuestro país, las mujeres seguimos cobrando un 20 % menos que los hombres. Y ¿Sabéis en qué, sobre todo? En la parte variable del sueldo, ésa que depende de criterios subjetivos de los jefes. De ahí que es urgente que las cuotas de mujeres en las directivas de las empresas sean una práctica a implantar en las empresas, según reivindican muchos expertos y expertas. Y, apenas dos días después, el Foro Económico Mundial se descolgó con que la igualdad salarial entre hombres y mujeres, si seguimos a este ritmo, no será realidad hasta 2186. Y eso, hablando simplemente de remuneración. Mucho peor se ve todo cuando hablamos de violencia machista, la trata, ablaciones, matrimonios concertados y violación a los 8 años. Las mujeres vivimos en este mundo. No lo olvidemos.

Volvamos a nuestras jóvenes guerreras. Un ejemplo de tres, diversas y magníficas.

  1. Barbijaputa (@barbijaputa). Es puro ingenio y agudeza verbal (escrita, más bien). Nadie sabe quién está detrás de su avatar de Barbie endemoniada, pero es puro veneno… del bueno. No deja títere con cabeza y sus columnas en eldiario.es son crudas y certeras. Soy una admiradora incondicional. Me divierte y me gusta hasta cuando no estoy de acuerdo con ella, que es -la verdad sea dicha- pocas veces.
  2. Yolanda Domínguez (@yodominguez) es una artista visual bastante reconocida, pero yo la conozco, sobre todo, por su activismo. La primera vez que reparé en ella fue a raíz de la movilización que lideró como respuesta a la campaña machista de Multiópticas, que cosificaba y vejaba a las mujeres como mercancías del consumo sexual. Ahora la leo siempre que cae en mis manos uno de sus artículos en el Huffington Post.  Es una feminista de mente clara y verbo inteligente. A veces, me resulta algo cargante, pero en general, merece la pena leerla y ver sus vídeos.
  3. Diana López Varela (@dianalovar). Esta gallega me tiene enamorada. Es periodista, guionista y escritora. Autora de No es país para coños, un libro que ha dado mucho que hablar. No para y no se calla. Si vuelvo a ser joven, quiero ser como Diana. Su blog satírico, Suspenso en Religión, merece la pena y muchas sonrisas.
  4. Miguel Lorente (@Miguel__Lorente) ¿Que no es una mujer? ¡No me digas! Ya, pero es de lo más feminista que me he echado a la cara. También escribe en eldiario.es y en El Huffington Post. Es forense y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género en el Ministerio de Igualdad. Su blog se titula AUTOPSIA (el otro, Cardiopatía Poética, es literario) y es pura sensibilidad y conciencia. No le pillado nunca en un renuncio, y mira que lo leo con ahínco. Sus textos son un balón de oxígeno y un destello de esperanza entre tanto sexista.

Tres feministas y un «feministo», por si os apetece poneros al día de lo que se «cuece» en este tema, conectado con la actualidad y con un enfoque claro, sencillo (que no simple) y hasta divertido, a veces. Aunque la cosa, de momento, no tiene ninguna gracia.

Hasta la próxima entrada.

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Isabel Oyarzábal fue media docena de cosas, por lo menos

Otra mujer de una pieza. Hija de escocesa y malagueño-vasco, vivió como mujer republicana hasta su muerte como exiliada en México, porque murió antes que Franco. Sólo un año antes…

Esa combinación de orígenes, creencias y culturas, hizo de Isabel una persona especial en el ambiente burgués y provinciano de Málaga a finales del XIX. Fue profesora de español en Escocia, donde iba cada verano, y donde conoció a mujeres extraordinarias, como la sufragistas Eunice Murray y la gran bailarina Ana Pavlova, entre otras. Para ella, aquellos veranos eran los mejores momentos del año, dejando atrás en opresivo ambiente de su ciudad natal.

Porque Isabel no se conformó nunca con nada. Era una mujer inquieta y con enormes ganas de vivir, que no aceptaba el papel que se le imponía, por ser mujer y de «clase acomodada».   Así que, acompañada por su madre, con una mentalidad mucho más abierta que la de su familia paterna, se lanzó al mundo y vivió múltiples experiencia.

He de decir que, sea en la época que sea, me fascinan las mujeres (las personas, en realidad) versátiles, capaces de hacer muchas cosas (bien, se entiende). Es verdad que el tiempo en el que le tocó vivir a nuestra protagonista, esto es todavía más admirable. Porque, fijaos:

  1. Fue actriz. Muy poco tiempo, es verdad. Entró a formar parte de la compañía de María Tubau, aprovechando la presencia de su compañía en Málaga. Una vez contratada, madre e hija se fueron a Madrid, donde participó en el montaje de la obra Pepita Tudó. Durante esa época, Isabel contrajo matrimonio con Ceferino Palencia, el hijo de la conocida actriz. No les fue demasiado bien como pareja, pero aprendió muchas cosas de su familia política y del «mundo de la farándula».
  2. Feminista y sufragista, tal vez inspirada por las mujeres que conoció en su infancia y, sobre todo, por su madre y el ambiente liberal en el que vivió, una vez fallecido su padre, que era el de la mano firme y convencional. Militó en la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), de la que llegó a ser presidenta, y en 1920 fue delegada en el XIII Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio de la Mujer en Ginebra.
  3. Escritora y periodista. Por eso está aquí, entre otras cosas. Por su dominio del idioma, colaboró con publicaciones inglesas como The Standard y Laffan News Bureau. Además, después, con su hermana Ana y  Raimunda Avecilla publicó la revista La Dama y la Vida Ilustrada, con contenidos para mujeres. También escribió para  Blanco y Negro, El Heraldo, Nuevo Mundo o La Esfera. Autora varios libros, sobre muchos temas, son sus Memorias la más valorada de sus obras, aunque no salieron en España hasta setenta años después de su publicación.
  4. Republicana y embajadora, por lo que más se la recuerda. En otoño de 1936, ya iniciada la Guerra Civil,  fue nombrada ministro plenipotenciario en la Embajada de España en Suecia. Antes había participado en la Sociedad de Naciones, y dio conferencias en Estados Unidos y Canadá y en el congreso del Partido Laborista de Edimburgo. En enero de 1937 estaba en Estocolmo para presentar sus credenciales al rey sueco, pero tuvo que esperar un tiempo porque  su predecesor, proclive al bando rebelde, se resistía a dejar su puesto. En Suecia conoció la novelista ganadora del Nobel Pearl S. Buck y a la socialista y feminista rusa Alexandra Kollontai, de quien escribió una biografía.
  5. Inspectora de trabajo, la primera mujer en ocupar este puesto por oposición en España, en 1933.
  6. Exiliada. Isabel no fue una excepción, y como muchos otros intelectuales de la época, se exilió tras la caída de la República. En 1939, ella y su familiar, partieron a México, donde murió sin regresar jamás a España.

Lo que os decía desde el principio. Otra gran mujer. Una más. Gracias, Isabel.

Hasta la próxima entrada.

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Señoritas no, mujeres

La Institución Libre de Enseñanza es todo un símbolo cultural del siglo XX, lo mismo que la famosa Residencia de Estudiantes en la que vivieron genios como Dalí, Lorca o Buñuel, y que ha sido inmortalizada por el cine, la poesía y la misma Historia. Cuna de la Generación del 27 y de parte de lo mejor del arte y la pasión anteriores a la Guerra que lo asoló todo.

Esta es la versión masculina. De aquel lugar mágico y lleno de inquietud intelectual y artística fue de los barros maravillosos de los que nacieron lodos en los que se combinó lo trágico y lo extraordinario.

Pero resulta que, solo 5 años después de que se fundara la Residencia de Estudiantes, y en el mismo lugar (un precioso «hotelito» en la calle Fortuny de Madrid) que ésta dejó porque necesitaban más espació, se creó la Residencia de Señoritas, inspirada en la primera y que bebía también de los principios de la Institución. Unas 30 residentes y un puñado de profesoras abrieron las puertas de aquel lugar único, en el que aquellas valientes se atrevieron con la Filosofía, el Arte, la Ciencia y el deporte, actividades consideradas «de hombres» en aquella España de principios de siglo.

Y que no os confunda su nombre, cursi, machista y rancio. María de Maeztu, su fundadora, tenía muy claro que aquello era el principio de un largo recorrido para las mujeres. Es verdad que, tanto profesoras como residentes, eran «señoritas» de buenas familias de clase media-alta, en una época en la que las obreras y las mujeres del campo ni siquiera sabían leer y escribir. Sin embargo, aquellas jóvenes – y no tan jóvenes- abrieron un camino que todas nosotras tenemos que agradecer.

Con fuertes vínculos con su entidad hermana, el International Institute for Girls en España, ellas fueron de las primeras que empezaron a hablar y a demandar el voto para las mujeres, siguiendo la estela de las sufragistas americanas y británicas de la época.

Por aquellas salas, laboratorios y bibliotecas pasaron nada menos que María Zambrano – que a tantas mujeres nos ha enseñado a pensar-, Victorina Durán, Clara Campoamor o la mismísima Premio Nobel Marie Curie, unas como docentes estables, otras participando en algunas de las frecuentes actividades organizadas por y en la propia residencia. Entre las «alumnas» estuvieron Victoria Kent (una de aquellas primeras 30), científicas como María García Escalera y Cecilia García de Cosa, o Matilde Huici, por ejemplo.

El objetivo era la promoción de la formación universitaria para las mujeres, como requisito imprescindible para que éstas tuvieran un papel activo en aquella sociedad totalmente masculina, en la que ellas no pintaban nada y servían, sobre todo, para trabajar y parir, siempre al servicio de sus padres, de sus hermanos, de sus maridos e incluso de Dios.

Durante sus poco más de 20 años de existencia, la Residencia de Señoritas (maldito nombre) fue el campo de cultivo burgués de la intelectualidad femenina -y feminista- de nuestro país. Ellas empezaron a ocupar puestos de relevancia en una España que empezaba a dar muestra de pequeños pero significativos cambios. En el Congreso de los Diputados, en la Escuela y la Universidad, en el Derecho, en la Filosofía.

Pero otra vez la infausta fecha del 18 de julio de 1936 dio al traste con un sueño, el de aquella institución, sus mujeres y el de una sociedad, que como todas las del mundo, las necesitaba mucho. El día que empezó la Guerra, la residencia estaba casi vacía por las vacaciones de verano. Durante el asedio a Madrid, sus instalaciones fueron utilizadas como hospital y orfanato. Cuando acabó la contienda, ya en Valencia, María de Maeztu dimitió y se fue de aquella España indeseable.

Después de aquello, la Residencia se convirtió en un Colegio Mayor regido por la infausta y nunca bien criticada Sección Femenina de la Falange (Su nombre y su recuerdo son igualmente insultantes). Bajo la dirección de Matilde Marquina, en 1940 volvió a funcionar con el nombre de Colegio Mayor Santa Teresa de Jesús, con su director espiritual (un sacerdote varón, naturalmente) y todo. Como podéis barruntar, aquel sitio no se parecía más que en las paredes a la Residencia original y los principios y objetivos de aquella, como tantas otras cosas importantes en aquellos tiempos, se fueron al garete.

Pero aquellas «señoritas» fueron nuestras maestras, las que pusieron los cimientos de la presencia de las mujeres en la universidad española, hoy tan abundante -y, en algunos campos, abrumadora-. Fueron las que hicieron posible que nuestra voz, aunque a escondidas, nunca dejara de oírse y leerse. A veces, a gritos. Otras, en susurros.

Hasta la próxima entrada.

 

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¿Por qué nos hacemos esto?

Esta semana he leído un post en un blog que me ha hecho recordar algo que no entiendo y, además, personalmente, me molesta.

El post, titulado ¿Nuevo feminismo o Plutocracia femenina?, firmado por María Gómez del Pozuelo, CEO de Womenalia y mujer a la que admiro por muchas razones, vuelve a lo que, en mi opinión, es un falso -y peligroso- debate sobre un supuesto Nuevo Feminismo o Plutocracia femenina, diferente al «clásico», que supuestamente aboga por la separación entre hombres y mujeres, mientras que este que defienden «apuesta por la integración del rol hombre y mujer». Como os decía, no creo que el Feminismo tenga versiones: es la «ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres». Y ya está. ¿Se puede saber qué tiene de malo eso? ¿Cuál es el formato aceptable de la batalla por la igualdad? ¿La de la meritocracia, la falta de cuotas y la evolución frente a la revolución?

No lo entiendo, pero lo que verdaderamente me molesta es que seamos las mujeres las que nos dejemos llevar, y hasta protagonicemos esa idea de división, que no es tal.

Los ejemplos que expongo a continuación son algunos de los que me vienen a la cabeza,  sin pensar ni buscar mucho. Son muy diferentes entre sí, tanto en su relevancia como en su enfoque, pero todos me cabrean, sinceramente:

  1. Empiezo por Victoria Kent, diputada en la II República por un partido de izquierdas, que se enfrentó a Clara Campoamor porque consideraba que 1933 todavía no era el momento para otorgar el voto a sus hermanas de género, porque las consideraba dominadas por las sotanas y, por lo tanto, partidarias de políticas conservadoras. Y, digo yo, ¿No habría sido más lógico luchar por que esas mujeres pudieran pensar por su cuenta, a pesar de que en el camino su voto no fuera el que prefería la privilegiada Victoria?
  2. Mi admiradísima Meryl Streep, que actúa como feminista, pero reniega de esa hermosa palabra para definir su comportamiento y sus opiniones claramente decantadas por los derechos de las mujeres en el cine, tanto de actrices como de creadoras.
  3. Siguiendo la ruta de la admiración, también me dejan perpleja algunos de los papeles que interpretó la gran Katharine Hepburn, una vez iniciada su relación con Spencer Tracy. El más sorprendente es el de co-protagonista (junto con el propio Tracy) en La Mujer del Año. En esa película, de 1942, Hepburn es una periodista política poderosa, inteligente y con contactos internacionales de primera línea, que se casa con un periodista deportivo, sencillo y divertido. El conflicto -evidente- surge muy pronto, en cuanto al flamante marido empiezan a molestarle los viajes, reuniones y amigos de su mujer.  Se separan, claro. Pero ella lo quiere tanto que se planta un día en su casa y, renunciando a todo, se incorpora a «sus labores» de esposa y ama de casa. Y Final Feliz. Esta fue la primera película que hicieron juntos como pareja, y para mí, la más descarada, pero otras como La costilla de Adán o La Impetuosa, también tienen lo suyo. No comprendo como la mujer que tuvo como una vela a Howard Hughes, y que se caracterizó por su independencia frente a lo que se esperaba de las mujeres de la sociedad americana acomodada a la que pertenecía, permitió que la visión machista del ultracatólico amor de su vida entrara en la suya.
  4. Y luego están las estupideces, como Cincuentas sombras de Grey, una supuesta novela romántica, en la que el amor consiste en la «regeneración» de un sádico -eso sí, guapísimo- que deja sus prácticas, pero solo porque «respeta» a la mujer de la que se enamora – que se ha dejado humillar por él hasta ese momento-, pero que no muestra el menor remordimiento ni pesar por todas las parejas a las que maltrató antes. Y lo ha escrito una mujer. Me parece estar oyendo las protestas de muchas de vosotras, defendiendo la libertad sexual y cualquier práctica consentida. Puede que sí, pero yo hablo simplemente de esta «novela»: recordad que esta trama, en concreto, se centra en la historia de un rico dominador y una sumisa sin recursos, y por qué se inicia la relación.
  5. Para finalizar, algo completamente incomprensible para mí. El movimiento Women against Feminism , que cuestiona si el feminismo es realmente necesario actualmente, pone en duda la veracidad científica de conceptos como patriarcado o identidad de género. Asimismo, defiende que las feministas exageran los problemas de las mujeres sin tener en cuenta los problemas de los hombres y que presentan una visión distorsionada de la realidad, basada en la misandria y en la victimización de la mujer. También cuestiona la existencia de la cultura de la violación en la que las feministas contemporáneas alegan que vivimos. Esto sí que me supera, honestamente.

Solo cinco ejemplos, diversos y seguramente fruto de manías personales, pero que creo que pueden ilustrar ese «no sé qué» que me hace sentir incómoda y que despierta en mí una especie de zozobra, que siempre acaba por traducirse en un enfado como el que os traigo aquí hoy.

Hasta la próxima entrada.

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Las mujeres de Mabel Lozano

Conocí a Mabel Lozano en una reunión de trabajo hace dos o tres años y me impresionó mucho y positivamente, pero también acabé extenuada por su energía, y eso que yo tengo lo mío.

Es una mujer que transmite pasión e ilusión puras por lo que ha decidido hacer. Puede que alguno de vosotros la recuerde en los primeros años públicos de su profesión, presentando Noche de Fiesta o La Ruleta de la Fortuna, o como actriz en Los ladrones van a la oficina, por ejemplo. Pero ahora, si hablas con ella, te cuesta reconocerla en aquellas labores  y cuesta creer que sea la misma persona.

Aunque seguro que es la misma, pero todo eso fue antes de darle el volantazo a su vida profesional que, en 2007, la llevó a hacer documentales, cortos e incluso spots como realizadora, tras formarse para ello.

En todos sus trabajos, las mujeres son -somos- las protagonistas, el centro de historias que reflejan realidades, a veces terribles y dolorosas, y otras emocionantes, pero siempre miradas -y vistas- desde el respeto, incluso el amor, diría yo.

Es difícil de olvidar su primer documental, Voces contra la trata de mujeres, en la que denuncia la compra-venta de niñas y mujeres para su explotación sexual. Sin amarillismo facilón, con la verdad, «simplemente»,  y el conocimiento de las circunstancias de estas mujeres, Lozano nos abofetea con una realidad repugnante, con nombres propios, padres, hermanos e hijos en sus países de origen.  Historias personales y mucha amargura.

Su último proyecto, Chicas Nuevas 24 Horas, aborda también la enorme vergüenza humana que es la trata de mujeres. Es ya una iniciativa más compleja- y ambiciosa-, en la que Mabel trabaja codo con codo con Charo Izquierdo, centrándose el documental de la primera y la novela de la segunda – Puta no soy , que se complementan, en una mujer real, víctima de la esclavitud y la humillación que viven miles de mujeres en el mundo.

Y entre estos dos trabajos, en los que el denominador común es evidente, Lozano ha llevado a cabo varios más, siempre sobre mujeres. Experiencias, memorias, preocupaciones.

Me interesó especialmente su enfoque sobre la maternidad en Madre, de 2012, donde aborda esta función desde el entorno que nos rodea, a cada una el suyo, pero desde luego muy diferente a la de nuestras madres y abuelas. La propia directora lo explica con mucha claridad, con su habitual lenguaje directo y su tono franco, que no logran ocultar el profundo conocimiento de la materia y la amplia investigación previa, que le permite «parir» -nunca mejor dicho- todos los trabajos que he tenido la oportunidad de ver.

No me quiero dejar tampoco Las sabias de la tribu, una preciosa película sobre mujeres muy diferentes -públicas y anónimas-, pero todas extraordinarias, que nos hacen el honor de compartir con nosotros cómo han superado grandes dificultades, de muy diversa naturaleza. Una, en la política, otra para hacer teatro, la que quería estudiar y no pudo hacerlo hasta que fue mayor, una ex-atleta, una mujer lesbiana que tuvo que pelear por su opción, una escritora… Historias de mujeres libres porque «se lo han trabajado». Pura admiración.

Un año antes, otras cinco mujeres, en este caso atletas paralímpicas, fueron también las protagonistas de La Teoría del Espiralismo. El documental narra las historias cotidianas  de las nadadoras María Teresa Perales y Sara Carracelas, de la ciclista Raquel Acinas, de la atleta Eva Ngui y de la jugadora de baloncesto Cristina Campos.

Como socia de CIMA (Asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales), Lozano trabaja también porque otras mujeres, como ella misma y otras que son también conocidasd y reconocidas, tengan la oportunidad de hacer cine, de ficción o documental, o como les dé la gana, en un país y en una industria en los que las cosas no son fáciles para nadie, pero menos aún para las mujeres. Como en tantas otras cosas.

Pero las historias que cuenta Mabel Lozano no son solo «películas» – que tampoco sería poca cosa-. Son sobre personas y sus vidas, muchas de ellas con amarras, o que luchan por romperlas e, incluso, algunas que lo han conseguido. Mujeres de verdad, que esta cineasta nos ha descubierto o ayudado a conocer mejor.

Y esto tiene que seguir creciendo.

Hasta la próxima entrada.

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Soraya o «somos un equipo»

Hay argumentos muy difíciles de defender. Que el Presidente del Gobierno de un país democrático decida dar una entrevista personal en una cadena o que prefiera irse de puente mientras se está celebrando un debate entre candidatos a su puesto en unas Elecciones Generales inminentes es, sin duda, uno de ellos. Ayer, en el debate de AtresMedia, Soraya Sáenz de Santamaría recurrió al manido y poco creíble, «en el Partido Popular somos un equipo, muy grande, y el Presidente ha decidido que hoy me corresponde a mí hablar en nombre de ese equipo». Qué chusco, pero ¿Qué otra cosa podría decir en semejante situación?

Pero ella no se arredra. Como ante todos los retos que ha tenido que afrontar desde que es Vicepresidenta del Gobierno -que no han sido pocos-, se pone «las botas de pocero» y se mete en el fango. Eso hay que reconocérselo a esta mujer, que se ha convertido en el «hombre fuerte» de un gobierno -su equipo-, integrado, en general, por hombres y mujeres de «bajo perfil», empezando por Mariano Rajoy.

No tengo ni la menor idea de si ella es el Plan B del Partido Popular ante un posible futuro de pactos, o de si existe la «Operación Menina» articulada por Margallo y de la que tanto habla Pablo Iglesias -espero que no, porque además de ser una idea rocambolesca y sainetera, el nombre es terrible-. Me da igual. Ella está aquí porque hablamos de «dar la cara» y para eso ha demostrado que vale.

Soraya lleva años siendo la cara visible del Gobierno, la que responde a los periodistas en las ruedas de prensa de los viernes, tras los Consejos de Ministros, que a veces ella misma preside, en ocasiones flanqueada por alguno de los ministros varones, que comparece por algún tema específico, relacionado con su «cosa pública». Para todo lo demás, Soraya.

Ella también asumió la crisis del Ébola, tras la garrafal gestión realizada por Ana Mato y las autoridades sanitarias de Madrid. Y también se está encargando de la parte frívola, bailando con Pablo Motos o conduciendo como una loca con Calleja, con incidente de globo incluido.  Gobierna, comparece, se esfuerza…

Y también ha tenido que aguantar lo suyo por el hecho de ser mujer, aunque ella no se declare feminista, ni defienda las cuotas, o forme parte de un gobierno desequilibrado en cuestión de sexo y de un Congreso en el que solo el 36 % de las diputadas eran mujeres y de unas listas en las que ni siquiera ella es número 1.

  1. ¿Recordáis las críticas que recibió por su  famosa entrevista, con posado incluido, en El Mundo hace unos años, cuando todavía estaba en la oposición? Frivolidad, «postureo»… (aunque no estoy segura de que ya se utilizara esa palabra). Muy parecidas, por cierto, a las que les cayeron a las ministras de Zapatero por un reportaje en Vogue.
  2. También recuerdo cómo me indignó la supuesta «loa» que le hizo ABC al estilo de la Vicepresidenta a la vuelta de unas vacaciones de verano, en la que había «endulzado su melena con unos reflejos dorados». Que si sus uñas, su maquillaje, su ropa… Inolvidable. E inconcebible nada parecido si ella fuera «un él».
  3. Y lo peor de todo. Las críticas por tierra, mar y aire a su decisión de incorporarse a su recién ganado puesto de segunda cabeza del Gobierno de España, a los pocos días de parir a su hijo. Soy feminista, ya lo sabéis, pero he de reconocer que en este punto  me preocupa cómo coinciden, a veces, algunas representantes de esta línea de pensamiento y lo más conservador de la sociedad. No estoy de acuerdo con la afirmación de que las mujeres tienen que agotar su baja maternal hasta el final, para facilitar el hecho de que lo puedan hacer otras mujeres, inclusi más si son figuras públicas y con responsabilidad política, porque es ejemplificador. Creo, por el contrario, que las mujeres tenemos que hacer lo que nos dé la gana en este tema, como en todos los demás, que tenemos cerebro y capacidad de utilizarlo para tomar esta decisión vital, según el momento de la vida en el que se produzca, la situación familiar y de cuidado del recién nacido que tengamos cada una y, por supuesto, según nuestros intereses y necesidades personales o profesionales. ¿De verdad que no es comprensible que alguien quiera asumir, lo antes posible, el mayor reto profesional de su vida?¿Que no quiera que ese único tren se vaya sin ella por haber sido madre (y su pareja, padre, que no se nos olvide?¿Que tema que esa oportunidad no se le vuelva a presentar si no la aprovecha YA? Y lo mismo me sirve para Susana Díaz o Carme Chacón, que sufrieron acusaciones similares, por un lado y por otro. Y solo por el «capricho» de ser Presidenta de la Junta de Andalucía o Ministra de Defensa.

Releyendo las líneas anteriores, parece que admiro a Soraya Sáenz de Santamaría, que en tantas cosas -y tan importantes- no tiene nada que ver conmigo ni con mi forma de entender el mundo. Pero, reflexionando un poco sobre ello, puede que sea cierto que, en parte, despierta en mí sentimientos positivos, pero son más bien de respeto. Por su esfuerzo, amor propio, prurito profesional, empuje y arrestos.

Sin duda, sería mejor Presidenta que Rajoy -eso no es difícil tampoco, claro- aunque, sinceramente, espero que no lo sea.

Hasta la próxima entrada.