Ève era una artista. Un «bicho raro» en la familia Curie, dedicada en cuerpo y alma a la ciencia, y laureada por ello. Sus padres y su hermana Irene fueron investigadores de reconocidísimo prestigio, todos ellos en el campo de la radioactividad.
Pero a ella, aunque tan brillante como los demás -incluso se graduó en ciencias por aquello de la tradición- la vida y la ilusión la llevaron por otros caminos, en los que también destacó y que disfrutó durante sus más de 100 años de vida.
- Fue pianista. Desde muy pequeña se sintió fascinada por la música clásica y fue una concertista precoz. Durante los años 20, recorrió algunas de las salas más prestigiosas con su música, demostrando una destreza notable. Qué envidia.
- Fue hija. Y el orden de esta relación no es aleatorio, porque este papel lo ejerció después del anterior. No había cumplido los 2 años cuando su padre murió en un accidente, y su madre se distanció de su dolor, y de paso de ella y de su hermana, refugiándose en sus trabajos de investigación. Más adelante, recuperaron su relación y el tiempo perdido. Madre e hija tuvieron una conexión especial, y estuvieron muy unidas, hasta la muerte de Marie, víctima de la leucemia provocada por la radioactividad, a la que consagró su vida y su trabajo, y que la hizo merecedora nada menos que el Premio Nobel (años después, también su hermana Irene recibió el galardón más importante del mundo. Vaya familia de genios)
- Fue periodista. Trabajó como reportera durante la II Guerra Mundial y, una vez finalizada la contienda, fundó y co-dirigió el Paris-Press, hasta 1949.
- Fue escritora. Su obra más alabada y recordada fue la biografía de su madre, publicada tras la muerte de éste y todo un best-seller en 1937. En ella, Ève humanizaba y transmitía amor y admiración por una de las mujeres más importantes de la Historia. Debió de ser un honor y un enorme peso ser la hija de Madame Curie.
- Fue filántropa… consorte. En realidad, no. Ella misma dirigió y gestionó la fundación que llevaba el nombre de su madre durante muchísimos años. Pero también fue esposa de Henry Labouisse, embajador estadounidense en Grecia cuando se conocieron, y luego director ejecutivo de Unicef y el que recogió otro Premio Nobel, en esta ocasión el de la Paz, concedido a la organización en 1965.
Así que Ève siempre vivió rodeada de personas especiales, tanto como ella misma lo fue, desde un plano de discreción y humildad rebajado un grado respecto al resto. Ella era lista, era hermosa (por dentro y por fuera), era fuerte. Una Curie única. Fue Ève. Y durante tanto tiempo…
Hasta la próxima entrada.