El post, titulado ¿Nuevo feminismo o Plutocracia femenina?, firmado por María Gómez del Pozuelo, CEO de Womenalia y mujer a la que admiro por muchas razones, vuelve a lo que, en mi opinión, es un falso -y peligroso- debate sobre un supuesto Nuevo Feminismo o Plutocracia femenina, diferente al «clásico», que supuestamente aboga por la separación entre hombres y mujeres, mientras que este que defienden «apuesta por la integración del rol hombre y mujer». Como os decía, no creo que el Feminismo tenga versiones: es la «ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres». Y ya está. ¿Se puede saber qué tiene de malo eso? ¿Cuál es el formato aceptable de la batalla por la igualdad? ¿La de la meritocracia, la falta de cuotas y la evolución frente a la revolución?
No lo entiendo, pero lo que verdaderamente me molesta es que seamos las mujeres las que nos dejemos llevar, y hasta protagonicemos esa idea de división, que no es tal.
Los ejemplos que expongo a continuación son algunos de los que me vienen a la cabeza, sin pensar ni buscar mucho. Son muy diferentes entre sí, tanto en su relevancia como en su enfoque, pero todos me cabrean, sinceramente:
- Empiezo por Victoria Kent, diputada en la II República por un partido de izquierdas, que se enfrentó a Clara Campoamor porque consideraba que 1933 todavía no era el momento para otorgar el voto a sus hermanas de género, porque las consideraba dominadas por las sotanas y, por lo tanto, partidarias de políticas conservadoras. Y, digo yo, ¿No habría sido más lógico luchar por que esas mujeres pudieran pensar por su cuenta, a pesar de que en el camino su voto no fuera el que prefería la privilegiada Victoria?
- Mi admiradísima Meryl Streep, que actúa como feminista, pero reniega de esa hermosa palabra para definir su comportamiento y sus opiniones claramente decantadas por los derechos de las mujeres en el cine, tanto de actrices como de creadoras.
- Siguiendo la ruta de la admiración, también me dejan perpleja algunos de los papeles que interpretó la gran Katharine Hepburn, una vez iniciada su relación con Spencer Tracy. El más sorprendente es el de co-protagonista (junto con el propio Tracy) en La Mujer del Año. En esa película, de 1942, Hepburn es una periodista política poderosa, inteligente y con contactos internacionales de primera línea, que se casa con un periodista deportivo, sencillo y divertido. El conflicto -evidente- surge muy pronto, en cuanto al flamante marido empiezan a molestarle los viajes, reuniones y amigos de su mujer. Se separan, claro. Pero ella lo quiere tanto que se planta un día en su casa y, renunciando a todo, se incorpora a «sus labores» de esposa y ama de casa. Y Final Feliz. Esta fue la primera película que hicieron juntos como pareja, y para mí, la más descarada, pero otras como La costilla de Adán o La Impetuosa, también tienen lo suyo. No comprendo como la mujer que tuvo como una vela a Howard Hughes, y que se caracterizó por su independencia frente a lo que se esperaba de las mujeres de la sociedad americana acomodada a la que pertenecía, permitió que la visión machista del ultracatólico amor de su vida entrara en la suya.
- Y luego están las estupideces, como Cincuentas sombras de Grey, una supuesta novela romántica, en la que el amor consiste en la «regeneración» de un sádico -eso sí, guapísimo- que deja sus prácticas, pero solo porque «respeta» a la mujer de la que se enamora – que se ha dejado humillar por él hasta ese momento-, pero que no muestra el menor remordimiento ni pesar por todas las parejas a las que maltrató antes. Y lo ha escrito una mujer. Me parece estar oyendo las protestas de muchas de vosotras, defendiendo la libertad sexual y cualquier práctica consentida. Puede que sí, pero yo hablo simplemente de esta «novela»: recordad que esta trama, en concreto, se centra en la historia de un rico dominador y una sumisa sin recursos, y por qué se inicia la relación.
- Para finalizar, algo completamente incomprensible para mí. El movimiento Women against Feminism , que cuestiona si el feminismo es realmente necesario actualmente, pone en duda la veracidad científica de conceptos como patriarcado o identidad de género. Asimismo, defiende que las feministas exageran los problemas de las mujeres sin tener en cuenta los problemas de los hombres y que presentan una visión distorsionada de la realidad, basada en la misandria y en la victimización de la mujer. También cuestiona la existencia de la cultura de la violación en la que las feministas contemporáneas alegan que vivimos. Esto sí que me supera, honestamente.
Solo cinco ejemplos, diversos y seguramente fruto de manías personales, pero que creo que pueden ilustrar ese «no sé qué» que me hace sentir incómoda y que despierta en mí una especie de zozobra, que siempre acaba por traducirse en un enfado como el que os traigo aquí hoy.
Hasta la próxima entrada.