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Machismo venial (o la Teoría del Total)

Sí,  venial. Como esos pecados que cuando éramos niños nos decían, en Catequesis, que no eran tan importantes. Pecadillos que con un par de Padrenuestros y tres Avemarías de penitencia estaban olvidados. También podríamos llamarlo, como ya ha hecho alguno de cuyo nombre no tengo ningún interés en acordarme, “machismo leve”, como si de una tipología de delito se tratara.  A este paso, como las plumas neomachistas se nos animen, va a acabar por ser, simplemente, una Falta.

A mí me gusta llamar a este movimiento creciente la Teoría del “Total”.  Suele argumentarse así, quitándole importancia a esos gestos, acciones o comentarios que consideran inofensivos: “Total, por una canción…”, “Total, por un piropo…”, “Total, por un chiste”, “Total, por un vestido”. Y nos llaman histéricas, feminazis y cosas peores a las que alertamos sobre lo que influye todo eso en que en esta sociedad, en pleno S.XXI, nuestros hijos sigan creyendo que quien te controla te quiere más, que los celos son también una prueba de amor. Las niñas siguen teniendo miedo a ir solas por la calle y las mujeres somos violadas y asesinadas todos los días simplemente por serlo.

En ese grupo de nuevos machistas quejumbrosos se encuentran hombres y nombres conocidos de la literatura y el periodismo, algunos de ellos sorprendentemente jóvenes. Tuve que leer dos veces la fecha de nacimiento de aquel que tituló una columna con un “Ablación textil”  y se quedó tan ancho. Se refería así  a lo que, según él,  le hacían a Cristina Pedroche las que cuestionaban  su cosificación en Nochevieja.  Si no fuera porque es una broma macabra, tal vez me reiría.  O no.

Pues nada, hombres. Sigamos así. Que nadie se moleste si un profesor comenta, chistoso, “me pongo con las chicas, que son más guapas” o si una JEFA incluye un hombre en un equipo (Da igual quién. Lo que importante es que tenga pene)  porque el cliente es muy “tradicional” o el sector muy masculino. Continuemos aguantando comentarios sobre nuestra apariencia en reuniones de trabajo, e interrupciones sin consecuencias cuando somos nosotras las que tenemos la palabra.

Los adeptos a la Teoría del Total esgrimen, con enorme agudeza, que los que componen esas canciones, los que opinan sobre tu aspecto sin pedirles opinión, los que “animan” a llevar tacones a las empleadas de su empresa y los que escriben artículos sobre el peinado y la manicura de Vicepresidenta del Gobierno después del verano o sobre la relevancia de la relación sentimental de lrene Montero (la “Yoko-Ono de Podemos”) con Pablo Iglesias solo están ejerciendo su Libertad de Expresión. Que ellos no violan, ni agreden ni asesinan mujeres, que son los actos de lo ellos que deben de considerar, supongo, Machismo Grave (porque Mortal, como los peores pecados, sin duda lo es).

Y es que, según dicen muchos de estos señores, muy leídos y muy modernos ellos – y algunos muy jóvenes, insisto-, las que critican y alertan públicamente sobre todo esto, como Barbijaputa, Yolanda Domínguez o, hace apenas unos días, las musicóloga Laura Viñuela son (somos) “monjas posmodernas” o ”máquinas censoras”. Y consideran, muy seriamente y desde su “viril distancia”,  que lo que nos pasa es que nos morimos de envidia por la belleza de las guapas, que no es igualitaria, sino una lotería que, por supuesto, no nos ha tocado. Que quitarle a una mujer su capacidad de seducción – que no sé muy bien lo que es ni quién pretende quitarnos ese preciado don- es “matarlas”. No, amigos, no. Matarnos es otra cosa.

Y es que, no sé si lo sabían ya, estos sabios aceptan que el feminismo es necesario, pero tiene que ser el que a ellos les gusta –elegante, sereno, discreto y, supongo, más femenino-. Y todas las demás que, ejerciendo también nuestra Libertad de Expresión, nos rebelamos ante estas semillas del mal, somos putas, feas, gordas y, por supuesto, estamos  muy mal folladas.

Total, por un insulto…

Hasta la próxima entrada.

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3 mujeres del siglo más complejo

El siglo XX supuso un cambio social y cultural sin precedentes. En ningún otro ocurrieron tantas cosas. Tan buenas y tan malas, incluidas dos Guerras Mundiales, con millones de muertos, y cientos de guerras «pequeñas», frías y calientes, que convirtieron al mundo en una bomba de odio, que explotó, en el joven siglo, con la onda expansiva más grande que nadie, nunca, se atrevió a imaginar y a temer. El 11-S, el 11-M, el 7-J, el 13-N y cientos de días más que ya no recordamos, porque mataron a personas demasiado diferentes y lejanas.

Estos días se han sucedido las muertes de dos mujeres centenerias que vivieron prácticamente todo aquel siglo, repleto de aventuras y catástrofes:

  1. Ha muerto Brunhilde Pomsel, la que fue secretaria de Goebbels y la última persona que podía recordarnos ya lo que pasaba en el Ministerio para la Ilustración Pública y la Propaganda que aquel demente dirigía para Hitler. Ella nunca se sintió responsable de nada, lo mismo que muchos otros alemanes que, también como ella, miraron hacia otro lado y siguieron con sus vidas, mientras su gobierno aniquilaba a millones de personas y los metía en una Guerra que destruyó su país y Europa entera.  En el documental Ein deutsches Leben (Una vida alemana) que se estrenó en 2016, dijo que lo  que hizo «no fue más que trabajar en la oficina de Goebbels», que «nadie se podía imaginar algo así» (sobre el exterminio de los judíos). Nunca tuvo remordimientos.
  2. También acaba de morir, en Hong Kong, Clarence Hollingworth, la legendaria periodista norteamericana que con solo 27 años dio la noticia de su vida y la exclusiva del siglo. El 29 de agosto del 39 la primera página del Daily Telegraph titulaba «1.000 tanques concentrados en la frontera polaca», anunciado al mundo entero los planes de Hitler para invadir Polonia. Tras aquel día, Hollingworth siguió trabajando como periodista en varios medios, aunque no pudo cubrir algunos conflictos por su condición de mujer. Pero sí estuvo en otros, en Vietnam, Oriente Medio, Pakistan o Argelia, y fue corresponsal en Pekin, donde informó sobre la Revolución Cultural de Mao.
  3. Y luego está Rosa, que aun está muy viva. Acaba de cumplir 102 incombustibles y alegres años. A Rosa, que es la abuela de mi amiga Ana,  le ha pasado de todo en su larga vida. Vivió la Guerra, perdió a seres queridos, trabajó como una bestia para que sus hijos tuvieran la mejor educación,  y siempre fue – y es- de izquierdas. Hace poco, se rompió la cadera y todos se asustaron. Pero ahí la tenéis, como una vela y jugando al Cinquillo otra vez, rodeada de nuevos amigos. En su cumpleaños sus biznietos la ayudaron, entre risas, a apagar todas las velas. El año que viene serán 103.

Ya os podéis imaginar a cuál de ellas admiro más. Sin comparación.

Hasta la próxima entrada.