El derecho al voto de la mujer es, por decirlo suavemente, cosa de «anteayer». En España, fue en la II República cuando lo aprobó el Congreso de los Diputados, por 161 votos a favor, 121 en contra y muchas ausencias intencionadas de sus Señorías, prácticamente todos hombres. En ese bosque de corbatas y trajes oscuros, solo dos excepciones: Clara Campoamor y Victoria Kent. Curiosamente, en el parlamento republicano, las mujeres podían ser elegidas… solo por hombres.
Volviendo al caluroso agosto del año 1931, el primero de aquella breve y joven República con trágico final, nos encontramos con un tema candente y una controversia inesperada, entre las dos únicas mujeres diputadas. ¿Y por qué se enfrentaron en este tema? Pues básicamente por cuestiones políticas. Para Clara, la igualdad entre los ciudadanos («antes que mujer, soy ciudadana») estaba por encima, y por delante, de los intereses de su partido. Por su parte, Victoria temía las consecuencias de conceder el voto a las mujeres, en aquella época bastante influidas por la Iglesia en su visión del mundo.
Ambas diputadas y varios diputados de la época participaron en aquel debate histórico, en el que Clara se encontró con el desacuerdo de sus propios compañeros de partido, que se barruntaban -con acierto- que si las mujeres acudían a las urnas, el siguiente parlamento sería de derechas, lo mismo que el Gobierno republicano. Pero Clara, que no era tonta y lo presagiaba también, no se dejó arredrar y mantuvo sus convicciones Humanistas (así se definía ella, más que como Feminista) hasta el final.
He traído esta historia aquí porque los discursos que pronunciaron las dos me parecen ejemplos de comunicación persuasiva y su tono, enfoque y planteamiento, modernos incluso para la época actual, tan reaccionaria en muchas cosas. Clara Campoamor fue directa y respetuosa con Kent, que habló antes que ella. Su punto de vista huyó del corto plazo, y del foco en las siguientes elecciones y de las miserias partidistas, augurando un triste y reprochable futuro a una sociedad que no permitía que la mitad de sus integrantes expresaran su opinión y participaran de la Soberanía Popular, aun estando ella en desacuerdo con las decisiones derivadas de esa nueva situación.
Victoria, sin embargo, argumentando falta de preparación o de conciencia social en las mujeres de su tiempo, pidió que el voto de la mujer se concediera más adelante, en el desconocido momento en el que se las considerase (supongo que por los hombres y las mujeres «especiales») preparadas para ello. Debió de ser duro y difícil para Kent pronunciar aquella intervención parlamentaria. Pero hizo su elección.
Finalmente, el Congreso aprobó el sufragio femenino en otoño de aquel mismo año. Y, sí, en 1933, en gran parte por el apoyo de las mujeres, ganó la derecha y la CEDA de Gil Robles, con sus principios de Religión, Familia, Orden y Prosperidad, tal y como vaticinaron Victoria Kent y los compañeros de Partido de Campoamor, que, sin embargo mejoraron sus resultados también y el mismo Lerroux fue el encargado de formar Gobierno. La izquierda se dio un importante batacazo.
El siguiente paso, si las cosas hubieran evolucionado pacífica y democráticamente, hubiera sido la lucha de la izquierda para que las mujeres salieran de las faldas de las sotanas de sus confesores, para decidir por ellas mismas. Pero la Guerra y, sobre todo, las décadas de dictadura de Franco, truncaron estos y muchos otros planes de libertad, justicia e igualdad y nos convirtieron en un país tenebroso y anómalo durante demasiado tiempo.
Hasta la próxima entrada.