Imagen

MI CACHORRO

Explicar el amor es muy difícil. Lo sabemos los que lo hemos intentado. Sin embargo, todos (espero) lo hemos sentido y somos capaces de reconocerlo, desearlo y, por supuesto, extrañarlo. No creo que tengamos una cantidad limitada para repartir, y estoy convencida de que se puede amar a muchos. Pero solo hay un puñado de personas por las que mi amor es absoluto, incondicional e infinito.

Hace hoy 18 años nació una de ellas y con él se cerró ese pequeño cupo (de momento), así que dejé correr la emoción a lo bestia. Y así sigo.  Pablo vino al mundo como un bebé enorme, de 4 kilos y medio. Llegó a la familia casi 8 años después que su hermana y con él, fuimos 6: Pablo, Elena, el recién llegado, Carolina (nuestra gata), Lola (nuestra perra) y yo.

El resto ya es historia. Aquel gran bebé creció como un niño feliz y cariñoso. Y ahora es un hombre bueno. Sí, bueno. Aquel enano que me bombardeaba a preguntas cada noche, encajado entre el respaldo del sofá y mi cuerpo, y que me contaba exhaustivamente sus aventuras del día. El chaval orejón y sonriente que estaba «pachucho» cada dos por tres sin poder ir al cole. El niño que no veía películas de Disney («no tuvo infancia» en palabras de su hermana), sino que con 3 años escasos se «entruchaba» las tres horas largas de El Señor de los Anillos en el cine y que estropeó el DVD de Jurassic Park  de tanto verlo. Ese miedica que no quería montar en un pony y acabó sobre un caballo que se ponía de manos y recogiendo pelotas del suelo a galope tendido.  El pre-adolescente con bigotillo que recorrió con nosotros Italia de norte a sur durante 3 semanas, disfrutando del arte, la cultura y la historia, con la inquietud personal y adulta que lo caracteriza desde siempre.

Y es que Pablo es especial. Y no es (solo) amor de madre. Es un hecho. Posee «identidad» -y mucha-, y desde hace años. Tiene interés por saber y opiniones que compartir. Es sensible a los problemas del mundo y de las personas. Es intuitivo y empático. Es respetuoso y se preocupa por el mundo -esta mierda de mundo- y lo que le ocurre. Tiene fe en que las cosas pueden cambiar y cree que la Revolución es posible. Es un idealista informado. Y bueno, insisto. Ya sé que me repito. Pero es que lo es.  De pensamiento y de acción. Se esfuerza por hacer las cosas bien, es respetuoso, compasivo y atento. Mira – y ve – a los demás, y se preocupa por ellos, por nosotros. Espero que el mundo -esta mierda de mundo-, y lo que en él le toque vivir, no cambien eso.

Se me cae la baba, lo sé. Y también sé que no es perfecto, ni falta que hace. Es despistado, lento hasta la exasperación y tirando a maniático. Pero tiene «pelazo«, como diría La Vecina Rubia. Es guapo -por dentro y por fuera-. A ver quién se atreve a negarlo en mi cara.  Y,  por si todo esto fuera poco, además es feminista, de palabra y obra, lo que me hace sentirme todavía más orgullosa, si me cupiera mas orgullo en el cuerpo.

Y si pienso en nosotros dos, creo -espero- que hemos construido un vínculo único. Siempre se da cuenta si estoy triste, cansada, preocupada o nerviosa. Se interesa y me consuela, me ayuda, me mima o me entretiene, según el momento, el caso y la necesidad. Hablamos mucho, de muchas cosas, y aprendemos el uno del otro.  Yo, de él, cada día más. Me encantan esas conversaciones. Y nuestras tardes de cine, repitiendo por enésima vez Regreso al Futuro I, II y III, La Búsqueda o La Momia. O descubriéndole La Fiera de mi niña. Guardo cada uno de esos momentos como un pequeño tesoro. Uno grande, qué narices.

Pasará el tiempo. Se irá. Volverá. Se marchará de nuevo. Encontrará el amor. Los amores. Será feliz. Y desgraciado. Y feliz otra vez. Y a ratos, ni una cosa ni la otra. Vivirá, en definitiva. Estoy deseando presenciar (de cerca y de lejos) cómo crece y en qué clase de persona se va convirtiendo. Y que sigamos charlando.

Te quiero, mi cachorro. Aunque seas mayor de edad.

Hasta la próxima entrada.

 

 

Deja un comentario