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5.954 kilómetros y 10 descubrimientos

Un total de 16 días con sus noches. Siete países y siete camas. Casi 3 días completos en el coche con Pablo al volante y nuestro hijo dormido, en una modalidad de tele-transporte adolescente digno de envidia, en el asiento de atrás. Y casi 6.000 kilómetros.

Empezamos por Burdeos y comiendo ostras y, desde ese momento, ha sido un maravilloso «no-parar» de paseos, templos, bares y fotos, muchas fotos que nos ayudarán a recordar este viaje inolvidable y a torturar a los que no vinieron con anécdotas que seguramente no les interesarán en absoluto. Pero para eso están la familia y los amigos ¿Verdad?

Durante estas vacaciones, como es mi costumbre, he subido fotos de los lugares que hemos visitado, casi todas ellas sin imágenes nuestras (creo que hay una de Brujas en la que aparece mi hijo), en ese afán narrativo que siempre me acompaña, mezcla de exhibicionismo, charlatanería y gusto por la secuencia. Desde mi salida de la oficina por las puertas giratorias que me conducían a tres semanas de libertad laboral, hasta la vuelta a casa, plasmada en una imagen del ventanal del salón visto desde mi sofá, donde descansaba después de deshacer maletas, poner lavadoras y otras tareas propias del regreso.

Pero no creáis que todo ha sido turismo, gastronomía (he de decir que la Globalización, con todos sus peligros intactos, sí ha contribuido a que se coma bien prácticamente en todas partes. Algo que no pasaba hace un par de décadas). En estas semanas de ruta, he hecho una serie de descubrimientos – de dudoso valor, eso sí- que he decidido compartir con vosotros.

  1. La Fanta es voluble. En cada país tiene un color (más o menos naranja) y un sabor. En algunos países, la botella es naranja o amarilla. Pablo ha hecho un auténtico estudio sobre el producto, que ha consumido prácticamente en todos los lugares que hemos visitado. En el primero de ellos, en Burdeos, no había Fanta y probó la Orangina (¡Qué francés!), que contó con su aprobación. Con casi 17 años, sus «comandas» se reparten entre el líquido naranja, Coca-cola normal (que asegura que es lo único que sabe igual en todas partes) y alguna soda. Dice que no le gusta el alcohol, aunque probó la sidra de su padre y afirmó que «está buena».
  2. La leche fresca en Italia sabe diferente. Creo que peor. Yo no lo sé porque no soporto la leche, y menos esa, que parece que te entrega personalmente la vaca. Pero a los Pablos les encanta y están convencidos de que la italiana tiene que mejorar. Sugerí que podría tratarse de la marca, porque siempre era la misma, pero creo que la afirmación general es mas contundente y queda mucho mejor. Tendremos que volver (otra vez) a comprobarlo.
  3. Los parpadelle con ragu sientan como un tiro en la cena. Un adolescente come y duerme en cantidades y tiempos sorprendentes. A veces me quedo mirando a mi hijo, intentando descubrir su límite.  Y creo que en este viaje lo hemos encontrado. Y es este aparentemente delicioso plato de pasta. En una terraza preciosa, en Cinque Terre, se tomó una gran ración, con esa carne picada y sabrosa que, además, era de jabalí.  No dejó nada y se tomó una tarta de postre. Al día siguiente, no se movió de su habitación (excepto para ir al baño) y todavía hoy, casi una semana después, se revuelve cuando piensa en los parpadelle de Monterosso. Eso sí, ha vuelto a su ingesta habitual y desproporcionada.
  4. Dos días en Como no son suficientes. Uno de los lugares más hermosos que he visto nunca, y no solo por su belleza visual. Huele bien y trasmite felicidad. Nos hemos enamorado de las Villas, la luz, los pueblos en cuesta, la lanchas con toldo azul que recorren el lago y las Gelaterias que están por todas partes. Así que el año que viene queremos volver y vivirlo un poco. Compraremos tomates y mozarella, y tendremos una casita junto al agua, con nuestra propia lanchita. Eso espero. Es genial hacer planes de verano cuando todavía no ha acabado este.
  5. Amsterdam huele a porro. Y punto. Casi por cualquier rincón de la ciudad te abraza, a cada pocos pasos, ese aroma picante y divertido. Miras a las manos de alguien a tu lado y ahí está. Un cigarrillo de marihuana bien liado y humeante. Las bicicletas, tan impertinentes allí porque dominan la situación, también son dignas de ver (y esquivar), pero ni parecido.
  6. En Italia, la gasolina es carísima. Y en Francia también, aunque un poco menos. Hemos repostado en 7 países y esta es la sencilla y clara conclusión. Y luego está lo de los peajes. Tantos que hemos perdido la cuenta.
  7. En Holanda hay agua por todas partes... y ni una montaña. Supongo que fue la necesidad, porque hay canales y hasta mares interiores. En el esfuerzo por ganarle terreno al mar y tener una tierra fértil y verde.  Vayas por donde vayas, descubres agua y, si levantas la vista, lo ves todo, a lo lejos, porque es un país tan plano que impresiona. Cuando llegas a Alemania, hasta las colinas te parecen enormes. Y luego están los molinos, que no se convierten en gigantes.
  8. Las buenas intenciones no siempre son suficientes. A veces, es mejor esperar, aunque tu corazón quiera echar una mano, proteger o cuidar. Hay que reflexionar, hablar y pensar en las consecuencias y los riesgos.  Es bueno que te lo recuerden de vez en cuando. Las vacaciones son un buen momento para darse cuenta.
  9. Las conversaciones importantes se pueden mantener en cualquier sitio. Incluso en la terraza de un bar de Brujas, antes de cenar. Yo creo que siempre es mejor hablar de lo que te preocupa, sobre todo si tiene que ver con la opinión de alguien a quien quieres. No sé si estoy en lo cierto, pero a mí siempre me ayuda, aunque no sea inmediatamente y suponga, al principio, un pequeño o gran disgusto. Pero poner los problemas sobre la mesa es la mejor (sino la única) forma de poder reflexionar sobre ellos y afrontarlos. Tal vez no se solucionen, pero callándolos seguro que tampoco.
  10. En Burgos siempre hace mal tiempo. Volvimos a España pasando por Vitoria-Gasteiz para ver al Barça, en una tarde a 30º y una noche de zuritos y pintxos. Al día siguiente, de regreso a casa, pasamos por Burgos, para enseñarle a Pablo la Catedral. Imagino que habrá días soleados en Burgos, pero yo no los he visto.  Y el domingo no fue una excepción. El cielo estaba negro y la temperatura era de 15º a las 12 del mediodía del 27 de agosto.  Y llovía. Mucho. La catedral, preciosa, como siempre.

No son grandes descubrimientos, pero me ha gustado hacerlos. Y compartirlos con mis dos acompañantes. Echamos de menos a Elena y a nuestros bichos, pero han sido unas vacaciones maravillosas, casi perfectas.

Porque otro de los acontecimientos que tuvieron lugar durante nuestra ausencia fue el atentado de Barcelona, la tarde del 17 de agosto. Estábamos en Amsterdam, después de un día lluvioso que disfrutamos a cubierto, en EYE, el Museo del Cine, entre una exposición de Escorsese, una deliciosa tarta de queso y la revisión de la última película de Nolan en versión original subtitulada en holandés. En el aparcamiento eché un ojo a Twitter y vi las primeras noticias sobre el, en ese momento, «atropello masivo» que ya sonaba a ataque y encogía el alma. Y luego cada paso de la Operación Policial, sin poder apartar la vista de la pantalla, ni siquiera mientras paseábamos por una ciudad que se inundó gente cuando escampó.

Ese fue el último de nuestros hallazgos. La muerte puede encontrarte en cualquier sitio. En casa o a miles de kilómetros. Da igual quién seas, lo que hagas o con quién estés. Así que mejor, mientras tanto, vivamos y sigamos adelante. Quedan muchos viajes por hacer.

Hasta la próxima entrada.

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